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Como un elefante en una cacharrería
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Jorge Dezcallar

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Como un elefante en una cacharrería

Si Trump pierde, no se deberá tanto a sus ideas como a sus salidas de tono, lo que quiere decir que muchos americanos piensan como él o que no les molestan las barbaridades que dice

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Así va a pasar Donald Trump por el sistema electoral norteamericano, que el segundo martes de noviembre, como marca la tradición, celebrará elecciones presidenciales y también legislativas para escoger a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado.

Deberían dejarnos votar a todos porque sus resultados afectarán a todo el mundo. No en vano tienen lugar en la primera potencia mundial por su economía, su ejército, sus universidades, su tecnología, el número de premios Nobel y de patentes, o la influencia de su música y de su industria cinematográfica. En contra de los que afirman que hemos entrado en el "mundo posamericano", yo estoy convencido de que Washington seguirá dominando el mundo al menos durante los próximos 25 años... y luego ya veremos, aunque probablemente, todos calvos.

Foto: Simpatizantes de Hillary Clinton durante una marcha por el puente de Brooklyn, en Nueva York (Reuters).

Son también las elecciones más broncas y polarizadas de la historia de ese país, con constantes golpes bajos entre un depredador sexual y una ocultadora compulsiva, y dominadas por comentarios de muy bajo tono sobre vaginas, e insultos y descalificaciones. Ambos son poco populares, pues nada menos que seis de cada 10 ciudadanos afirman tener una impresión desfavorable de ambos, aunque no haya color entre uno y otra. En ellas se enfrentan una política experimentada, la primera mujer que puede llegar a la presidencia, probablemente el candidato mejor preparado de la historia norteamericana, contra un magnate de la industria del ocio que la insulta un día sí y otro también, mientras dispara sin orden ni concierto contra todo lo que se le pone por delante: mexicanos, musulmanes, minorías, mujeres, jueces, periodistas, homosexuales... y que ha llegado a amenazar a su oponente con nombrar un fiscal especial para encarcelarla si llega él a la presidencia, algo que se hace en las dictaduras y que debe ser producto de los malos consejos que recibe de sus amigos Farage, Le Pen, Sissi, Erdogan, Orban o Putin. Dime con quién andas... O a lo mejor son cosas que se le ocurren a él solo, que aún sería peor.

Abassi Madani, líder argelino del islamista Frente de Salvación Nacional que había ganado la primera vuelta de las elecciones cuando fue depuesto por un golpe de Estado orquestado militar en enero de 1992, me dijo en cierta ocasión que él creía en la democracia por su valor instrumental en la medida que permitía elegir a los mejores... cuya única misión a partir de ese momento era aplicar la sharía, "pues Dios no se somete a votación". Lo que sucede es que es mentira, la democracia no elige a los mejores, como demuestran los casos de Hitler y de Donald Trump, entre otros muchos.

"Algo huele a podrido en Dinamarca", decía Hamlet, y lo mismo podría decirse hoy de Estados Unidos, cuya democracia en el sentido de sistema de 'checks and balances' entre los diversos poderes del Estado parece haberse gripado con la polarización que se ha adueñado del país desde la entrada en escena del Tea Party. De aquellos polvos, estos lodos, que en buena medida han impedido gobernar a Barack Obama. "Washington no funciona", se dice hoy en las reuniones republicanas, sin pararse a considerar que en buena medida es por culpa del pertinaz obstruccionismo de la política gubernamental que el Congreso ha llevado a cabo durante los últimos años. Y ese Congreso ha estado dominado por los republicanos desde las elecciones de 'mid-term' de 2010.

