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Bajo la sospecha del 'rajoyismo'
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José Antonio Zarzalejos

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Bajo la sospecha del 'rajoyismo'

El temor en algunos, la sospecha en no pocos y la irritación en muchos de sus electores es que el PP y su presidente no ofrezcan una ruptura terminante con la burocrática gestión de Rajoy que terminó en moción de censura. Ahí aparece Vox

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)
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¿Qué puede hacer una oposición democrática si el Gobierno no presenta por tercer año consecutivo los Presupuestos Generales del Estado?, ¿qué puede hacer si el Gobierno utiliza a discreción los decretos-ley y neutraliza al poder legislativo?, ¿cómo debería comportarse cuando el Gobierno negocia su propia estabilidad en el extranjero con un fugado de la justicia? ... Si descartamos la opción de un boicot institucional, insensato en una oposición que aspire a mantener el sistema democrático, hay muy pocas alternativas.

Sánchez y su Gobierno están atrincherados en el poder porque así lo desean sus socios, cuyo propósito de destrucción del Estado constitucional de 1978 es obvio, explícito. El Partido Popular no puede romper la baraja como lo hace Vox y su presidente, que colaboran con el PSOE y sus socios a exasperar la situación (en lo que colaboran desde Iván Redondo hasta el CIS de Tezanos) como procedimiento para incrementar sus expectativas electorales. Por eso en España se implementan dos coaliciones negativas: la gubernamental, que existe por refutación de la alternativa y la que integran los socialistas y sus socios con Vox para anclar el populismo, agudizar la polarización y transformar nuestro modelo político en el bloquismo arraigado ya en otros países. Y, claro, eliminar de la ecuación al PP y, antes, al propio Feijóo.

Se le reclama al PP, sin embargo, aunque así no se formule la reivindicación, que se conduzca con la misma falta de escrúpulos que el Gobierno de Sánchez, muy similarmente a lo que hace Vox. Si cediese Feijóo a esa tentación, este país sería una ruina democrática, más aún de lo que ya es. Y eso desean Sánchez y Abascal. Lo cual no significa que el PP no pueda hacer mejor las cosas. Y una sobre todas las demás: cuando tome una decisión debidamente meditada ha de llevarla adelante sin titubeos ni retractaciones. Ejemplo: el alcalde de Madrid, José Luis Almeida, secundó una propuesta de Vox sobre la información a las gestantes del llamado ‘síndrome postaborto’, y pocas horas después se desmentía. Error.

No ha sido un error de Juan Manuel Moreno Bonilla, sin embargo, cesar a la consejera de Salud y Consumo por el grave fallo en la comunicación diagnóstica a cientos de mujeres cribadas para tratar, si lo tuvieran, el cáncer de mama. El presidente de la Junta, con esa y otras medidas, practica el principio de responsabilidad política que no atendió Sánchez con su ministra de Igualdad, Ana Redondo, que es la responsable de un fallo en el sistema de detección digital de protección a las mujeres amenazadas de violencia machista. Esa asimetría no puede valorarse como debilidad del PP, sino como una fortaleza, por más que el Gobierno, a través de sus portavoces y su agitación mediática, siempre secundado por Vox, le monten a los populares un Cafarnaúm.

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Otros capítulos son mejorables, pero las políticas populares nunca podrán disponer del efectismo que maneja Vox (que no gestiona prácticamente nada en ninguna administración) ni, mucho menos, del que utiliza la Moncloa, en donde se amasa la ética del engaño con una maestría contumaz.

Luego, y aunque actúen como la ley de la gravedad que no se ve, pero existe, están las tendencias globales que se resumen en el signo de los tiempos: no hay país democrático que se libre del populismo de uno y otro lado, ni que deje de experimentar el incremento de las fuerzas extremas (Alemania, Portugal, Francia, Reino Unido) ni que pueda sustraerse a las llamadas ‘nuevas reglas’ mundiales del trumpismo. Sin embargo, a diferencia de muchas otras sociedades, la española mantiene al PP en un nivel de respaldo electoral muy alto. Ganó las elecciones de 2023 y el consenso demoscópico actual es que las volverá a ganar.

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Los electores potenciales del PP que migran a Vox lo hacen, muchos, porque sobre la organización de Feijóo sigue planeando la sombra del ‘rajoyismo’ que, con una mayoría absoluta entre 2011 y 2015 de 186 diputados, en un contexto económico difícil, pero con un cheque casi en blanco del electorado, mantuvo sin tocar la obra del 'zapaterismo', estuvo ausente y desnortado en el proceso separatista catalán, renunció a componer un panel de ideas consistente, precipitando su gestión en la sima de la burocracia, apostó por la tecnocracia y, a la postre, incubó por falta de energía, de estrategia y de innovación todos los males que trajo el socialismo destructivo de Zapatero.

Y contempló pasivamente fenómenos que se han convertido en estructurales: la fragmentación del Congreso que emergió en las elecciones de 2015, la rutina bipartidista en el manejo de sus relaciones con el nacionalismo y el arraigo de la extrema derecha de Vox, y entre otras omisiones, la falta de determinación ante la corrupción. Estas circunstancias favorecieron en la organización popular corrientes que hoy son las que plantean a Feijóo problemas de coherencia estratégica y cohesión ideológica.

El temor en algunos, la sospecha en no pocos y la irritación en muchos de sus electores es que el PP y su presidente no ofrezcan una ruptura clara y terminante con el ‘rajoyismo’ que concluyó con la humillante moción de censura que el gallego siguió a distancia, sustituido en su escaño por el bolso de la vicepresidente Soraya Sáenz de Santamaría. Esa inquietud es como una infección vírica resistente en la actitud dubitativa de cientos de miles de ciudadanos que, de natural y por principios, optarían por el PP y ahora podrían hacerlo por Vox. Despejar la sospecha de que el ‘rajoyismo’ no sobrevive ya en Génova 13 sería muy conveniente para las expectativas de los populares porque daría un perfil contundente a su proyecto sin radicalidades innecesarias.

¿Qué puede hacer una oposición democrática si el Gobierno no presenta por tercer año consecutivo los Presupuestos Generales del Estado?, ¿qué puede hacer si el Gobierno utiliza a discreción los decretos-ley y neutraliza al poder legislativo?, ¿cómo debería comportarse cuando el Gobierno negocia su propia estabilidad en el extranjero con un fugado de la justicia? ... Si descartamos la opción de un boicot institucional, insensato en una oposición que aspire a mantener el sistema democrático, hay muy pocas alternativas.

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