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Jorge Dezcallar

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El proyecto europeo está en entredicho y es imperativo sacarlo adelante, tarea en la que España debe unir fuerzas con Francia y Alemania

Foto: Farage, de campaña por el Brexit. (EFE)
Farage, de campaña por el Brexit. (EFE)

Así ha llamado Nigel Farage, el exultante líder de UKIP, al resultado del voto británico y al decirlo no debió pensar en la película del mismo nombre de 1996 que relata una invasión de extraterrestres que quieren destruir la Tierra. Otros afirman que es el acontecimiento más importante para Europa desde la caída del Muro de Berlín. El Reino Unido ha roto sus amarras con Europa y queda a la deriva en el Atlántico. En todo caso y como bien dice el adagio popular, no hay situación mala que no sea susceptible de empeorar y lo sucedido es la confirmación. Ser tonto es un drama personal, pero no saberlo es una tragedia colectiva y Cameron se ha graduado 'cum laude' en ambas disciplinas y además deja un partido dividido, que es exactamente lo contrario de lo que pretendía al convocar el referéndum. Por eso dimite.

Ahora se abre un período de gran inestabilidad política y económica para todos que habrá que gestionar tranquilizando de entrada a los mercados y aprendiendo sobre la marcha (lo de que se hace camino al andar, que decía el poeta) pues hasta ahora la Unión Europea solo crecía y ahora decrece, lo que es una experiencia inédita. En el futuro seremos 27 y no 28 y de acuerdo con el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea tenemos dos años para negociar esa salida, que tendrá forma de tratado internacional. Hasta ese momento el derecho comunitario seguirá aplicándose y por lo tanto no variará la situación de nuestras empresas o conciudadanos en el Reino Unido y eso da un margen de tranquilidad.

La reina Isabel, que fue coronada emperatriz de medio mundo, puede acabar su largo reinado como soberana únicamente de Inglaterra y Gales

El resultado del referéndum va a provocar a corto plazo el empobrecimiento británico y no solo en términos económicos de PIB y flujos financieros y comerciales, o del papel de la City como centro financiero o del hecho de quedar fuera de la negociación del TTIP, temas sobre los que se ha escrito hasta la saciedad las últimas semanas, sino que de Great Britain y Reino Unido se pueden transformar en Little England y en un Reino Desunido pues Escocia e Irlanda del Norte no están por la labor de abandonar Europa y lo han dejado bien claro en el voto del día 23. La pulsión proindependencia se reavivará en la primera, mientras que el Sinn Fein vuelve a apostar por la reunificación de Irlanda y el primer ministro adjunto McGuinnes ya ha pedido un referéndum sobre esa opción. La reina Isabel, que fue coronada emperatriz de medio mundo, puede acabar su largo reinado como soberana únicamente de Inglaterra y Gales. Pero ellos se lo habrán buscado y ése será o no su problema.

Porque lo ocurrido también nos crea problemas a los demás europeos (y de nuevo no solo en términos económicos), sino porque amenaza con dar nueva vida a nuestros ancestrales particularismos y porque ha quedado en evidencia de forma clara que la Unión Europea ha perdido mucho atractivo, que ya no es vista por muchos ciudadanos como solución sino como creadora de problemas, y eso exige un serio examen de conciencia por nuestra parte. No cabe duda de que se han hecho algunas cosas mal y que la metáfora de la bicicleta de Delors ya no es válida porque de lo que ahora se trata es de dar marcha atrás -algo que las bicis no hacen- para rectificar y construir sobre otras bases en un contexto poco propicio porque la opinión pública no acompaña el ejercicio.

Hoy dominan sentimientos insolidarios, de sálvese quien pueda y de devolución de soberanía a los estados más que de nuevas cesiones a órganos supranacionales aquejados de falta de transparencia y de exceso de burocracia, instancias que regulan el tamaño de los pepinos, pero que no han sido capaces de hacer una política común en el ámbito exterior, de Defensa, de energía o para los refugiados. Hoy hay que dar prioridad a los asuntos que más preocupan a los ciudadanos como garantizar las fronteras o la seguridad, como si esto último fuera posible. Por eso puede ser más apropiado ser modestos en los enfoques y optar por mantenernos unidos (virgencita, que siga como estoy) haciendo gala con un revisionismo gradual y constructivo, con geometrías variables y modelos a la carta, en lugar de tratar de relanzar con fuerza un proceso federalizante e integrador para el que, simplemente, no parece haber ambiente en nuestras calles y plazas aunque sea el que a mí me gustaría.

