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Una patada hacia delante
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Jorge Dezcallar

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Una patada hacia delante

Ahora hemos cedido y no hay garantías de que los británicos vayan a saltar de gozo ante lo que han logrado, mientras se abre el melón de que haya que hacer concesiones a otros

Foto: Cameron, tras la reunión en Bruselas. (Reuters)
Cameron, tras la reunión en Bruselas. (Reuters)

Se puede interpretar el resultado del Consejo Europeo de Bruselas como un éxito o un fracaso. Lo siento, sé que voy a contracorriente, pero no puedo estar de acuerdo con lo que los Jefes de Estado y de Gobierno de los 28 han acordado a altas horas de la madrugada para teatralizar convenientemente la dificultad de la negociación y para que todos comprendamos el esfuerzo y el altruismo de su decisión. Y menos aún con la declaración de nuestro presidente en funciones cuando dijo a la televisión que llegaba "a ayudar a Cameron" cuando de lo que se trata es de ayudar a Europa, que bien lo necesita.

Donald Tusk, presidente del Consejo, ha resumido lo acordado diciendo que "en tiempos excepcionales se necesitan acuerdos excepcionales", para lo que en mi opinión es un torpedo en la línea de flotación de la aspiración recogida en el artículo 1 del Tratado de la Unión Europea de lograr "una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa". Se ha salvado un escollo grave a costa de comprometer el futuro. Mal negocio.

El que no esté de acuerdo no quiere decir que no comprenda la razón por la que el Consejo ha actuado así. En una Europa debilitada y con crisis económica, financiera, política y hasta de identidad, la salida de un país tan importante como el Reino Unido se habría visto como una derrota del proyecto europeo, que se concibe como algo que va hacia adelante y no hacia atrás. Si el Reino Unido nos abandona, puede que la UE se integrara con más facilidad y funcionara mejor, pero puede que se estancara en un marasmo de confusión y también cabe que diera el pistoletazo de salida a ulteriores excepciones y divisiones que acabaran con el proyecto europeo.

El Reino Unido ha sido siempre visto también como el caballo de Troya de los EEUU en Europa y por eso Washington no desea su salida de la UE

De lo que no hay duda es que nuestra propia esencia se vería afectada. Y, sin embargo, la salida de un país miembro está prevista en el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, que prevé un plazo de dos años y exige un acuerdo previo de separación y la negociación de un marco de relación futura. Esto es más fácil decirlo que hacerlo pues implica complicados nuevos repartos de poder y equilibrios internos entre los que se quedan, como número de votos, cuotas de personal, aumentos en los porcentajes de contribución al presupuesto común para cubrir el déficit que deja el ausente, número escaños en el Parlamento Europeo, etc.

El centro de gravedad de la Unión se desplazaría, se podrían poner en marcha fuerzas centrífugas con gran poder destructivo y desde el punto de vista de la Defensa perderíamos mucho, pues el Reino Unido es la otra potencia nuclear del continente y dispone, con Francia, de las únicas fuerzas armadas con capacidad real de proyección exterior. Si ya somos casi inexistentes en Defensa, la salida del Reino Unido nos garantizaría la práctica desaparición del escenario internacional.

También cambiaría nuestra política exterior, donde Londres, cómoda con su carácter estrictamente intergubernamental, ha tenido un papel importante. Un ejemplo es el firme apoyo británico a la integración de Turquía frente a las reticencias de otros socios (aunque no es de excluir que este apoyo tenga el bonus añadido de obstaculizar nuestra homogeneidad interna). El Reino Unido ha sido siempre visto también como el caballo de Troya de los EEUU en Europa y por eso Washington no desea su salida de la UE. Así lo afirma Richard Haas, presidente del Council of Foreign Relations, en un artículo reciente, y lo mismo piensa Obama, que considera la relación con Europa la "piedra angular" (cornerstone) de la política de Defensa norteamericana.

La UE acuerda un 'estatus especial' para el Reino Unido.

Así que, tanto desde el punto de vista institucional como geopolítico, la salida del Reino Unido nos haría un buen agujero que ninguno deseamos. Como se lo haría a la OTAN un previsible posterior desacuerdo entre Edimburgo y Londres debido a las bases en territorio de Escocia. Desde el punto de vista económico creo que el problema sería mayor para Londres, dada la diferencia de magnitudes en juego, pues el PNB europeo es de 13,5 billones de euros y el británico de tres billones. De hecho ya hay quien ha evaluado esa salida en 6 puntos porcentuales de PIB para el Reino Unido, que se alejaría además de un mercado de 500 millones de consumidores y 13 billones de euros con el que tiene un fuerte déficit comercial.

El Reino Unido representa el 12,5% de la población europea y el 14,8% de su economía y solo el 20% de sus exportaciones van fuera de la UE. La negociación sobre el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) entre Bruselas y Washington continuaría, pero dejando fuera al Reino Unido. Mal negocio para Londres.

Pero comprender la decisión del Consejo no implica ignorar el precio que hemos tenido que pagar al reconocer, una vez más, la excepcionalidad británica, como ya hizo Thatcher con el llamado "cheque británico". No nos engañemos: el Reino Unido no ha querido nunca una Europa integrada, no participa en ninguno de los muchos proyectos integradores y desde luego no lo hace en los dos más importantes: la supresión de fronteras interiores del Acuerdo de Schengen y la Unión Monetaria. Lo que de verdad le gustaría a Londres es convertir la UE en una zona de libre cambio lo más extensa y menos integrada posible. Desde George Canning (ministro de Jorge IV) para acá, no ha sido otra su política sobre "el Continente": evitar que surgiera ninguna potencia hegemónica y arbitrar ellos sobre los equilibrios resultantes. Y no les ha ido nada mal.

