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No es fascismo
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Jorge Dezcallar

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No es fascismo

Por mucho que se haga uso de la palabra, lo cierto es que los fenómenos que estamos viendo en varios países se enmarcan en una dinámica de populismo xenófobo

Foto: Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

Por ignorancia o por pereza o por llamar la atención, lo cierto es que algunos tienden a expresarse con notable falta de rigor. Así, estos días se habla mucho de un articulo publicado por Robert Kagan en 'The Washington Post' titulado "Así es como el fascismo llega a América", en el que se refiere al peligro que puede representar su retorno a comienzos del siglo XXI. Kagan es un politólogo prestigioso que trabaja en la Brookings Institution y que se pregunta si no estaremos viviendo uno de esos momentos históricos, un parteaguas político que nos hará preguntarnos el día de mañana por qué no reaccionamos cuando todavía estábamos a tiempo. Algo así como en la famosa frase atribuida a Bertold Brecht que decía que cuando vinieron a buscar a los comunistas yo no hice nada porque no era comunista, cuando vinieron a por los judíos tampoco moví un dedo porque yo no era judío, y cuando por fin vinieron a buscarme a mí ya era tarde para reaccionar y defenderme. O algo parecido.

Todo esto viene a cuento del inesperado y preocupante triunfo de Donald Trump en las primarias del Partido Republicano, el GOP (Grand Old Party) de Abraham Lincoln, sobre cuya Biblia, por cierto, juró su cargo Barack Obama, a pesar de ser demócrata, en un acto que él quiso cargado de simbolismo y de recuerdo hacia el presidente que abolió la esclavitud. Y es en ese mismo país donde abundan quienes no se muerden la lengua y tachan a Donald Trump de fascista por sus afirmaciones de echar a los mexicanos de los EEUU y luego obligarles a levantar un muro a lo largo del Río Grande "pagado por ellos", o de negar la entrada a musulmanes mientras siga habiendo atentados terroristas atribuidos o reivindicados por grupos islamistas radicales.

Un hombre que hace comentarios despreciativos sobre jueces de origen mexicano o de religión musulmana y que al mismo tiempo alaba a Putin, nacionalista agresivo y machista homófobo, y dice que se llevaría bien con él, mientras que no renuncia a utilizar la cita de Mussolini de que "es mejor vivir un día como un león que 100 como una oveja" (entre nosotros, se dice algo muy parecido: mejor morir de pie que vivir de rodillas), y cuando se le pregunta si no le preocupa que le asocien con el dictador italiano responde que lo importante es la corrección de la cita y no su procedencia. Por todo esto, George Clooney le ha llamado "fascista xenófobo" y Enrique Peña Nieto, presidente de México y comprensiblemente molesto con los insultos de Trump hacia sus conciudadanos, le ha comparado nada menos que con el mismo Hitler.

Trump no es un fascista sino un populista que alaba a Putin, un nacionalista agresivo y machista xenófobo, y que usa citas de Mussolini sin recato

Pero no es cierto que Trump sea un fascista, porque no basta con ser nacionalista y tener un lenguaje racista y xenófobo para ser fascista, que es algo más complicado. No hago ningún secreto de lo poco que me gusta Donald Trump, al que su partido parece irse acostumbrando (¡todo antes de que Hillary Clinton alcance la presidencia!), pero creo que llamarle fascista es poco riguroso y es dispararle con sal gorda.

Hoy la gente usa las palabras con penosa falta de rigor por la razón que sea, y llamar fascista al que defiende lo que no te gusta se ha puesto de moda. Pero es inexacto. Trump es imprevisible, un populista, un machista, un demagogo, un personaje con muy pocas ideas que improvisa continuamente y cambia de opinión con facilidad y que dice simplezas como volver a hacer a América grande, como si no lo fuera cuando no tiene rival en fuerza militar, poderío industrial, corazón del sistema financiero mundial, impulsora de la revolución digital y con un poder de atracción en moda, música, cine (lo que se llama 'soft power') inigualable en el mundo. Trump es un peligro, una carta fuera de la baraja que ha conectado con los miedos de la clase media blanca y poco educada de la América profunda (que es muy profunda) en su rechazo del 'establishment' (aquí algunos le llamarían 'la casta') y en su deseo de autenticidad ante políticos que parecen funcionar a golpe de encuesta de opinión, como la misma Hillary Clinton, que hizo una para elegir un nombre que gustara para su perro.

Pero Trump no es un fascista si por fascismo entendemos lo que dice el diccionario de la Real Academia Española: "Movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista". Respeto mucho a la RAE, pero me parece que se queda corta, pues ¿qué fue lo que aquí tuvimos, o lo que instauró Salazar en Portugal? Y podríamos ampliar esta definición añadiendo como sus características más acusadas el autoritarismo, la obediencia ciega a un líder que dice representar a un pueblo al que luego no rinde cuentas, su carácter agresivamente nacionalista, populista y corporativo, de partido único, amante del orden por encima de la libertad, desdeñoso de las minorías y de la cultura, negador de la libertad de expresión y de los partidos no sumisos, xenófobo, que utiliza matones encuadrados en camisas negras, pardas o azules para amedrentar o eliminar a quienes osan oponérsele...

Robert O. Paxton, autor de 'La anatomía del fascismo', dice que lo de Trump es "una especie de cuasifascismo populista o protofascismo" y reconoce que aunque hay semejanzas entre el fascismo y algunas actitudes suyas, las diferencias son mucho más importantes. Y el mismo Stanley Payne también dice que fascismo es otra cosa, y sabe de lo que habla pues escribió 'Falange, historia del fascismo español', un libro que mi generación iba a comprar a Francia, donde lo editó Ruedo Ibérico, porque nuestra versión casposa del fascismo impedía comprarlo en España.

