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Jorge Dezcallar

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París vale una misa

La gran cumbre sobre el cambio climático que se celebrará en la capital francesa en diciembre tiene el objetivo de evitar que las temperaturas en nuestro planeta suban más de dos grados a fin de siglo

Foto: Anuncio de la próxima conferencia sobre el cambio climático París2015 en el World Conference Center de Bonn, Alemania, el pasado mes de octubre. (EFE)
Anuncio de la próxima conferencia sobre el cambio climático París2015 en el World Conference Center de Bonn, Alemania, el pasado mes de octubre. (EFE)

El aldabonazo del Papa sonó alto y claro el pasado verano. No le hacen falta divisiones de tanques para influir en el mundo, como pensaba Stalin, que era un ignorante, y lo ha demostrado una vez más con su primera encíclica, 'Laudatio si', que crea una especie de nueva "teología de la ecología", como ha dicho Leonardo Boff, donde pone el acento en el problema del calentamiento global que amenaza con dejar un planeta "de escombros, desiertos y suciedad" que pagarán, como siempre, los más débiles, aquellos cuya vida depende de los ecosistemas más directamente amenazados por el cambio climático, sea en pesca, agricultura o silvicultura.

El Papa ha insistido en destacar el impacto del ser humano sobre el medio ambiente y su relación con la distribución de la riqueza, tocando aspectos tan sensibles como el de la justicia medioambiental, que no se puede disociar del de las responsabilidades históricas, que es algo que a mucha gente no le gusta escuchar. En un simposio posterior celebrado en el Vaticano sobre cambio climático y esclavitud, destacó el coste social del maltrato al medio ambiente porque "la ecología es total, es humana". A diferencia de otros tiempos, este Papa busca una Iglesia que concilie ciencia, religión y sentido común. Ojalá le dejen.

Tras los desacuerdos entre los principales asistentes a la cumbre de Copenhague, ahora se presenta la que algunos definen como la última oportunidad

Su llamada se produjo en un momento oportuno, y ya se sabe que en política el 'timing' lo es todo, porque estamos en vísperas de la gran cumbre sobre el cambio climático que se celebrará en París en diciembre para mantener el esfuerzo iniciado en Kioto en 1997, que fue donde se adoptó el primer régimen legalmente vinculante para reducir las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera. Tras los clamorosos desacuerdos públicos entre los principales asistentes a la cumbre de Copenhague de 2009, ahora se presenta la que algunos definen como la última oportunidad. Suena algo melodramático, pero no les falta razón a quienes así lo afirman. La reunión de París, conocida como COP21, tiene el ambicioso objetivo de evitar que las temperaturas en nuestro planeta suban más de dos grados centígrados a fin de siglo, pues ese es el límite tras el cual se estima que las consecuencias serían irreversibles y muy dañinas para la humanidad.

Para lograrlo, se estima que las emisiones de CO2 deberían disminuir entre un 40% y un 70% de aquí a 2050 y situarse en "casi cero" en 2100. No es fácil por muchas razones, desde la vaguedad del objetivo (recortes entre 40 y 70%) y el enorme esfuerzo económico que representa (en todo caso, menor ahora que dentro de unos años). Según Eurostat, en 2014 las emisiones en la UE han bajado un 5% con relación a 2013, con Eslovaquia y Dinamarca liderando el proceso mientras otros como Bulgaria y Chipre aún contaminan cada día más. España las ha reducido un 2,1%.

Pero la propia UE estima que para bajar las emisiones en un 50% en 2050, los países desarrollados, que son los que históricamente más han contaminado, deberían recortarlas hasta en un 80%. Europa ya se ha comprometido a reducirlas en un 40% en 2050 con respecto a lo que contaminaba en 1990 y los EEUU van a bajar un 28% entre 2005 y 2025. Son buenas noticias. Mientras tanto, China, que sigue consumiendo carbón, la energía más contaminante, y es hoy el país más contaminador del mundo, prevé disminuir sus emisiones solo a partir de 2030, pues hasta entonces seguirán creciendo.

Por otro lado, son muchos los que aún son escépticos y no acaban de creer que el mundo se esté calentando como consecuencia de la actividad humana. Esto ocurre, por ejemplo en los EEUU, el otro país que más ensucia, donde también hay lugares donde las teorías sobre el Creacionismo se enseñan en pie de igualdad con las de la evolución de las especies de Darwin. Según la universidad de Yale, el 71% de los americanos cree que el problema existe pero un 62% piensa que no les afectará durante sus propias vidas y en consecuencia tienden a mirar hacia otro lado. Solo el 51% lo considera una prioridad, y, aún peor, hay gente que se esfuerza en desacreditar los descubrimientos científicos que avalan la existencia del problema: según 'The Guardian', dos organizaciones, Donors Trust y Donors Capital Fund, han donado 125 millones de dólares con este fin. Pero no hay que desanimarse porque las cosas eran peores hace cinco años.