Foto: (Ilustración: Raúl Arias)

Hay varios factores que explican que, a pesar de estar mejor preparada para el cargo, Hillary Clinton no ilusione como hizo Obama y no acabe de destacarse como por lógica debería hacerlo: Hillary "se vende mal", da una imagen de mujer fría, ambiciosa y calculadora, acostumbrada a hacer siempre lo que quiere; aparece para muchos demasiado apegada al dinero, a Wall Street y a eso que se llama el 'establishment' (aquí algunos dirían 'la casta'); se la ve incapaz de cambiar la forma de actuar de Washington, que tantos americanos denuestan como intrusiva y alejada de sus intereses inmediatos; también parece poco genuina y cambia de opinión a golpe de encuesta, hasta el punto de encargar una para nombrar a su perro; y ha podido cometer errores en relación con la masacre de Bengasi (de la que fue exonerada), en la gestión privada de su correo oficial mientras era secretaria de Estado (también exonerada por ahora) y en no ser suficientemente transparente sobre su salud.

Sus enemigos la acusan de ocultadora compulsiva, sus discursos son sosos y su pasado (o mejor, el de su marido) le impide aprovechar en beneficio propio las barbaridades que Trump dice —o hace— sobre las mujeres. Parece más concentrada en no meter la pata y en evitar una victoria de Trump que en proponer un programa ilusionante de gobierno. A cambio, tiene acreditada experiencia como primera dama, senadora y secretaria de Estado. He estado en varias reuniones de trabajo con ella y certifico que se ha estudiado y se sabe la letra pequeña de los asuntos a tratar. También estuve en Foggy Bottom, sede del Departamento de Estado, el día de su cese, y recuerdo la gran ovación con la que fue despedida por los diplomáticos y otros funcionarios. No es habitual que eso suceda.

Enfrente tiene a un individuo con un ego descomunal que dice lo que se le pasa por la cabeza sin pensarlo dos veces, con un desconocimiento enciclopédico del mundo, que cambia de opinión con frecuencia, que insulta a quien se le pone por delante, que es un misógino confeso y que no parece tener los conocimientos, el equilibrio emocional y el autocontrol necesarios para ejercer la presidencia y ser comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo. Y que además miente compulsivamente o, al menos, muestra tener un concepto relativo e instrumental de la verdad, que usa según le conviene.

Foto: El candidato republicano Donald Trump saluda a simpatizantes durante un acto de campaña en Bangor, Maine (Reuters).
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La propia prensa norteamericana, que distingue cuidadosamente entre información y opinión y defiende la absoluta neutralidad de la primera basada en la máxima 'show, don't tell' para que cada uno se haga su juicio o las cosas se impongan por su peso, se ha tenido que replantear si es lícito poner en pie de igualdad con la realidad las constantes falsedades que salen de su boca. No se puede ser imparcial ante la mentira manifiesta, como cuando dudaba de que Obama hubiera nacido en EEUU. Tampoco es cierta su visión negativa y pesimista de EEUU, que nadie tiene que volver a hacer grandes... porque nunca han dejado de serlo.

Desde un ángulo más posibilista, que tiende a ver la botella medio llena, Francis Fukuyama afirma que el éxito de Trump es la prueba evidente de que la democracia norteamericana funciona a pesar de todo, pues da voz a la ira de muchos norteamericanos por guerras costosas e impopulares, por una crisis económica que no pagan quienes la provocaron, por miedos identitarios y económicos a los inmigrantes con otro color de piel... temores que explican los 12 millones de votos que fueron a Bernie Sanders y los 13 y pico que recibió el mismo Donald Trump durante las primarias. Esa ira ha hecho saltar el consenso bipartisano sobre mundialización y neoliberalismo, porque lo que muchos perciben como rapacidad de las grandes empresas ha destruido la ligazón que antes parecía existir entre su prosperidad y la del país. Pero no todo es negativo en Trump, en quien sus partidarios ven una autenticidad y una bocanada de aire fresco que no tiene Hillary, le consideran una auténtica fuerza 'antiestablishment' (pese a sus millones), con capacidad para gestionar bien la economía y 'darle la vuelta' a Washington.