En mi opinión, no volvemos a los fascismos de los años treinta del siglo pasado, sino a los nacionalismos de mediados del siglo XIX, en pleno Romanticismo, cuando nacieron Alemania e Italia, y a la reacción conservadora en defensa de un idílico e irreal 'statu quo' ante los cambios vertiginosos que traía la revolución industrial. Trump enlaza no con el fascismo sino con el populismo simplista, proteccionista, xenófobo e iliberal que también se da en otros lugares, como nuestra vieja Europa, como reflejo de los miedos profundos de amplios sectores de población ante el mal funcionamiento de las instituciones comunitarias, el defectuoso control de las fronteras exteriores y la inmigración masiva, que entienden que puede poner en cuestión no solo su nivel de vida sino también la forma en que la viven y los valores que la inspiran. Son los mismos votantes que, como dice George Friedman, se oponen a la OTAN y a la UE porque creen que no defienden adecuadamente sus intereses, o que quieren que el Reino Unido salga de la UE porque piensan que el Gobierno de Londres les defenderá mejor que los funcionarios de Bruselas frente a la oleada de refugiados que huyen de las guerras y de la miseria. Gentes que también desconfían del TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones) por las mismas razones.

En contra de lo que a veces se argumenta, el Estado nacional no está en crisis, aunque la globalización acentúe nuestra interdependencia al tiempo que paradójicamente exacerba las singularidades y los sentimientos nacionalistas aldeanos que Einstein llamaba "fantasías malignas". En época de vacas flacas, como la actual, el nacionalismo se refugia en el Estado ante los miedos que provocan cambios que otras instituciones no parecen saber cómo controlar y que se teme que afecten negativamente a nuestro modo de vida. El número de quienes tienen miedo aumenta con cada día que pasa, y de un enfrentamiento tradicional entre derecha e izquierda se ha pasado a otro "de tipo populista entre élites cosmopolitas y nativos irritados", como dice Mark Leonard, director del European Council on Foreign Relations, y hay partidos que tratan de utilizarlo en beneficio propio: Alternativa en Alemania, Frente Nacional en Francia, UKIP en el Reino Unido, Partido Demócrata Sueco, Verdaderos Finlandeses, etcétera, y que en Austria, con el Partido de la Libertad, han estado a tan solo 30.000 votos de ganar la presidencia de la República, mientras Ley y Justicia en Polonia y el Movimiento por una Hungría Mejor han dado lugar a lo que ya se ha bautizado como "democracias iliberales", en medio de la consternación general.

Son nacionalistas porque desconfían del multilateralismo político y económico y porque se refugian en el sentimiento de aldea sin pararse a pensar que los problemas no desaparecerán sino que seguirán siendo los mismos y que perderemos fuerza al combatirlos por separado. La primera prueba que afrontaremos será el referéndum al que nos ha abocado un insensato Cameron en el Reino Unido el próximo día 23, y la siguiente serán las elecciones francesas de 2017, a las que la izquierda llegará en su peor momento histórico como consecuencia de la crisis de una socialdemocracia que necesita reinventarse a escala continental y no lo sabe hacer. De esas dos citas electorales dependerá el futuro de la Unión Europea, que en todo caso se verá obligada a reformar el tratado (TUE) para adaptarlo a la nueva realidad, menos ambiciosa, lo que también exigirá un debate en profundidad sobre adónde queremos ir y cómo. Ojalá para entonces tengamos gobernantes en España con más ambición internacional y con ideas sobre el futuro europeo.

Desconfían del multilateralismo político y se refugian en el sentimiento de aldea sin pararse a pensar que los problemas no desaparecerán ocultándolos

Ser populista xenófobo es una cosa y ser fascista es otra, aunque quienes se preocupan por el fascismo en sentido amplio quizá deberían prestar más atención a grupos como Pegida en Alemania o Aurora Dorada en Grecia, que muestran una tendencia muy preocupante. Y ya en España, yo no olvidaría tampoco a los okupas violentos del barrio barcelonés de Gràcia, que hacen escraches y reparten fotografías del propietario del banco okupado, porque al fin y al cabo son la última versión del viejo principio de "o piensas como yo o voy a por ti", que es otro de los pilares fundamentales del fascismo, sin que el Ayuntamiento de Colau se atreva a meterlos en cintura. ¿Cómo hacerlo si gobierna con la CUP y los concejales de esta están entre los alborotadores?

Por ignorancia o por pereza o por llamar la atención, lo cierto es que algunos tienden a expresarse con notable falta de rigor. Así, estos días se habla mucho de un articulo publicado por Robert Kagan en 'The Washington Post' titulado "Así es como el fascismo llega a América", en el que se refiere al peligro que puede representar su retorno a comienzos del siglo XXI. Kagan es un politólogo prestigioso que trabaja en la Brookings Institution y que se pregunta si no estaremos viviendo uno de esos momentos históricos, un parteaguas político que nos hará preguntarnos el día de mañana por qué no reaccionamos cuando todavía estábamos a tiempo. Algo así como en la famosa frase atribuida a Bertold Brecht que decía que cuando vinieron a buscar a los comunistas yo no hice nada porque no era comunista, cuando vinieron a por los judíos tampoco moví un dedo porque yo no era judío, y cuando por fin vinieron a buscarme a mí ya era tarde para reaccionar y defenderme. O algo parecido.