Europa ya se ha comprometido a reducir las emisiones en un 40% en 2050 con respecto a lo que contaminaba en 1990 y los EEUU bajarán un 28% entre 2005 y 2025

Hoy, la mayoría de la gente no discute el calentamiento de la atmósfera como consecuencia de la actividad humana y por eso apoya que se impongan soluciones que sean a la vez científicamente sólidas, políticamente factibles y aceptables por todos, porque todos tenemos que arrimar el hombro ante un problema que es global. Nuestro reto es dar al mundo más energía (los aumentos de consumo son mayores en los países en vías de desarrollo) con menos dióxido de carbono.

Para lograrlo, la cumbre de París pretende lograr por vez primera en la historia un acuerdo que sea a la vez universal y obligatorio, teniendo en cuenta las necesidades y las posibilidades de cada país, algo así como hacer un traje a la medida de cada uno pero cortado con patrones comunes. No en vano, la alta costura francesa domina el mundo de la moda. Para ello se va a crear un fondo anual de 100.000 millones de dólares a cargo de los países desarrollados (dinero procedente de fuentes públicas y privadas) para ayudar a los países en vías de desarrollo a combatir el calentamiento del planeta sin poner en riesgo su propio crecimiento. Y ello por razones de justicia, lo que se llama "responsabilidades comunes pero diferenciadas", para no interferir en la mejora de la calidad de vida de sus habitantes.

En la misma línea, se trata de concienciar a comunidades, ciudades, empresas o asociaciones en la línea apuntada por el proyecto Nazca, lanzado en la cumbre sobre el clima celebrada en Lima el pasado año, pues la tarea nos incumbe a todos. A cambio de esta ayuda, cada país debe fijarse unos objetivos y luego cumplirlos bajo supervisión internacional, lo que no será fácil, pues ya China, por ejemplo, se ha negado a aceptarla. En la COP21, se prevé que cada cinco años se pueda evaluar el nivel de cumplimiento de los compromisos asumidos a fin de poder introducir los ajustes necesarios.

Lo que no nos podemos permitir es dar una patada hacia adelante a la lata y dejar el problema para mañana, porque este mundo es el único que tenemos

Veremos qué ocurre finalmente en París, pues los compromisos actuales siguen siendo insuficientes para evitar que la Tierra se caliente más de dos grados, según afirma un estudio de la ONU publicado el pasado octubre, que dice que al día de hoy las emisiones de CO2 a la atmósfera siguen creciendo aún y que de hecho dentro de 15 años serán un 45% mayores que en 1990.

La buena noticia es que los grandes contaminadores, China y los EEUU, están por la labor, y que también otros que ensucian mucho, como Brasil o la India, han hecho público su compromiso de reducir emisiones, al igual que han hecho otros hasta un total de 147 países (la ONU tiene 193 miembros) que expulsan hacia la atmósfera común el 90% del total de las emisiones del planeta. Eso es cuatro veces más que los compromisos adoptados en Kioto, aunque queden todavía una cincuentena de países por 'retratarse', y entre ellos algunos tan contaminadores como Arabia Saudí, Venezuela o Qatar, que todavía hay esperanza de que anuncien sus compromisos antes de la reunión. Es el camino a seguir, aunque todavía no es suficiente, pues con los compromisos actuales la temperatura del planeta aún subirá 2,7 grados centígrados a fin de siglo, según estimaciones de la ONU.

Lo que no nos podemos permitir es dar una patada hacia adelante a la lata y dejar el problema para el día de mañana, porque este mundo es el único que tenemos y es el que vamos a dejar a nuestros hijos. No hay otro. Y el Papa nos lo ha recordado. Ese es el reto histórico al que se enfrenta la COP21. La alternativa es la que proponía Stephen Hawking en su última visita a Canarias, el pasado verano, cuando recomendaba pensar en colonizar otros mundos para cuando dejemos este inservible. Pero eso es muchísimo más caro e inseguro que actuar ahora, y la cumbre de París nos da esa oportunidad. No hay que desaprovecharla.

El aldabonazo del Papa sonó alto y claro el pasado verano. No le hacen falta divisiones de tanques para influir en el mundo, como pensaba Stalin, que era un ignorante, y lo ha demostrado una vez más con su primera encíclica, 'Laudatio si', que crea una especie de nueva "teología de la ecología", como ha dicho Leonardo Boff, donde pone el acento en el problema del calentamiento global que amenaza con dejar un planeta "de escombros, desiertos y suciedad" que pagarán, como siempre, los más débiles, aquellos cuya vida depende de los ecosistemas más directamente amenazados por el cambio climático, sea en pesca, agricultura o silvicultura.

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