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Mi modesto cuarto a espadas
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Jorge Dezcallar

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Mi modesto cuarto a espadas

Patriotismo es un amor a lo propio que no precisa de comparaciones ni de degradar a nadie, en contraposición con el nacionalismo, que piensa que lo propio es mejor que lo del vecino

Foto: Unas banderas de España ondean en los cuernos del toro de Osborne. (Reuters)
Unas banderas de España ondean en los cuernos del toro de Osborne. (Reuters)

Creo que hay razones para pensar que el mundo nunca ha estado mejor que ahora a pesar de todos sus problemas, que son muchos. No es un ataque de ingenuidad panglosiana y me conforta ver mi opinión confirmada por pensadores de la talla de Steven Pinker y de Johan Norberg. Los ingenuos son los que piensan que siempre va a mejor, pues no es lo que nos muestra la historia. Hoy la peste no mata al 50% de la población, como hizo en Florencia a mediados del siglo XIV, uno no muere como el primer Rothschild por un flemón y si aún 850 millones de personas pasan hambre, otros 2.100 millones tienen sobrepeso. Y aunque las escenas que nos llegan de Siria nos revuelven el estómago, tampoco hoy los muertos por guerras se comparan con cifras de un pasado aún próximo.

También España está mejor que nunca. Ya basta de azotarnos todos los días con el látigo de una autocrítica tan feroz como falsa, con todos los topicazos sobre lo malos que somos. Lean el magnífico 'Leyenda negra e imperiofobia', de María Elvira Roca Barea, porque es muy ilustrativo sobre esta asunción por nuestra parte de una imagen creada años atrás por nuestros enemigos y que aún pervive hoy. Pero no se trata de hablar del pasado sino de ahora mismo y de las razones que tenemos para estar orgullosos de nuestro país, que algunos tarugos con evidente falta de rigor aún se resisten a llamar España prefiriendo, sin duda por pura ignorancia, utilizar el franquista 'Estado español'.

Foto: Vicent R. Werner, en una imagen de archivo.
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Porque creo que el patriotismo es bueno aunque en España lo hayamos descentralizado también en los últimos años. Me gusta ver a los colegiales americanos saludando a la bandera ('pledge to the flag') todas las mañanas antes de entrar en clase, porque creo que es positivo ese sentido orgulloso y no excluyente de pertenencia. Patriotismo es un amor a lo propio que no precisa de comparaciones ni de degradar a nadie, en contraposición con el nacionalismo, que piensa que lo propio es mejor que lo del vecino y que por eso inventa enemigos donde no los hay.

Esa es la razón por la que algunos insultan a la bandera o pitan el himno nacional de España que, ya que estamos, comparte con Bosnia, Kosovo y San Marino el no tener letra, y no me importa porque me sonrojan los excesos nacionalistas y trasnochados que a pleno pulmón cantan otros sobre degüellos y tiranos. Pero tampoco me parece mal que Marta Sánchez le haya dado a la 'Marcha real' un tono poco militar de balada y un texto en la línea de otros intentos anteriores de gentes tan dispares como Marquina, Pemán, Sabina o Juaristi, aunque algunos la tachen de oportunista.

Jorge Marirrodriga escribía no hace mucho en 'El País' (20 de febrero) que un arreglo de la Novena de Beethoven hecho por Waldo de los Ríos lo cantó Miguel Ríos y luego lo retocó Von Karajan con tal éxito que un Consejo Europeo celebrado en 1985 convirtió en el himno de Europa el resultado de este improbable trabajo entre un argentino, un español y un austríaco. Pero para que la iniciativa de Marta pueda prosperar, es necesario evitar que la derechona se apodere de la idea.

Foto: Captura del vídeo de Marta Sánchez durante la interpretación de su versión del himno de España.

Porque me irrita que la extrema derecha se haya apropiado durante muchos años de la bandera y que en consecuencia se llame facha al que la saque, mientras los norteamericanos la ponen en el porche de su casa y los ingleses la llevan hasta en los calzoncillos. Y eso ocurre en España con la cobarde complicidad de una izquierda llena de complejos e inseguridades (nuevamente manifestados ante la iniciativa de Marta Sánchez), algo que se aplica tanto al PSOE como a Podemos, y que explica sus titubeos ante el desafío independentista catalán que ya han comenzado a pagar en las encuestas.

El esperpento montado por el señor Puigdemont y sus compañeros de ridículo no ha despertado por ahora el temible nacionalismo español, que sería censurable, sino un sano patriotismo, y hoy la bandera roja y gualda ha perdido esa identificación con los fachas y no necesitamos ganar otro Mundial de fútbol para poder sacarla de nuevo con la cabeza alta. No hay mal que por bien no venga.

