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La OTAN cumple 70 años
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Jorge Dezcallar

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La OTAN cumple 70 años

Estamos dejando atrás las ventajas de un multilateralismo eficaz en favor de un multipolarismo caracterizado por el nacionalismo de vía estrecha, el egoísmo del sálvese quien pueda

Foto: Un cartel con el logotipo de la OTAN delante de su sede en Bruselas. (EFE)
Un cartel con el logotipo de la OTAN delante de su sede en Bruselas. (EFE)

Cuando la OTAN se reúna mañana en Washington para conmemorar su septuagésimo aniversario y su secretario general, Jens Stoltenberg, se dirija en sesión conjunta a ambas cámaras del Congreso, lo hará en el contexto de un mundo que se enfrenta a crisis globales de una magnitud que ningún Estado, por poderoso que sea, es capaz de resolver por sí solo. Problemas como el cambio climático, el terrorismo, la pobreza y desigualdades, la seguridad, las migraciones masivas o la proliferación nuclear, por citar solo los más importantes, desnudan la inoperancia de tratar de solucionarlos con recetas locales.

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Solo una acción concertada de la comunidad internacional puede hacerles frente con eficacia, y la dificultad que tenemos es que en lugar de ir hacia un sistema de mayor integración y cooperación internacionales, estamos dejando atrás las ventajas de un multilateralismo eficaz en favor de un multipolarismo caracterizado por el nacionalismo de vía estrecha, el egoísmo del sálvese quien pueda, la competencia entre países y grupos de países, el proteccionismo de los muros y de las guerras comerciales, y la seguridad nacional como valor supremo. Y que también pasa por debilitar cada vez más a las organizaciones internacionales capaces de limar asperezas, acercar puntos de vista diferentes o mediar en disputas, cuando no se las sustituye directamente por otras, como ha comenzado a hacer China con la fundación del Banco Asiático de Inversiones. Donald Trump no tiene la culpa de lo que ocurre, aunque su política refuerza la debilidad de un ciclo geopolítico que comenzó en 1945 y que muestra signos de agotamiento. O lo cambiamos de común acuerdo o saltará por los aires.

Donald Trump no tiene la culpa de lo que ocurre, aunque su política refuerza la debilidad de un ciclo geopolítico que muestra signos de agotamiento

Isaiah Berlin distinguía entre un nacionalismo basado en compartir costumbres, lengua e instituciones y otro que ve la nación como un organismo en el que los intereses del colectivo se imponen a los de sus miembros individuales. Es este, en su lúcida opinión, el que dio lugar al nazismo y al fascismo y el que por desgracia empieza a asomar la oreja en un mundo donde se vuelve a hablar de guerra fría (aunque esta vez no ideológica) porque se abandonan acuerdos de reducción de misiles, se imponen sanciones económicas por disputas políticas o comerciales, y porque hay nacionalismos que expanden sus fronteras (Rusia en Crimea, China en el mar de la China Meridional) o pelean por ellas (como India y Pakistán sobre Cachemira), mientras otros se embarcan en guerras comerciales que nos empobrecen a todos y el enfrentamiento llega al mundo digital con la pugna sobre las redes 5G o el control sobre internet que puede acabar poniendo fin a la interoperabilidad, que es una de sus mayores ventajas. Vamos hacia un mundo más inseguro y antipático.

Este sombrío panorama internacional, que parece escapársenos de las manos cuando todos estos asuntos podrían tener solución si los debatiéramos sosegadamente y con voluntad de superarlos, recuerda de alguna forma al que Europa vivió en vísperas de la Gran Guerra. Entonces los líderes del momento fueron tomando con frivolidad e inconscientemente, una tras otra, todas las decisiones equivocadas que nos llevaron al abismo de la destrucción simultánea de cuatro imperios y a la mayor carnicería que hasta la fecha había conocido la humanidad.

placeholder El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. (EFE)
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. (EFE)

Y este año, 2019, se cumplen 80 años del segundo mayor cataclismo de la historia, un tiempo suficiente para que la amnesia colectiva de quienes no lo hemos vivido haya borrado el terror de nuestras mentes. Y nunca deberíamos olvidarlo si no queremos repetirlo. Pero, por desgracia, las naciones actúan al igual que más modestamente ocurre con el Brexit (y en la misma España), donde los partidos políticos parecen incapaces de poner el interés nacional por encima de sus estrechos intereses a corto plazo.

Todo esto viene a cuento porque es este mundo, precisamente, el que más necesidad tiene no de debilitar sino de reforzar el multilateralismo con organismos internacionales donde se debatan problemas, se busquen enfoques comunes y se propugne la cooperación para mejor resolverlos. Y la OTAN es uno de esos organismos.

