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Jorge Dezcallar

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Problemas artificiales

Plantearse ahora el tema de la república, con la que está cayendo, revela otras intenciones que las puramente de orden constitucional

Foto: Varias personas observan el ninot de Felipe VI, una obra de Santiago Sierra y Enrique Merino expuesta en ARCO 2019. (EFE)
Varias personas observan el ninot de Felipe VI, una obra de Santiago Sierra y Enrique Merino expuesta en ARCO 2019. (EFE)

Tenemos un país envidiable por muchos conceptos (acaba de arrebatar a Italia el primer puesto en el 'ranking' mundial de salud, demostrando así que a la salud no le afecta la política) pero cuyos ciudadanos disfrutan con las emociones fuertes. Solo así se explica esta manía de complicarnos la vida cuando mejor van las cosas. El separatismo catalán no es nuevo, pero hasta ahora había buscado momentos de fragilidad para manifestarse. Lo hizo en 1640 contra las reformas del conde-duque de Olivares y aprovechando las revueltas paralelas de Portugal (que recuperó su independencia) y de Andalucía; en 1700, tomando partido no por la independencia sino por el candidato perdedor (el archiduque Carlos) en otro momento de crisis nacional como fue la Guerra de Sucesión tras la muerte de Carlos II, y durante el desmadre de la Segunda República, cuando Companys aprovechó para proclamar el Estat Catalá.

Curiosamente, el catalanismo no dio señales de vida en otro momento de debilidad del Estado, cuando murió Franco, mientras que Hassan II de Marruecos lanzaba su Marcha Verde y se quedaba con el Sáhara Occidental. En esa ocasión, los catalanes aprovecharon para apoyar la Constitución de 1978 con más entusiasmo que ninguna otra comunidad española (más del 90%). Y en cambio, ahora ha despertado tras los mejores 40 años de nuestra historia, al menos desde Fernando VI y Carlos III, al rebufo del populismo alentado por las consecuencias de la crisis de 2008 que se cebó de manera muy dura, con unas clases medias que han perdido mucho poder adquisitivo y confianza en el futuro tras décadas de política ultraliberal.

Foto: Torra durante la sesión de contro al Govern celebrada el pasado miércoles. (EFE) Opinión
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Entre los años cincuenta y ochenta, la productividad creció un 90% y los salarios un 80%, mientras que desde entonces los porcentajes han sido de 80 y 20 respectivamente, lo que explica muchas cosas. Este problema en Europa ha dado lugar a Le Pen, Cinque Stelle y Syriza, pero también a La Lega. Por eso, la Asamblea Nacional Catalana ha nacido solo seis meses después que las protestas de “los indignados” de Madrid, que son a su vez el germen de Podemos. Los mismos perros con diferentes collares. En ambos casos, el trasfondo es el miedo y la incertidumbre, que en un caso pretende hacer tabla rasa con el Estado y en otro levantar un muro por pensar que ellos lo harían mejor. Son los mismos muros que en otros países de Europa se han levantado contra los refugiados y los migrantes. O el que quiere hacer Donald Trump.

Por eso no me extraña que sean los mismos protagonistas los que se replanteen ahora la forma monárquica del Estado, porque atacar a la cabeza es la forma más segura de propinar un golpe mortal al mismo Estado que ella encarna. Por eso el señor Iglesias, líder de Podemos, escribió no hace mucho un artículo en favor de la república y por eso los nacionalistas catalanes no paran de hablar de “república catalana”, han creado los violentos comités de defensa de la república (CDR) y el señor Puigdemont hasta ha puesto un cartel junto a la puerta de su casa en Waterloo. Lo que pasa es que algo falso no se convierte en verdadero por decirlo muchas veces, ni algo inexistente toma cuerpo por arte de magia, de la misma forma que uno no es escritor por escribir sino porque le publiquen, uno no es independiente por decirlo sino porque los otros se lo crean. Y eso no ha ocurrido en ningún caso.

Foto: Puigdemont y Junqueras. (EFE) Opinión
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Plantearse ahora el tema de la república, con la que está cayendo, revela otras intenciones que las puramente de orden constitucional. No cabe duda alguna del carácter arcaico de la forma monárquica, pero no creo que sea eso lo importante, sino sus resultados, y estos no pueden ser mejores. Si uno mira las monarquías que quedan en nuestro entorno, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Países Bajos, Reino Unido y Suecia, además de la propia España, ninguna de ellas cede en democracia o en calidad de vida a repúblicas tan respetables como la francesa, la portuguesa o la norteamericana. Y a mí lo que me importa es eso. Porque resulta que las monarquías europeas del siglo XXI han asumido los mejores valores republicanos y en algunos países (Bélgica, Reino Unido, España) actúan además como potentes instrumentos de cohesión territorial frente a las tendencias centrífugas autóctonas. Lo demostró Felipe VI con su valiente discurso del 3 de octubre de 2017, cuando el Gobierno de Rajoy andaba perdido y sin brújula. Por eso los nacionalistas no le quieren.

