Deslegitimado y bajo sospecha
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José Antonio Zarzalejos

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Deslegitimado y bajo sospecha

Si fuera posible que los cargos penales por los que se investiga y juzga a su entorno se hubieran perpetrado sin su conocimiento, Sánchez demostraría que es un inútil, un inepto. Pero tal hipótesis no es verosímil y, por eso, está bajo sospecha

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Hay momentos en los que es ineludible recurrir a las mentes prospectivas y lúcidas para explicar qué es lo que sucede. Hannah Arendt nos ha dejado un enorme patrimonio de pensamientos articulados que sirven para entender la naturaleza de la política y sus peores adherencias, como la mentira. En su reflexión sobre el totalitarismo, la filósofa judía escribió:

"Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras".

Pedro Sánchez ha trasladado la advertencia de Arendt a la realidad política española. Ha instalado la mentira como instrumento de destrucción de la conciencia crítica de una buena parte de la sociedad española, ha derogado de hecho principios constitucionales esenciales y ha enfrentado a unos contra otros en un ejercicio de irresponsabilidad que, en vez de ser combatido, es aplaudido entusiásticamente por la legión de siervos voluntarios que ha acumulado -a alto coste para el común de la sociedad y del Estado- mediante la dispensación de regalías, viáticos, cargos y beneficios varios.

Por primera vez comparece en una comisión parlamentaria de investigación un presidente del Gobierno en el ejercicio de su cargo. Lo hace en el Senado porque en el Congreso la mayoría caducada que le secunda en sus desafueros ha convertido su vinculación con el secretario general del PSOE en una suerte de complicidad que le permite hoy acudir a la Cámara Alta siendo el jefe del Ejecutivo, sí, pero deslegitimado y bajo sospecha.

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Sánchez está deslegitimado como presidente del Gobierno porque traicionó su programa electoral de 2023 en unas elecciones que perdieron él y su partido. Se mantuvo en el poder, sin embargo, con cuatro pactos, tres expresos (ERC, Junts y PNV) y otro implícito (Bildu), en los que puso el Estado en subasta e introdujo el más formidable ataque al Poder Judicial. Firmó los acuerdos con dos delincuentes condenados (Junqueras y Turull), externalizó la política de las instituciones nacionales al negociar en el extranjero con un prófugo de la justicia (Puigdemont) y despreció todo cuanto aseguró cumpliría.

Esa operación de asalto al poder se ha convertido dos años después en un secuestro mutuo: el suyo por los socios, y de los socios por él. Y la consecuencia está siendo demoledora: se mantiene en la Moncloa sin Presupuestos (ya tres ejercicios consecutivos), ha impulsado una amnistía que transforma la naturaleza normativa de la Constitución y ha prescindido del Parlamento en el que su minoría, siendo ya evidente, se ha formalizado con la ruptura del pacto con Junts. Es un presidente ilegítimo que se mantiene al frente del Gobierno porque ha derogado los usos (y los preceptos literales) constitucionales implícitos en la Carta Magna y que son de general aplicación en toda democracia digna de tal nombre. Y no ocurre lo que debiera suceder en una democracia, porque el "pueblo está sometido al imperio de la mentira" como escribió la filósofa alemana.

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Pero comparece en el Senado también bajo sospecha de responsabilidades penales. Su mujer está imputada por cuatro delitos, su hermano por dos (en fase de juicio oral), el fiscal general del Estado será enjuiciado por el Tribunal Supremo a partir del próximo lunes y sus dos hombres de confianza, secretarios de organización del PSOE, uno en la cárcel (el ‘arquitecto’ de su investidura) y el otro imputado por delitos de corrupción, le delatan.

Si fuera posible que los cargos penales por los que se investiga y juzga a todos ellos se hubieran perpetrado sin su conocimiento, Pedro Sánchez demostraría que es un perfecto inútil, un inepto. Y como tal hipótesis no es verosímil, resulta forzoso suponer que tenía que conocer, de cerca o de lejos, lo que hacían y decían su mujer, su hermano, ‘su’ fiscal general y sus secretarios de organización. ¿Ignoraba también Sánchez el circulante dinerario en efectivo que tal vez él llegó a percibir?, ¿desconocía lo que ayer declararon en el Supremo el exgerente del partido y una empleada de su secretaría? No sabía nada, como cuando, ¡oh sorpresa!, su estrecho colaborador, Francisco Salazar tuvo que salir de la Moncloa por presuntos comportamientos abusivos.

Su comparecencia de hoy en el Senado va a semejar a una reyerta porque Sánchez es un demostrado político navajero, un hombre sin clase ni elegancia moral que no merece el más mínimo respeto político, entre otras muchas razones porque con determinados silencios ha confirmado su confortabilidad con un pasado familiar que le debería estar pesando como una losa.

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Sánchez encaja en el molde del liderazgo que denunció también Hannah Arendt: "La principal cualificación de un líder de masas se ha convertido en una infalibilidad sin fin; nunca puede admitir un error". El próximo día 4 de diciembre se cumplirá el cincuenta aniversario del fallecimiento de esta mujer universal, cuya obra es aconsejable consultar para no caer en la consternación resignada ante lo que pasa en España.

Hay momentos en los que es ineludible recurrir a las mentes prospectivas y lúcidas para explicar qué es lo que sucede. Hannah Arendt nos ha dejado un enorme patrimonio de pensamientos articulados que sirven para entender la naturaleza de la política y sus peores adherencias, como la mentira. En su reflexión sobre el totalitarismo, la filósofa judía escribió:

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