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Brexit: la ceremonia de la confusión
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Jorge Dezcallar

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Brexit: la ceremonia de la confusión

Se plantean tres cuestiones que tienen respuestas complicadas: cómo sale un país de la UE; qué consecuencias tiene el Brexit para Europa y Reino Unido, y a qué modelo de UE queremos aspirar

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La decisión británica de abandonar la Unión Europea (UE) nos coloca ante una situación inédita que rompe el mito de la irreversibilidad del proceso de integración y siembra dudas sobre nuestro futuro, al tiempo que su puesta en práctica está siendo bastante confusa.

Aquí se plantean tres cuestiones que tienen respuestas complicadas: cómo sale un país de la UE; qué consecuencias tiene el Brexit para Europa y para el Reino Unido, y a qué modelo de UE queremos aspirar tras la espantada británica.

En relación con la primera, la pelota está en el campo británico, porque el Tratado de la UE establece en su artículo 50 que Londres debe activar el proceso mediante una carta que la PM Theresa May quiere enviar en marzo próximo, algo que le ha complicado el Tribunal Supremo, exigiendo que el Parlamento de Westminster lo debata y autorice antes. Como el 70% de sus miembros votaron en contra del Brexit, cabe la posibilidad de que impongan condiciones que lo suavicen, pues la primera ministra se muestra muy dura y partidaria de recuperar el control de sus fronteras, aunque eso signifique la salida del mercado único, algo que muchos británicos piensan que seria muy malo, porque de Europa les llega el 50% de su comercio e inversión totales. Sus exportaciones a la UE suman el 44,6% del total (12% de su PIB), mientras que las nuestras al Reino Unido suponen solo el 10% (3% de nuestro PIB), y no hay que olvidar tampoco el lugar central que ocupa la plaza financiera de Londres. Además, el Brexit obligará al Reino Unido a trasponer a su legislación interna millares de normas comunitarias, un trabajo descomunal para el que también necesitará la colaboración del Parlamento de Westminster. Nadie dijo que sería fácil.

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De hecho, las negociaciones serán muy complicadas, porque los británicos van a querer un resultado que reúna todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes, y eso es imposible. En teoría, cabe pensar en tres escenarios de relación futura: el modelo suizo (libre circulación de bienes, pero no de personas ni de servicios); el modelo noruego (libre circulación de bienes, personas y servicios, pero pagando a las arcas comunitarias y sin participar en el diseño del mercado único), y el modelo Organización Mundial de Comercio, que trataría al Reino Unido como a cualquier otro país tercero y que obligaría a negociar eventualmente un acuerdo preferencial. May parece decantarse por esta opción, pero estas negociaciones duran años y el ambiente no es hoy favorable, como muestran los casos del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) y del TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones).

Parece claro que la libre circulación de personas y el acceso al mercado único europeo van a constituir el meollo de la futura negociación y aquí las posturas parecen muy alejadas, pues ni Londres quiere renunciar a controlar sus fronteras ni el TEU permite alegrías con el mercado único que, según su articulo 26, "implicará un espacio sin fronteras interiores en el que la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales estará garantizada". Más claro, agua: sin libre circulación de personas, no hay mercado único. Y no hay que darle más vueltas.

Foto: Rajoy con la primera ministra Theresa May. (Reuters)

Todo esto ocurre en un momento de desaceleración de la economía mundial, que el Brexit complica, aunque por ahora no se hayan cumplido los negros presagios que anunciaban catástrofes, y eso por dos razones: porque todavía no sabemos cómo se estructurará nuestra relación futura, y porque el Banco de Inglaterra ha bajado los tipos de interés y ha lanzado un importante paquete de estímulos para animar el crédito y el consumo, que están funcionando a corto plazo. Aun así, la cotización de la libra esterlina se ha pegado un buen batacazo.

Pero no hay que engañarse, pues un estudio reciente muestra que a medio plazo las perspectivas son bastante peores, porque se ralentizará el crecimiento y disminuirán las inversiones con un duro efecto sobre los ingresos fiscales, lo que se traducirá en una factura para las arcas británicas de 100.000 millones de libras en los próximos cinco años. También se producirá una huida de empresas hacia el continente, algo que (si nos despabilamos y adoptamos las medidas oportunas) podríamos aprovechar en España.

Foto: Skyline de la City de Londres (Reuters)

Pero las consecuencias de la salida británica de la UE no son solo económicas sino también políticas, y han provocado ya dimisiones y crisis en los partidos representados en el Parlamento de Westminster, además de afectar profundamente a Escocia y a Irlanda del Norte, que votaron mayoritariamente en contra del abandono de la UE. Belfast se verá obligada a restablecer su frontera con la República de Irlanda y perderá financiación comunitaria por valor de 2.500 millones de euros en los próximos años, mientras Edimburgo prefiere esperar a ver qué pasa antes de decidir si convoca otro referéndum sobre su futuro dentro o fuera del Reino Unido.

El Brexit es producto del miedo. Lo han votado gentes que se sienten perjudicadas por la globalización y que ven a la UE como fuente de una inmigración que pone en peligro sus puestos de trabajo y con la que hay que compartir los menguantes presupuestos de sanidad y educación. El país ha quedado roto por líneas de edad (un joven resumió el resultado del referéndum diciendo que los viejos habían privado a su generación de "vivir y trabajar en 28 países"), educación (al parecer, solo un 16% de los partidarios del Brexit tiene título universitario, frente al 45% de los que votaron en contra), renta e identidad nacional. Pero no hay vuelta atrás, y así lo han recordado unos y otros a ambos lados del Canal de La Mancha.

