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Política provinciana frente a la trampa yihadista
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Jorge Dezcallar

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Política provinciana frente a la trampa yihadista

El Estado Islámico utiliza el terrorismo como instrumento al servicio de sus objetivos de dominación mundial, como pretenden todos los malvados de las películas de James Bond

Foto: Militantes del ISIS ondean banderas del grupo durante un desfile militar en Raqqa, Siria. (Reuters)
Militantes del ISIS ondean banderas del grupo durante un desfile militar en Raqqa, Siria. (Reuters)

Hay quien dice que es el momento de la guerra y no son belicistas, mientras otros afirman que es el de la paz, sin ser por eso pacifistas ingenuos. Ambos tienen razón porque la decisión no es nuestra sino que nos viene impuesta. Los atentados de París y el último de Los Ángeles parecen diseñados para provocarnos, para que ataquemos al Estado Islámico y permitirle levantar su negra bandera contra la de los nuevos cruzados, reclutando así el doble o triple del número de víctimas que puedan hacer los bombardeos, y convertir en sospechosos a los musulmanes que viven entre nosotros, acentuando su 'alienidad' y su crisis de identidad en la esperanza de convertirlos en una quinta columna que un día sirva a sus intereses. ¿Estamos cayendo en su juego? Pero la tentación de inhibirnos y dejarles que se maten entre sí en el sangriento conflicto que enfrenta a suníes con chiíes y a islamistas con laicos no nos vale, porque son ellos los que vienen a buscarnos. Quieren que les bombardeemos, que caigamos en su trampa. Y no es fácil zafarse.

No nos persiguen por lo que hacemos sino por lo que somos. A una mítica medieval pero que no desdeña las más modernas tecnologías, que esclaviza, degüella y destroza cuantas obras de arte no contrabandea, le resultan incomprensibles y peligrosas ideas como democracia, libertad de expresión o de religión e igualdad de género, porque van contra la misma letra del Libro Sagrado, revelado por Dios e inmutable en su contenido.

En París siguen las detenciones semanas más tarde, Hollande ha ganado popularidad con su gestión de la crisis y enviando un portaaviones tan simbólico como ineficaz, mientras el miedo puede haber jugado tanto a favor como en contra de Le Pen en las últimas legislativas, pero es una falsa calma porque el enfrentamiento es total y no lo podemos rehuir a menos que estemos dispuestos a renunciar a nuestros valores.

Que no digan que se trata de represalias porque los españoles no habíamos matado a ningún iraquí cuando nos atacaron el 11-M

El enemigo nos busca en nuestra misma tierra, eligiendo el qué, el cómo y el cuándo de su ataque y si le esperamos, cuando queramos reaccionar ya será tarde. Vino a buscar a modestos trabajadores en unos trenes que saltaron por los aires en la madrugada del 11-M en Madrid y ha regresado para matar a jóvenes que se divertían en la noche parisina, a hombres que oraban en una mezquita libanesa, a familias bronceadas que regresaban a Moscú después de bucear en Sharm el Sheikh o a manifestantes que bailaban en Ankara o que celebraban la Navidad en Los Ángeles. Más de 500 asesinatos en un mes. Antes había estrellado aviones contra edificios de Washington y Nueva York. Y que no digan que se trata de represalias porque los españoles no habíamos matado a ningún iraquí cuando nos atacaron el 11-M y de hecho ni se sabía que iba a haber una guerra en Irak cuando comenzaron sus siniestros preparativos.

Pero hay una diferencia entre Nueva York y Madrid con lo ocurrido ahora. Aquellos atentados fueron dirigidos o inspirados por Al Qaeda, que es una franquicia terrorista. Los actuales son obra del Estado Islámico, que es más que un grupo terrorista, es un Estado que utiliza el terrorismo como instrumento al servicio de sus objetivos de dominación mundial, como pretenden todos los malvados de las películas de James Bond, pues el autoproclamado califa pretende nada menos que el liderazgo espiritual y material sobre toda la comunidad de creyentes (incluyendo la 'liberación' de los territorios que un día estuvieron islamizados, como Al Andalus), y la destrucción de los infieles. O sea, usted y yo.

