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Influencia menguante
Nuestra influencia en política exterior es menos entretenida y no para de decrecer desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero, sin que la tendencia haya revertido durante el de Rajoy
Lo de menguante suena a Luna, pero esta lo compensa con la fase creciente que inevitablemente la sigue. En medio están las noches sin Luna y la Luna llena. Nuestra influencia en política exterior es menos entretenida y no para de decrecer desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero, sin que la tendencia haya revertido durante el de Rajoy, a pesar del espejismo de nuestra apretada elección para un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad durante el bienio 2015-2017, o haber tenido a un par de españoles representando a la ONU en Libia o a la Unión Europea en el Sahel. Éxitos de nuestra diplomacia que no palían nuestra ausencia de otros foros internacionales donde se toman las grandes decisiones de nuestro tiempo.
En la época de Felipe González, España tuvo una política exterior de verdad: ingresamos en el Mercado Común, en la OTAN (gracias a la visión y a la ayuda de Leopoldo Calvo Sotelo), establecimos relaciones diplomáticas con Israel y colocamos a españoles al frente de la OTAN, del Consejo de Europa, del Comité Olímpico Internacional... Nuestra opinión pesaba en los consejos europeos, a Felipe le escuchaban Kohl, Thatcher y Mitterrand y nuestros soldados comenzaron a participar con éxito en misiones de Paz de las Naciones Unidas.
Fue una etapa dominada por un gran ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez (1985-1992), al que siguió Javier Solana, y en ella España logró pelear por encima de su peso en el campo de la política exterior, algo que explica muy bien Francisco Villar en un reciente libro de expresivo título: 'La transición exterior de España: del aislamiento a la influencia (1976-1996)'.
Y nuestra influencia exterior continuó, aunque de forma diferente, en la época de Aznar, que también tenía una visión de lo que quería para España en el mundo y tuvo el apoyo de Matutes y Piqué. Su pelea en el Tratado de Niza obtuvo un tratamiento muy favorable a los intereses españoles en Europa, y su forma de tratar el incidente de Perejil nos hizo más respetados en el norte de África como "otro país con capacidad para proyectarse militarmente en la zona del Estrecho en defensa de sus intereses", lo que introducía una variable estratégica nueva en la región, mientras a los italianos les llegaba a preocupar la posibilidad del 'sorpasso'.
Acertada o no, Aznar tenía una política exterior, tenía lo que los anglosajones llaman 'una visión' de dónde quería ver situada España en el ámbito internacional
La mala relación personal de Aznar con Chirac, reacio a reconocer la nueva estatura española, le impidió adherirse al corazón franco-alemán de Europa y le lanzó en brazos del oportunista inteligente y también periférico que era Blair, y este le llevó hasta un Bush que se aprovechó de su ambición de lograr para España un lugar entre los más grandes. El verse invitado a Camp David y poner los pies encima de la mesa fumándose un puro le llevó a hacerse la foto de las Azores y le embarcó en la aventura de Irak, que trató de negociar con contrapartidas que nunca se obtuvieron. En mi opinión, sin Chirac, esta deriva atlántica nunca se hubiera producido. Pero, acertada o no, Aznar tenía una política exterior, tenía lo que los anglosajones llaman 'una visión' de dónde quería ver situada España en el ámbito internacional.
No se puede decir lo mismo de Rodríguez Zapatero o de Rajoy, que ni parecen haber entendido la política exterior ni están cómodos con ella. La crisis económica que Zapatero se empeñaba en negar agotó todas sus energías a pesar de los voluntariosos esfuerzos de Miguel Ángel Moratinos, que descubrió a su pesar que el recorrido de un ministro de Exteriores es muy corto si no tiene el respaldo de su presidente. Y lo mismo le ha ocurrido a Rajoy, que ha tenido que aplicar políticas de enorme coste social para no acabar como Irlanda o Portugal, y a quien tampoco ha ayudado la deriva secesionista de Cataluña.
Sin una economía sólida y un país cohesionado, no hay forma de hacer una política exterior creíble, que necesita medios económicos, militares y cooperación
España es hoy un país ensimismado que cuenta muy poco en el mundo. Es un axioma que sin una economía sólida y un país cohesionado, no hay forma de hacer una política exterior creíble, que necesita de medios económicos, militares y de cooperación. Pero también es verdad que dudo mucho que tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy tengan una idea clara de cuál es nuestro papel en el mundo y de cuáles son nuestros objetivos. Y eso es una tragedia porque no hay viento bueno para el barco que no sabe adónde va y es difícil hacer camino cuando se ignora el destino.
La consecuencia es que hoy el peso internacional de España ha disminuido: no he visto reacción española al debate sugerido por Hollande sobre las carencias que la crisis griega ha puesto de relieve en la construcción de ese núcleo duro europeo que es la zona euro, de la cual somos la cuarta economía. Por el contrario, hemos asumido el papel de escuderos de la implacable posición alemana cuando nuestros intereses, con todas las cautelas necesarias, van en contra de tanta austeridad y nos conviene una reactivación económica creadora de empleo. Hemos brillado por nuestra ausencia en toda la crisis de Ucrania, a pesar de la enorme gravedad de la anexión de Crimea, y mantenemos una política ambigua y de perfil bajo sobre Rusia, cuyo expansionismo es asunto capital para el continente europeo.