Foto: Captura de Marta Sánchez durante la interpretación de su versión del himno. Opinión

En España padecemos, y digo bien, porque me parece algo enfermizo, un exceso de autocrítica y un déficit de autoestima que resulta difícil de comprender en un pueblo considerado particularmente orgulloso por el resto del mundo. Nos comparamos con lo mejor de los mejores como si los demás países no tuvieran defectos, solo vemos lo malo que tenemos y lo bueno que ellos tienen. Y a mí me parece bien querer jugar en Champions porque lo merecemos y porque la voluntad de superación me parece encomiable... siempre que juguemos once contra once y lo comparemos todo, que es lo que no hacemos.

Los Estados Unidos tienen más investigación y muchos más premios Nobel, pero también racismo y recurrentes matanzas con armas de fuego. Noruega tiene un Estado social envidiable y gana más medallas que nadie en Pyeongchang, pero también tiene el segundo porcentaje más alto de muertes por drogadicción de toda Europa. Japón combina una envidiable industria de punta con la tasa de suicidios más alta del mundo. Los británicos tienen la City, pero han dejado sus excolonias hechas unos zorros, desde la India a Palestina o África del Sur, y ahora deciden algo tan serio como el Brexit votando con miedo en el corazón y no con la cabeza. Los franceses tienen champán y quesos extraordinarios, pero han alumbrado al partido ultraderechista y xenófobo más preocupante de Europa. Los países nórdicos combinan avanzadas legislaciones sociales con tasas estratosféricas de alcoholismo y de soledad. Podría seguir indefinidamente, porque en todas partes cuecen habas aunque a nosotros nos parezca que eso solo pasa aquí.

Nos comparamos con lo mejor de los mejores como si los demás países no tuvieran defectos, solo vemos lo malo que tenemos y lo bueno que tienen

Y si es cierto que hemos hecho cosas malas a lo largo de nuestra historia, que tire la primera piedra el que esté libre de pecado, porque entre nosotros no ha habido ningún Hitler, Stalin, Calvino (que deja chico a Torquemada) o Leopoldo de Bélgica, que acabó con la mitad de la población de El Congo en solo unos años. Así que basta ya de derrotismo, porque sin ser santos tampoco somos peores que los países con los que nos comparamos, y no me consuelo con lo de que mal de muchos es epidemia.

En España tenemos muchos problemas de corrupción, paro (en especial juvenil), empleos basura, pensiones, crecientes y sangrantes desigualdades, nacionalismos excluyentes y otros más, y todo eso es verdad y son asuntos graves a los que hay que ponerl remedio todos juntos. Igual que hay que evitar estupideces como limitar en ARCO la libertad de expresión de un artista, junto con otros casos recientes que marcan una preocupante tendencia a la intolerancia. Pero si uno se da una vuelta por el mundo, verá que a pesar de todo podemos estar orgullosos de lo mucho que juntos hemos logrado, y se me ocurren las razones siguientes en defensa de esta afirmación:

1.- Los cambios que hemos hecho desde 1975 hasta hoy. España era una dictadura, un país fuertemente centralizado y muy conservador, donde la Iglesia tenía un peso desorbitado. Y de ahí hemos pasado a ser una democracia plena protegida por la Constitución de 1978. El Freedom House Report nos da en democracia 94 sobre 100 puntos posibles, igual que a Alemania o al Reino Unido, y por delante de Francia e Italia.

De ser un país cavernícola nos hemos transformado en uno de los más avanzados del mundo en materia de derechos y libertades individuales

También somos el segundo país del mundo más descentralizado y con más competencias en manos de los gobiernos autonómicos, según el Índice de Autoridad Regional de la Universidad de Oxford, solo detrás de Alemania. Tenemos sindicatos y partidos políticos para elegir, pero hemos evitado los populismos xenófobos de extrema derecha que campan por sus respetos en media Europa. Y de ser un país cavernícola nos hemos transformado en uno de los más avanzados del mundo en materia de derechos y libertades individuales, donde además la Iglesia ha visto recortados privilegios seculares e incompatibles con todo lo anterior. Y esto lo hemos hecho durante 40 años de Transición. Si esto no es para estar orgullosos, que venga Dios y lo vea.

2.- Por población (46,5 millones) somos el vigésimo noveno país del mundo, pero tenemos la duodécima economía del planeta, con 1,2 billones de euros y una renta per cápita de 23.800 euros a principios de 2018. Y estamos creciendo al 2,5%, por encima de la media europea. España es el país 29º de un total de 190 para hacer negocios (seguridad jurídica, etc.) y solo el 41º de 176 en lo que a corrupción se refiere, algo que nos debe servir como estímulo para mejorar, igual que la tasa de paro (16,5%), que es insoportable para los más jóvenes y para los que ya no lo son tanto. La buena noticia es que corregirlo depende en buena medida de nosotros. Y no se interprete esto como complacencia porque no lo es.