Foto: Simpatizantes del candidato republicano durante un mitin de Trump en Portsmouth, New Hampshire, el 15 de octubre de 2016 (Reuters). Opinión
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Los dos candidatos coinciden en poco, como en hacer fuertes inversiones en infraestructuras y rechazar los acuerdos de libre comercio. Aquí Trump, a diferencia del mensaje tradicional republicano sobre la Biblia y las armas, ha pasado a dar otro rechazando tratados de libre comercio y en defensa de empresas en crisis, y con ello ha forzado un giro de Clinton al que también ha contribuido Bernie Sanders desde la izquierda. Kagan ha escrito recientemente sobre el populismo en Europa sin ver la viga en su propio país, donde el populismo también se impone con sus secuelas de nacionalismo y de proteccionismo. Pero mientras el Partido Demócrata parece haber contenido, al menos de momento, a sus extremistas, el Republicano ha producido y ahora sufre a Donald Trump.

Las diferencias entre ellos son grandes con relación a cuestiones sociales como el aborto, la inmigración y el uso de armas; en asuntos económicos como los impuestos y la deuda pública; y en relación con el cambio climático y la energía nuclear, fósil, y renovables. Pero como es imposible hablar de todo, voy a centrarme en lo que les separa en política exterior, con Trump ambiguo sobre primer uso del arma nuclear y que, no contento con ello, anima a Japón y Corea del Sur a dotarse de ella; que acepta que Putin se haga una esfera de influencia en Europa; que quiere denunciar el pacto nuclear con Irán y entenderse con Rusia en Siria. Además, considera a la OTAN "obsoleta", con lo que de un plumazo deja a Europa a la intemperie. Con Trump al frente, EEUU sería una gran potencia impredecible y comprensiva con los autoritarismos.

Foto: El candidato republicano, Donald Trump, habla con moteros durante el Rolling Thunder, en Washington. (Reuters)
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Por contra, Clinton sería continuadora del multilateralismo eficaz de Obama, más proactiva que él ante crisis regionales y también más vocal sobre el papel internacional de su país (país indispensable, excepcionalidad norteamericana, responsabilidades, etc.). Pero no es seguro que sea el halcón que algunos quieren ver en ella y no hay que olvidar que su asesor más íntimo será seguramente su marido Bill, que inventó el eslogan de "es la economía, estúpido", que sacó a las tropas de Somalia, que no quiso ir a Ruanda o Kosovo y que solo a duras penas aceptó involucrarse en Bosnia-Herzegovina.

En todo caso, ambos candidatos tendrán que tener en cuenta que el humor de los norteamericanos no está a favor de nuevas aventuras exteriores y que si las hay, serán con las limitaciones introducidas por la política del 'strategic restraint' definida por Obama, esto es, en defensa de intereses nacionales, por medio de coaliciones 'ad hoc', con reparto de gastos y sin miedo a ceder el liderazgo.

Foto: El candidato republicano a la Casa Blanca durante un mitin en Waukesha, Wisconsin, el 28 de septiembre de 2016 (Reuters).

Trump tiene un suelo de votantes republicanos cercano al 40%, gente dispuesta a votarle en cualquier caso con tal de que un demócrata no llegue a la Casa Blanca. Lo mismo sucedió entre Obama y McCain en 2008, entre un candidato fresco y joven y otro, ya mayor, que arrastraba la pesada herencia de Bush de dos guerras impopulares y una economía hecha unos zorros. Y, sin embargo, Obama no lograba distanciarle. Al final, Obama recibió 55 millones de votos por 50 millones para McCain. Otra cosa fueron los votos electorales, donde Obama se impuso por goleada. Lo mismo podría ocurrir ahora.

Y es que el sistema electoral norteamericano es complicado y lo que la gente decide en cada estado es a quién irán los votos electorales que tiene ese estado y que están en función de su población, desde tres para Vermont hasta 55 en el caso de California. Es la suma de esos votos la que da la presidencia al candidato que reúna 270. Y en mi opinión, Hillary los va a reunir. La mayoría de las encuestas la dan como vencedora por mayor o menor ventaja, porque la elección se decidirá en no más de una decena de estados que son aquellos en los que el voto puede cambiar, mientras otros (como Nueva York o California) se sabe de antemano qué van a votar. Y en estos 'swing states' la ventaja es de Hillary, a la que bastaría ganar en un par de ellos como Florida (que tiene 29 votos electorales) y Pensilvania (que tiene 20), para adjudicarse la presidencia, mientras que Trump debería ganar en seis o siete.