Bush nunca vino a España por la forma en que Zapatero sacó nuestras tropas de Irak y tampoco lo ha hecho Obama a pesar de que le hemos permitido estacionar en Rota cuatro fragatas con misiles AEGIS y en Morón a una fuerza de despliegue rápido en África. Ambas cosas me parecen bien, lo que no me lo parece es que no hayamos sido capaces de negociar contrapartidas.
Después de haber apoyado procesos de paz centroamericanos en Guatemala, El Salvador (González asistió a la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y el FMLN) y Nicaragua, mientras generales españoles mandaban los contingentes de Naciones Unidas en la región (ONUCA, ONUSAL) y facilitábamos los primeros contactos del Gobierno de Colombia con las FARC, ahora no hemos tenido ningún papel en la reconciliación entre cubanos y norteamericanos pese a los esfuerzos que hizo en su día Moratinos, hasta el punto de que siendo yo embajador en Washington, el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, quiso venir a almorzar a mi residencia para hablar del asunto.
Jugamos en una liga por debajo de nuestra categoría, sin que haya razones objetivas que lo justifiquen, como no sea la mediocridad de nuestros dirigentes
También es clamorosa nuestra ausencia del delicado proceso de paz de Colombia, que cuenta con el apoyo de noruegos, chilenos, cubanos y venezolanos. Nos hemos limitado a ofrecer nuestra presencia en el Consejo de Seguridad para hacer el seguimiento de los compromisos de desarme que se adopten. En Iberoamérica, en general, donde tenemos afinidad cultural e inversiones muy importantes, bastaría un poco de interés político para multiplicar nuestra influencia.
Tampoco hemos sido invitados a la Conferencia de Viena sobre el Estado Islámico, donde participaron Alemania, Francia, Reino Unido e Italia... y miramos para otro lado ante la expansión del Estado Islámico en Libia, como si estuviera lejos y no nos afectara. No ha venido a España el presidente de Irán, Rohani, en su reciente gira europea de marcado carácter económico y comercial. Tampoco nos incluyó Hollande en la que hizo para pedir ayuda tras los atentados terroristas de París y en el curso de la cual visitó a Cameron, Obama, Putin, Merkel y Renzi... pero no a Rajoy. Tiene razón, ¿para qué venir a verle si el ministro de Asuntos Exteriores anuncia su disposición a sustituir a tropas francesas en Malí y al día siguiente la vicepresidenta le desmiente cuando se entera del atentado de Bamako?
Hemos perdido una gran ocasión para ofrecer a Francia nuestro apoyo antes de que lo hicieran los demás. Faltan reflejos diplomáticos y falta agradecimiento tras el apoyo que Francia nos dio en nuestra lucha contra ETA. La guinda ha sido la visita a París de Raúl Castro, que devuelve la de Hollande a Cuba, y convierte a Francia en su interlocutor privilegiado en Europa. Una bofetada que no alivia la venida a España del vicepresidente Cabrisas, mientras Hollande toma otro avión hacia Argentina.
Y el martes 9 de febrero se reunieron discretamente en Roma los ministros de Exteriores de Alemania, Italia, Francia, Holanda, Luxemburgo y Bélgica, los seis miembros fundadores de la Unión Europea, para hablar del futuro de Europa. En otra época, al menos hubiéramos intentado ser invitados, aunque fuera como oyentes, que para algo somos la cuarta economía de la zona euro.
En política exterior no hay término medio: si no la haces, te la hacen los demás. Y no es a tu medida
Son ejemplos que muestran la decadencia de nuestra política exterior. Duele ver que hoy tenemos muy poco peso en Bruselas, que no hemos logrado colocar al ministro De Guindos al frente del Eurogrupo, que no asumimos liderazgo en cuestiones en las que podríamos hacerlo por nuestra experiencia, como en terrorismo o en el drama de los refugiados, y que, en definitiva, hoy por hoy jugamos en política internacional en una liga por debajo de nuestra categoría, muy por debajo, sin que haya razones objetivas que lo justifiquen, como no sea la mediocridad de nuestros dirigentes, pues tenemos un magnífico servicio diplomático... que no utilizan. Será deformación profesional, pero a mí me duele porque no tiene por qué ser así y porque en el ámbito de la política exterior no hay término medio: si no la haces, te la hacen los demás. Y no es a tu medida.
Lo de menguante suena a Luna, pero esta lo compensa con la fase creciente que inevitablemente la sigue. En medio están las noches sin Luna y la Luna llena. Nuestra influencia en política exterior es menos entretenida y no para de decrecer desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero, sin que la tendencia haya revertido durante el de Rajoy, a pesar del espejismo de nuestra apretada elección para un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad durante el bienio 2015-2017, o haber tenido a un par de españoles representando a la ONU en Libia o a la Unión Europea en el Sahel. Éxitos de nuestra diplomacia que no palían nuestra ausencia de otros foros internacionales donde se toman las grandes decisiones de nuestro tiempo.