Foto: A man carries a eu flag, after britain voted to leave the european union, in central london
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De momento, las señales que envía Londres son confusas a pesar de algunas declaraciones altisonantes, pues allí luchan dos sensibilidades: la de quienes quieren dar un portazo a Europa y la de los que prefieren dejar abierta la puerta del mercado único (sin contar con los que quieren seguir en la UE). Mientras, Theresa May ha tratado de calmar los temores de los residentes europeos en el Reino Unido (a la vez que parece pensar en ellos como moneda de cambio) diciendo que "protegeremos los derechos de los ciudadanos europeos aquí, en la medida en la que los británicos reciban el mismo tratamiento en Europa". Y al mismo tiempo, ha anunciado medidas para favorecer la contratación de británicos frente a extranjeros, para censar a los colegiales europeos y para limitar la entrada de nuestros estudiantes en las universidades del Reino Unido.

Sus decisiones muestran una estrategia nacionalista, poco definida y que ponen de relieve el populismo que rodea el tema al otro lado del Canal. Por su parte, los dirigentes europeos han recordado por activa y por pasiva que no habrá negociaciones con el Reino Unido, ni siquiera informales, hasta que Londres no active el dichoso artículo 50, aunque también haya diferencias entre los partidarios de acabar cuanto antes con la incertidumbre (Hollande) o dar más tiempo a Londres (Merkel).

Foto: Jóvenes estudiantes en una calle de Londres, capital de Reino Unido. (Efe)
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El Brexit también crea muchos problemas a la Unión Europea y, de nuevo, no solo económicos, pues afecta al equilibrio de poderes interno entre los socios, ya que Europa se hará más alemana y eso no es necesariamente una buena noticia, menos aún para los países periféricos. Además, da ánimos a las fuerzas centrífugas que existen entre nosotros y que han sido reavivadas por el descontento de quienes se refugian en la nación frente a una globalización que entienden que les margina, y de hecho ya se está produciendo una cierta fragmentación, con la excusa de encontrar foros que defiendan los intereses propios mejor de lo que perciben que lo hace Bruselas, buscando respuestas nacionales y/o regionales a problemas que son continentales. Así se discute la creación de una Unión del Mar de Norte entre Alemania, Reino Unido, Francia, Países Bajos, Bélgica y Dinamarca, y también el Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y Chequia) se coordina en contra de la política migratoria que propugna Bruselas.

Hoy Europa se rompe entre el norte y el sur por razones económicas (el proceso de convergencia se ha detenido) y se tensa entre el este y el oeste por problemas de valores y de derechos humanos. No son buenas noticias, como no lo es tampoco la entrada en el congelador del TTIP, que con la salida del Reino Unido ha perdido a su principal valedor en la UE. Además, nos abandona un país que es potencia nuclear, tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y posee el mejor ejército de Europa. De hecho, lo único interesante que se acordó en la reciente Cumbre Europea de Bratislava fue la resurrección de la idea de una Europa de la Defensa, a la que el Reino Unido se había opuesto siempre por no querer una defensa europea autónoma de la OTAN. Curiosamente, esta podría ser la primera consecuencia del Brexit, antes incluso de que se produzca, y a ella ayudan sin duda también las peregrinas ideas que sobre la OTAN parece albergar el presidente electo de los EEUU.

Europa se rompe entre el norte y el sur por razones económicas y se tensa entre el este y el oeste por problemas de valores y de derechos humanos

Pero si los británicos no tienen aún ni ideas claras ni estrategia definida sobre hasta dónde ir y cómo llegar hasta allí, también nosotros nos hemos quedado tocados con dudas existenciales sobre lo que somos y lo que queremos ser. Hoy por hoy, el ambiente no favorece una mayor integración, la ilusión se ha perdido y muchos ya no ven a Europa como la solución de los problemas sino como fuente adicional de dificultades. Pero los problemas no se irán solos ni tampoco los combatiremos mejor por separado. Y no hay que perder la esperanza, porque una encuesta del año pasado muestra que el 75% de los europeos son favorables a que nos dotemos de una política exterior y de seguridad común, y porque a pesar de nuestra "crisis existencial", como la ha llamado Juncker, hay cinco países llamando a la puerta de Europa y deseando ser admitidos (Montenegro, Serbia, Turquía, ARYM y Albania) y otros aún más alejados (Georgia, Moldova, Bosnia-Herzegovina, Ucrania...) pero también con esa voluntad. Algo tendremos cuando somos objeto de deseo.

Por eso, creo que la crisis hay que combatirla con más Europa y no con menos, pero, eso sí, con una Europa más cercana a los verdaderos intereses de los ciudadanos (economía, empleo, seguridad, terrorismo...), que se meta menos con el tamaño de los pepinos y nos dote de políticas comunes en defensa o energía, que recupere el apoyo popular, que rinda cuentas a los ciudadanos y sea más ágil en las decisiones, y todo eso seguramente exigirá niveles y ritmos de integración diferentes y geometrías variables basadas tanto en voluntades como en capacidades. Y para eso, porque el entorno es hostil, hacen falta políticos que dirijan y no funcionen a golpe de encuesta, visionarios y poetas que nos devuelvan la ilusión para que la espantada británica no sea un precedente sino una excepción, y para que una Europa fuerte y unida tenga un lugar en el nuevo orden mundial que se avecina y que puede precipitarse con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

La decisión británica de abandonar la Unión Europea (UE) nos coloca ante una situación inédita que rompe el mito de la irreversibilidad del proceso de integración y siembra dudas sobre nuestro futuro, al tiempo que su puesta en práctica está siendo bastante confusa.

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