Además, la salida del club de un socio tan potente que es la segunda economía de la UE, del país que tiene el mejor ejército del continente, que es potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, nos crea un vacío grande que hará que el centro de gravedad de la UE bascule hacia Alemania, con el consiguiente refuerzo de los países centroeuropeos y una pérdida de peso de la periferia, que es donde nosotros estamos, y eso también exigirá ajustes finos pues ya hoy se ha detenido la convergencia y es grande la brecha económica y de competitividad entre los países del norte y del sur de Europa, que habrá que tratar de colmar.

En el voto del Reino Unido se han impuesto los sentimientos aislacionistas, nacionalistas y xenófobos que suelen ser resultado del miedo a no controlar el propio destino o a que otros lo gestionen peor. Son los sentimientos que están en la base de los populismos que todos sufrimos y que se caracterizan por dar respuestas simplonas y demagógicas a problemas complejos. Y que desde hace meses disparan contra la Unión Europea, convertida en una especie de chivo expiatorio al que acusan de todos los males nacionales. Es una actitud visceral que reclama el control nacional de las fronteras exteriores o de la gestión de los refugiados porque no confía en que Bruselas sepa hacerlo y que ha antepuesto estos asuntos a las consecuencias económicas de la decisión. Ha sido un voto más con el corazón que con la cabeza. El problema es que este sentimiento no es privativo de los británicos pues lo comparten otros grupos políticos en Francia, Alemania, Países Bajos, Polonia, Hungría, Austria y en los países nórdicos, que ahora se sentirán respaldados en sus exigencias por el resultado del referéndum británico. Ya lo han pedido Grillo en Italia, Wilders en Holanda y Le Pen en Francia. Y habrá más

España debería tener un papel importante en el debate sobre el futuro de Europa pues el Brexit nos convierte en la cuarta economía de la Unión

La Unión Europea es hoy un perro flaco lleno de pulgas y es en esta condición en la que tendrá que afrontar el debate de cómo enfocar la reforma de sus tratados constitutivos, que es algo necesario tras la salida del Reino Unido y que es una tarea que tendrán que liderar los gobernantes de Alemania y de Francia, que tampoco atraviesan por sus mejores momentos de carisma y popularidad y que, además, enfrentan elecciones en plazos breves. En ese debate sobre el futuro de Europa, España debería tener un papel importante pues la espantada británica nos convierte en la cuarta economía de la Unión en su conjunto. Y eso impone responsabilidades a cuya altura es triste constatar que no hemos sabido estar durante la última década.

También deberemos plantearnos qué tipo de relación futura queremos con los británicos, que previsiblemente buscarán mantenerse en el mercado único (aunque sin participar en su gobierno) como hacen Canadá o Suiza, o dentro del Espacio Económico Europeo, con un acuerdo, como Noruega. Hoy se oyen voces que llaman a hacerles muy dura la negociación de salida de la UE con objeto de desanimar a otros de seguir el mismo camino y reconozco que es un argumento sólido. Pero también pienso que interesa a todos mantener con el Reino Unido una relación lo más intensa y cordial que sea posible porque la geografía es tozuda y no cambia con facilidad y porque nuestros lazos económicos, ya que no afectivos, pueden y deben seguir siendo muy fuertes. Habrá que hilar fino para mantener buenas relaciones tras el divorcio sin animar a otros a pedirlo, distinguiendo espacios de ganancia compartida y evitando los que den alas a otros movimientos disgregadores.

Hoy el proyecto europeo está por vez primera en entredicho, aunque no herido de muerte como dicen algunos agoreros, y es imperativo sacarlo adelante, tarea en la que España debe unir fuerzas con Francia y Alemania. Ojalá estemos en condiciones de hacerlo a partir del lunes.

Así ha llamado Nigel Farage, el exultante líder de UKIP, al resultado del voto británico y al decirlo no debió pensar en la película del mismo nombre de 1996 que relata una invasión de extraterrestres que quieren destruir la Tierra. Otros afirman que es el acontecimiento más importante para Europa desde la caída del Muro de Berlín. El Reino Unido ha roto sus amarras con Europa y queda a la deriva en el Atlántico. En todo caso y como bien dice el adagio popular, no hay situación mala que no sea susceptible de empeorar y lo sucedido es la confirmación. Ser tonto es un drama personal, pero no saberlo es una tragedia colectiva y Cameron se ha graduado 'cum laude' en ambas disciplinas y además deja un partido dividido, que es exactamente lo contrario de lo que pretendía al convocar el referéndum. Por eso dimite.

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