La especulación de última hora es cómo podrían afectar las últimas revelaciones del FBI, aunque cuando se hicieron públicas, unos 20 millones de electores ya habían depositado su voto. Tengo amigos republicanos que me decían (antes del hallazgo de nuevos correos de Clinton) que este año no irían a votar para no tener que apoyar a Trump, y algunos incluso confesaban que se taparían la nariz y votarían por Clinton. Quizás ahora algunos cambien de opinión o se decanten por alguno de los candidatos minoritarios, Gary Johnson del Partido Libertario o Jill Stein por el Partido Verde. Y los hispanos, que son una fuerza electoral cada día más importante y que en 2012 respaldaron a Mitt Romney en un 27%, solo lo harán por Trump en un 19%, según una encuesta de Pew. Con menos del 30% del voto latino, es muy difícil que un candidato republicano pueda llegar a la presidencia (Bush recibió el 32% de ese voto). Es lo que tiene hablar de construir muros en la frontera con México (a cargo del bolsillo de los mexicanos) o insultar y llamar ladrones a los millones de honrados inmigrantes de ese país.

Foto: El candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, durante un mitin de campaña en Fort Myers, Florida (Reuters).
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Por si fuera poco, Trump se ha saltado a la torera principios caros a los republicanos en política comercial, alianzas internacionales, derechos de los gays o política militar, y eso puede llevarle a arrastrar en su caída a su partido haciéndole perder el Senado, y por eso y ante la debacle que ve que se avecina, el liderazgo republicano, todavía no repuesto de haber nominado a un candidato tan impredecible, se ha concentrado últimamente en meter el dinero en campañas locales que le permitan asegurarse el control de ambas cámaras del Congreso.

Es lo que está haciendo Paul Ryan, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes ('speaker'), que se ha distanciado de Trump (le apoya pero no le endosa), pues parece dar por perdidas estas presidenciales, con el objetivo a corto plazo de que si Hillary gana, tenga que gobernar con un Congreso hostil, como le ha ocurrido a Obama, lo que le ha impedido cumplir alguna de sus promesas electorales, como cerrar Guantánamo o hacer la reforma migratoria que le piden los hispanos. Hoy los republicanos tienen una mayoría de 54 senadores por 46 los demócratas, y si estos ganaran cinco, pasarían a dominar el Senado. En realidad, les bastaría con cuatro, porque en caso de empate 50-50 se impondría el voto de calidad del vicepresidente, que preside el Senado y que sería Tim Kaine si gana Clinton. No es imposible. Bastante más difícil, pero tampoco totalmente descartable, sería un vuelco en la Cámara de Representantes, donde la diferencia es mayor (246-186 con tres vacantes) y los demócratas necesitarían arrebatar 30 escaños a sus rivales.

Foto: El candidato republicano, Donald Trum, durante un mitin en Nueva Jersey. (Reuters) Opinión

Trump ha entrado en estas elecciones como un elefante en una cacharrería, y lo más triste es que si pierde, como deseo, su derrota no se deberá tanto a sus ideas como a sus salidas de tono, lo que quiere decir que muchos americanos piensan como él o que no les molestan las barbaridades que dice. Tras los últimos escándalos por sus impresentables comentarios sobre las mujeres, Trump ha decidido que de perdidos al río, ha optado por enardecer a sus bases y desafiar al liderazgo de su partido, aun a costa de perder por el camino más apoyos. No deja títere con cabeza. Detrás de él, el diluvio. Lo peor son sus comentarios sobre su rival (asquerosa, corrupta) y sobre el sistema, al que acusa de estar manipulado ('rigged') por el 'establishment' de Washington para hacerle perder la elección, algo en lo que le jalea el exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani. Una reciente encuesta muestra que un 41% de norteamericanos está dispuesto a creérselo (igual que el 85% piensa que se debe cambiar el sistema de financiación de las campañas electorales y otro 51% está convencido de que los electos favorecen los intereses de sus donantes).