3.- España es el segundo país del mundo en longevidad (82 años), solo detrás de Japón, y el primero en trasplantes. Tenemos un clima envidiable y una historia sin la cual no se puede explicar la del mundo. Nuestras infraestructuras (autopistas, trenes, aeropuertos) son las más modernas de Europa y no tenemos apagones de luz ni cortes de agua, como ocurre en otros países muy desarrollados. Desde un punto de vista de seguridad pública y sanidad, estamos en cabeza (a pesar de los recortes) y debemos mejorar aún mucho en educación.

El Reputation Institute nos sitúa en decimotercera posición entre 55 países por calidad de vida y nivel de desarrollo, delante de Francia, Alemania o Italia

Nuestros cocineros han desbancado a los franceses, el mundo envidia nuestra siesta y los norteamericanos envidian el mes anual de vacaciones pagadas. Tenemos una alegría de vivir que es contagiosa y que se manifiesta en más festivos y puentes que nadie, así como en fiestas famosas en el mundo entero, desde los Sanfermines a las Fallas o la Feria de Sevilla. Por todo eso, el Reputation Institute nos sitúa en decimotercera posición entre 55 países por calidad de vida y nivel de desarrollo, delante de Francia, Alemania o Italia.

4.- España es un ejemplo de cómo gentes diversas han mostrado una pertinaz vocación de vivir juntas a lo largo de la historia, a pesar de episodios como el actual con Cataluña, que se repite cada cierto tiempo y que pone de relieve que aún no hemos completado con éxito nuestro modelo de convivencia. Eso debe ser un acicate para poner ideas y sugerencias sobre la mesa con objeto de dar soluciones políticas a un problema político, en lugar de pasarle el problema a los jueces afectando así a su necesaria imagen de imparcialidad. Pero no es para flagelarse sino para trabajar estos asuntos con mayor determinación.

España es un ejemplo de cómo gentes diversas han mostrado una pertinaz vocación de vivir juntas, a pesar de episodios como el actual con Cataluña

Esa diversidad, que se extiende a tierras, paisajes, costumbres y gastronomía, enriquece la unidad, nos dota de un envidiable humor (negro) y nos hace más tolerantes y abiertos a los extranjeros, que nos convierten por todas estas razones en el segundo destino turístico del mundo, con más de 80 millones de visitantes el año pasado.

5.- Esa diversidad se muestra también en una cultura de impacto global, que hace de España uno de los lugares del planeta con mayor numero de monumentos reconocidos como Patrimonio de la Humanidad, el país con más parques naturales de Europa y con cuatro lenguas cooficiales, una de las cuales, el castellano, resulta ser la segunda del mundo por el número de los que la hablan de nacimiento: 414 millones, solo detrás del mandarín. Y el español es, además, la tercera lengua de internet (detrás del inglés y del mandarín). Es el idioma que hablan nada menos que 31 países, un gran instrumento de influencia global y su aportación al PIB nacional es muy importante.

No es ser complaciente ni negar que no tengamos problemas. Solo pretendo que los enfrentemos con la cabeza alta, satisfechos de lo que hemos logrado

6.- Y también tenemos grandes deportistas en todos los ámbitos: tenis, golf, motos, hockey, ciclismo, waterpolo, Fórmula 1... Hasta en deportes más minoritarios como bádminton, croquet, patinaje artístico e, incluso, deportes de invierno donde deportistas españoles han conseguido dos meritorios bronces. Y nuestros equipos nacionales lo han ganado todo en fútbol, en baloncesto, balonmano etc., mientras nuestros clubes suman 17 copas de Europa en fútbol, más que nadie. No voy a insistir en algo bien conocido y que constantemente nos da triunfos y alegrías en un deporte u otro.

Recordar estas cosas, repito, es sano y no es ser complaciente ni negar que no tengamos problemas, porque los tenemos, son graves y exigen soluciones. Solo pretendo que los enfrentemos con la cabeza alta, satisfechos de lo que hemos logrado juntos, que es mucho, y con la certeza de que los venceremos igual que hemos superado los muchos, y más graves, que hemos tenido a lo largo de una historia cinco veces centenaria. Nada más y nada menos. Porque estoy harto de tanta autocrítica derrotista y porque entre todos y con mucho esfuerzo hemos hecho un gran país del que tenemos derecho a sentirnos orgullosos.

Creo que hay razones para pensar que el mundo nunca ha estado mejor que ahora a pesar de todos sus problemas, que son muchos. No es un ataque de ingenuidad panglosiana y me conforta ver mi opinión confirmada por pensadores de la talla de Steven Pinker y de Johan Norberg. Los ingenuos son los que piensan que siempre va a mejor, pues no es lo que nos muestra la historia. Hoy la peste no mata al 50% de la población, como hizo en Florencia a mediados del siglo XIV, uno no muere como el primer Rothschild por un flemón y si aún 850 millones de personas pasan hambre, otros 2.100 millones tienen sobrepeso. Y aunque las escenas que nos llegan de Siria nos revuelven el estómago, tampoco hoy los muertos por guerras se comparan con cifras de un pasado aún próximo.

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