El Reino Unido no ha querido nunca una Europa integrada. Lo que de verdad le gustaría es convertir la UE en una extensa zona de libre cambio

En la carta que Cameron le envió al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, el pasado 10 de noviembre, le pedía "un nuevo arreglo (settlement) para el Reino Unido en una Europa reformada". No ocultaba sus intenciones, no se trataba solo de conseguir mejores condiciones para Londres, un estatuto especial, sino de que nosotros cambiáramos también nuestra esencia y nuestros objetivos. Se trata de saber si queremos que la UE sea una organización internacional o supranacional. Nada menos.

Sus demandas estribaban en impedir que las decisiones de la Zona Euro afecten a los intereses de la City de Londres como principal plaza financiera europea; en exigir menor regulación y aplicación al máximo del principio de subsidiariedad (que no son malas ideas); en renacionalizar políticas de forma que se refuerce el papel de los parlamentos nacionales frente al Parlamento Europeo, llegando a poder vetar sus decisiones; y en posponer la puesta en práctica del principio de libre circulación de personas a nuevos miembros hasta que la economía se recupere (el desempleo británico es de un envidiable 5%), y que los inmigrantes comunitarios tengan que cotizar cuatro años antes de obtener ciertos beneficios sociales en el Reino Unido.

Es en torno a este último punto donde se han centrado las últimas discusiones, pues la oleada de refugiados que llega de la terrible carnicería siria ha movilizado a todos los populismos y xenofobias de las islas. Y Cameron se ha llevado el gato al agua, pues el acuerdo de Bruselas socava el principio de libertad de circulación dentro de la UE con el argumento de que no es tanto un mercado único como una "unión social" (Merkel dixit). Y no es consuelo que Londres solo haya logrado anular el principio de igualdad de los ciudadanos de la UE durante 7 años en lugar de los 13 que pretendía, porque el desaguisado jurídico es el mismo ya que se vulneran el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea que prevé "la abolición de toda discriminación por razón de la nacionalidad" y el artículo 21,2 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, que dice lo mismo.

En Munich, Daladier y Chamberlain le dejaron a Hitler quedarse con los Sudetes checos. Cedieron y no lograron evitar la guerra. Pasa como con algunos catalanes que están decididos a convertirse en Albania pese a quien pese. Ahora hemos cedido y no hay garantías de que los británicos vayan a saltar de gozo ante lo que han logrado, mientras se abre el melón de la posibilidad de que el año próximo haya que hacer concesiones a Marine Le Pen o a cualquier otro que exija otra "relación especial". Por eso me parece muy grave lo que ha ocurrido.

Cameron, convertido tras su negociación en ferviente europeísta de una Europa más débil, hará campaña por el sí, pero ya hay voces en Gran Bretaña que tildan de escaso lo conseguido y que harán campaña por el no, a comenzar por su propio ministro de Justicia. Las encuestas de estos días pasados daban unos resultados ajustados, con ligera mayoría por seguir en la UE. Los 'tories' están más divididos mientras los 'laboristas' están por el sí, al igual que los nacionalistas escoceses, y queda un porcentaje alto, en torno al 20%, de indecisos. Alrededor del 'no' se agrupan no solo los euroescépticos de UKIP, ganador de las ultimas elecciones europeas y del 12% en las legislativas de 2015 (lo que metió el miedo en el cuerpo a Cameron), sino también los descontentos con la crisis económica, los xenófobos de toda laya y los que están en contra del gobierno Londres, diga lo que diga.

A mí me pide el cuerpo es coger el órdago británico y 'verlo' mientras seguimos trabajando en favor de "esa unión cada vez más estrecha"

Aun así, si hay un pueblo pragmático en el mundo son los británicos, como reconocía don Salvador de Madariaga en 'Ingleses, franceses y españoles' y por eso lo que a mí me pide el cuerpo es coger el órdago británico y 'verlo' mientras seguimos trabajando en favor de "esa unión cada vez más estrecha". Como en el mus. Porque estoy convencido de que nunca darán el salto en el vacío de la incertidumbre, de las grandes desventajas y de la soledad en las que les dejaría quedarse fuera de Europa. Hay que ayudarles a que se den cuenta de que ya no tienen un imperio alrededor y de que los Estados Unidos están cambiando poco a poco hacia Alemania la 'relación especial' que con ellos han mantenido desde hace años.

Por eso echo de menos a De Gaulle, porque les conocía, no se arrugó y les plantó cara. Y porque lo que nos jugamos es el futuro. O Europa se une y es capaz de defender con una sola voz y con fuerza sus intereses en el mundo o desapareceremos como actor con capacidad de influir en la Historia. Y lo ayer acordado va en sentido contrario.

Se puede interpretar el resultado del Consejo Europeo de Bruselas como un éxito o un fracaso. Lo siento, sé que voy a contracorriente, pero no puedo estar de acuerdo con lo que los Jefes de Estado y de Gobierno de los 28 han acordado a altas horas de la madrugada para teatralizar convenientemente la dificultad de la negociación y para que todos comprendamos el esfuerzo y el altruismo de su decisión. Y menos aún con la declaración de nuestro presidente en funciones cuando dijo a la televisión que llegaba "a ayudar a Cameron" cuando de lo que se trata es de ayudar a Europa, que bien lo necesita.

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