Si uno mira las monarquías de nuestro entorno, ninguna cede en democracia o en calidad de vida a repúblicas tan respetables como la francesa

La república es una forma de gobierno respetabilísima, pero yo no le veo hoy ventajas en España. De hecho, las dos repúblicas que hemos tenido hasta ahora, la de 1868 y la de 1931, han acabado como el rosario de la aurora, una con cuatro presidentes en un año y el Cantón de Cartagena proclamando su independencia, y la otra en una terrible Guerra Civil, tras ser abandonada por los propios republicanos, que la traicionaron de todas las maneras posibles (Revolución de Asturias, proclamación del Estat Catalá, golpe de Estado de Sanjurjo...) e hicieron de la convivencia un infierno que desembocó en el golpe de Estado de Franco y en una sangrienta Guerra Civil de tres años. Por eso no creo que la Segunda República sea ningún ejemplo, ya que no pasó de ser una noble ilusión frustrada por la propia incompetencia de sus valedores.

Foto: Cabecera de la manifestación en conmemoración del 87 aniversario de la II República española. (EFE) Opinión
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Tampoco es cierto que el franquismo trajera la monarquía, como algunos parecen creer, pues es el régimen que hemos tenido en España desde tiempo inmemorial, con los dos intervalos antes mencionados. Franco quiso instaurar lo que era una restauración, pero lo que importa es que desde entonces las Cortes, sede de la soberanía nacional, han refrendado la monarquía en al menos dos ocasiones: En mayo de 1978 —con la abstención de los socialistas—, todos los demás grupos parlamentarios que integraban la Comisión Constitucional (UCD, Alianza Popular, Partido Comunista, Minoría Catalana y PNV) aprobaron el párrafo tercero del artículo primero del anteproyecto de Constitución, que establece la monarquía parlamentaria como forma política del Estado. Las Cortes refrendaron de nuevo la fórmula monárquica al aprobar la Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, que regula la abdicación de don Juan Carlos conforme a lo dispuesto en la Constitución. Así que no dicen la verdad los que afirman que “al Rey lo ha traído Franco”, igual que tampoco son obra suya la lengua castellana o la bandera rojigualda. Son cosas que conviene recordar a algunos desmemoriados y hacer que aprendan los ignorantes.

Por eso me parece mal la iniciativa de un artista de vender en ARCO una efigie del Rey con la condición de quemarla públicamente. Por varias razones: porque creo que el Rey, como cúpula institucional del Estado, nos representa a todos y las instituciones merecen respeto. No me imagino que nada parecido pudiera suceder en el Reino Unido, donde hay mucha más tradición democrática y saben que es importante respetar los símbolos. En segundo lugar, porque es una iniciativa que puede ofender y de hecho ofenderá a mucha gente, por más que el arte pueda y a veces deba ser provocador. No soy partidario de prohibir sino de educar. Finalmente, creo que hay formas más inteligentes y solidarias de emplear tanto dinero cuando hay mucha gente que lo pasa mal.

Foto: El ninot de Felipe VI, obra de Santiago Sierra y Enrique Merino. (Efe)

Y por eso, también, me parece una estupidez por parte del Gobierno de Pedro Sánchez la circular enviada a nuestras embajadas para poner en la correspondencia oficial un logo con los colores republicanos para conmemorar el exilio de 1939. Tras la protesta de los diplomáticos, el Gobierno se ha visto obligado a retirar sus insensatas instrucciones. Se ve que no lo habían pensado bien, cuando nosotros los elegimos para que piensen y no hagan tonterías.

Me gustaría que fuéramos capaces de enfrentar nuestros actuales problemas, que no son pocos, con altura de miras y con voluntad integradora y respetuosa de las diferencias. Pero que no creemos más problemas de los que ya tenemos y, sobre todo, no nos los inventemos con intenciones inconfesables. Otto von Bismarck decía que España era el país más fuerte del mundo porque los españoles llevaban siglos intentando destruirlo sin conseguirlo... Va a resultar que tenía razón.

Tenemos un país envidiable por muchos conceptos (acaba de arrebatar a Italia el primer puesto en el 'ranking' mundial de salud, demostrando así que a la salud no le afecta la política) pero cuyos ciudadanos disfrutan con las emociones fuertes. Solo así se explica esta manía de complicarnos la vida cuando mejor van las cosas. El separatismo catalán no es nuevo, pero hasta ahora había buscado momentos de fragilidad para manifestarse. Lo hizo en 1640 contra las reformas del conde-duque de Olivares y aprovechando las revueltas paralelas de Portugal (que recuperó su independencia) y de Andalucía; en 1700, tomando partido no por la independencia sino por el candidato perdedor (el archiduque Carlos) en otro momento de crisis nacional como fue la Guerra de Sucesión tras la muerte de Carlos II, y durante el desmadre de la Segunda República, cuando Companys aprovechó para proclamar el Estat Catalá.

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