Si Hillary Clinton gana el día 8, llegará a la presidencia con la mitad del país pensando que carece de legitimidad porque donde debería estar es en la cárcel, como dice Trump, y eso no le va a facilitar la tarea. Si encima un Congreso hostil la obliga a gobernar con 'executive orders' (decretos), eso aumentará la percepción de ilegitimidad que Trump fomenta con su indefinición sobre si aceptará o no el resultado electoral. Y la última investigación sobre nuevos correos, descubierta por el director del FBI, James Comey, apenas 11 días antes de la elección, complica la recta final de Clinton a la vez que da un oxígeno inesperado a Trump. Solo falta que Hillary llegue a la Casa Blanca con una investigación abierta, como bien puede suceder por la premura de los plazos. Sería otra primera vez en la historia, a añadir al hecho de ser mujer.

Foto: Hillary Clinton habla con su equipo, incluida Huma Abedin, en su avión de campaña (Reuters).
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Pero si estas acusaciones perjudican a Clinton, peor aún lo tiene el Partido Republicano, que tardará mucho en rehacerse de todos los enemigos que Trump le ha creado y en cerrar la grieta que ha abierto entre el liderazgo y unas bases que en un 69% estiman que sus dirigentes no se han empleado a fondo para apoyar a Trump, que es el candidato al que siguen porque le ven capaz de canalizar sus miedos y frustraciones. Una reciente encuesta de Bloomberg afirma que entre el liderazgo del 'speaker' Paul Ryan y el de Donald Trump, las bases del partido se decantaron mayoritariamente por este último. Eso anuncia un liderazgo débil, porque el partido será rehén de esos exaltados y de una política muy obstruccionista. Más aún que la que ha padecido Obama.

Foto: Votantes de Trump rezan antes de un mitin del candidato republicano en Florida, el 11 de octubre de 2016 (Reuters).
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Estados Unidos puede tener muchos defectos, pero no se merecen a Donald Trump. Ninguno nos lo merecemos. La tragedia es que haya llegado hasta aquí. El Kremlin, que le ha apoyado interfiriendo en el proceso electoral, como ha reconocido el propio director nacional de Inteligencia, James Clapper, debe estar satisfecho a pesar de que no parece probable que Trump alcance la presidencia. Y no hay que excluir que antes de las elecciones aún ocurran otros imprevistos, como un atentado terrorista de grandes dimensiones, graves desórdenes raciales o, incluso, nuevas y comprometedoras revelaciones contenidas en correos electrónicos que alguien podría decidir publicar en el momento oportuno... Y en ese caso, todo podría cambiar. Como variaría el resultado si los demócratas se sienten ganadores y no van a votar, o se moviliza el voto de hombres blancos de clase media baja y de los miembros de "las tribus perdidas del Amazonas", que es como se conoce a quienes nunca van a votar... o si simplemente se equivocan las encuestas, como ya lo hicieron en fechas recientes en Colombia o con el Brexit.

Y gane quien gane, mejor que los europeos nos vayamos haciendo a la idea de que la relación trasatlántica va a cambiar, porque tendremos que acostumbrarnos a vivir con unos Estados Unidos más centrados en sus propios problemas, y porque nos corresponderá a nosotros ocuparnos de las crisis en nuestra vecindad. Como Libia, sin ir más lejos.

Pero por ahora y como ellos dicen, 'God bless America'. Nos vendrá bien a todos.

Así va a pasar Donald Trump por el sistema electoral norteamericano, que el segundo martes de noviembre, como marca la tradición, celebrará elecciones presidenciales y también legislativas para escoger a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado.

Hillary Clinton