Por eso es que no hay escapatoria y la discusión de si estamos o no en guerra es ociosa. Estamos, pero no porque queremos sino porque nos la hacen y nos la traen a nuestro suelo. Ahora Francia ha pedido ayuda y España ha perdido una magnífica oportunidad para dar un paso al frente y ofrecerla, como han hecho británicos y alemanes, que saben que su seguridad no está garantizada y que hay que ganarla. Nuestros políticos son muy provincianos.

Hemos de ser capaces de arrebatarles la bandera de la mística revolucionaria, recurriendo a los medios de seducción de masas que ellos tan bien dominan

Hay muchas formas de ayudar a Francia y es evidente que los bombardeos por sí solos no acabarán con el monstruo. Hace más de un año que una coalición internacional liderada por los EEUU está tirándoles bombas sin ni siquiera haber mermado el número de sus combatientes, que se reponen con rapidez gracias a sofisticados mecanismos de reclutamiento que hacen que los jóvenes inadaptados y con crisis de identidad, o idealistas en un mundo sin expectativas, acudan a la bandera negra del Daesh.

La lucha es total, por los cuerpos y por las almas, y hemos de ser capaces de arrebatarles la bandera de la mística revolucionaria, recurriendo también a los mismos medios de seducción de masas que ellos tan bien dominan. Porque solo el islam podrá vencer al islam. Y habrá que acabar pisando el terreno, como ya empiezan a entender los norteamericanos muy a su pesar, y para eso pueden servir grupos locales apoyados desde el exterior... si encontramos algunos que sean fiables.

Y cuando el monstruo esté abatido, habrá que reconstruir Siria e Irak. En la primera, promoviendo un proceso de reconciliación nacional con grandes aportaciones económicas y humanitarias, y en la segunda, reincorporando a la minoría suní a los ámbitos de decisión política y económica del país. Y encontrando un acomodo satisfactorio para los kurdos y otras minorías. Tarea de titanes que explica las reticencias a involucrarse en estas ciénagas.

Todo eso exige una acción concertada de la comunidad internacional, donde es difícil conjugar las agendas contrapuestas de americanos, iraníes, rusos, turcos, monarquías del Golfo, y del mismo régimen de Damasco y de los sirios que este no ha logrado matar. Conciliar tan diversas agendas muestra lo complicado de intentar poner en pie una coalición, que, tras las experiencias de Irak y Libia, exige también una clara estrategia posconflicto y de salida.

El derribo del avión ruso por Turquía y otro incidente marítimo más reciente son buena prueba de estas dificultades, que solo están empezando. Pero que sea difícil no autoriza a mirar los toros desde la barrera. Es nuestra propia seguridad la que está en juego y somos nosotros quienes debemos protegerla, porque si no vamos nosotros a por ellos, vendrán ellos a por nosotros. Porque no tengan ninguna duda, en cuanto puedan, harán otros atentados. Por eso caemos en su trampa, porque no hay otra salida que acabar con el monstruo.

Hay quien dice que es el momento de la guerra y no son belicistas, mientras otros afirman que es el de la paz, sin ser por eso pacifistas ingenuos. Ambos tienen razón porque la decisión no es nuestra sino que nos viene impuesta. Los atentados de París y el último de Los Ángeles parecen diseñados para provocarnos, para que ataquemos al Estado Islámico y permitirle levantar su negra bandera contra la de los nuevos cruzados, reclutando así el doble o triple del número de víctimas que puedan hacer los bombardeos, y convertir en sospechosos a los musulmanes que viven entre nosotros, acentuando su 'alienidad' y su crisis de identidad en la esperanza de convertirlos en una quinta columna que un día sirva a sus intereses. ¿Estamos cayendo en su juego? Pero la tentación de inhibirnos y dejarles que se maten entre sí en el sangriento conflicto que enfrenta a suníes con chiíes y a islamistas con laicos no nos vale, porque son ellos los que vienen a buscarnos. Quieren que les bombardeemos, que caigamos en su trampa. Y no es fácil zafarse.

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