Hay necesidad de reforzar el multilateralismo con organismos donde se debatan problemas y se propugne la cooperación para mejor resolverlos

Cuando llegó Donald Trump a la Casa Blanca, no sucumbió a los halagos y zalamerías iniciales de Macron, Merkel y Juncker, y en vez de mirar a Europa como aliada la vio como rival y se dispuso a acabar con lo que él consideraba una Europa que se aprovechaba de los Estados Unidos, una Europa próspera que dejaba su defensa en manos norteamericanas mientras aumentaba su superávit comercial con ellos cada día que pasaba. Ya saben, Marte contra Venus. Y entonces dijo cosas que parecieron herir de muerte a la OTAN, como que los europeos deberían contribuir más a la defensa colectiva (algo de lo que ya se quejaba también Obama) y que en caso contrario los EEUU se sentirían desligados de acudir en su ayuda si se invocara el artículo V de defensa automática, que es la piedra angular de la organización. O que los EEUU comenzarían a cobrarnos por las bases que tienen en Europa. Y, lo que es peor, Trump ha dejado caer en varias ocasiones su deseo de abandonar la alianza, lo que significa un torpedo en su misma línea de flotación.

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Como consecuencia, los años que lleva Donald Trump en la Casa Blanca han sido testigos de un empeoramiento de las relaciones entre los EEUU y Europa que se ha manifestado en la imposición de tarifas arancelarias a nuestro acero y aluminio, a nuestros coches o a nuestro aceite, en los comentarios despreciativos sobre la Unión Europea, en el apoyo al Brexit, y en las simpatías por los partidos ultraderechistas y los líderes autoritarios de nuestro continente. O en su denuncia unilateral del tratado nuclear concluido entre Irán y la comunidad internacional y su pretensión de imponernos la extraterritorialidad de su sistema de sanciones a la República Islámica.

Como consecuencia, la opinión de los europeos sobre Donald Trump no ha parado de empeorar: solo un 7% de los españoles cree que hará lo correcto en el ámbito de las relaciones internacionales y el porcentaje apenas sube en Francia (9%) y en Alemania (10%). Y es que Trump se equivoca, su preocupación no debería ser una Europa demasiado fuerte sino una Europa demasiado débil. Es un error muy grave.

Trump se equivoca, su preocupación no debería ser una Europa demasiado fuerte sino una Europa demasiado débil. Es un error muy grave

Pero este desencuentro no nos ha llevado a amortizar a la OTAN sino todo lo contrario, los europeos hemos reaccionado en un doble sentido y lo hemos hecho bien, a pesar de nuestros muchos problemas y en un contexto dominado por el Brexit: aumentando nuestras aportaciones a la organización y preparando una defensa autónoma europea por si los americanos nos dejan en la estacada. Ambas estrategias han funcionado, porque 24 de los 29 miembros de la OTAN han aumentado sus presupuestos de Defensa en 2018, y ocho llegarán este año a destinar el 2% de su PIB (hoy contribuimos con el 1,51%) con la intención declarada de que todos lleguemos a ese mítico 2% no más tarde de 2024, aunque nosotros parecemos ir con bastante retraso.

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Y, por otra parte, Francia y Alemania han comenzado a lanzar propuestas para desarrollar una defensa autónoma que sea compatible con la OTAN, porque seguimos considerando que esta sigue siendo muy útil para un continente que al este se enfrenta con una Rusia expansiva y al sur con un Mediterráneo convulso por los problemas que atraviesa el mundo árabe. Y más todavía con la retirada del Reino Unido de la UE, aunque todo indica que se mantendrá una estrecha relación en el ámbito de la seguridad y de la defensa. Recientemente, la organización ha mostrado su eficacia en la lucha contra el Estado Islámico en Irak, contra los talibanes en Afganistán, en la estabilización de los Balcanes, en la lucha contra la piratería en el océano Índico y contra la migración irregular en el mar Mediterráneo, aunque también hay que reconocer que en Libia erró y fue más allá de lo que pedía las Naciones Unidas, con los resultados conocidos.

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Últimamente ha desplegado tropas en los países bálticos y en Polonia, como advertencia a la agresividad territorial de la Rusia de Putin. Y los EEUU tampoco se pueden quejar, porque la OTAN respondió bien la única ocasión en que se ha invocado el famoso artículo V, que fue precisamente a petición de Washington tras los ataques terroristas del 11-9-2001. Lo que no significa que no deba adaptarse a un mundo en cambio constante o que no haya cometido graves errores, como dar esperanzas de adhesión a Ucrania, lo que desató en Putin la paranoia del cerco y está en la raíz de su desestabilización de Donbas y en su anexión de Crimea.

Así que, más allá de lo que el presidente Trump pueda opinar, la OTAN celebrará mañana su 70 aniversario mostrando buena salud, con países llamando a su puerta (el último en hacerlo es Macedonia del Norte), con el 75% de los norteamericanos a su favor, al igual que el Senado y la Cámara de Representantes, y con dos de cada tres europeos que también lo están. Cualquier gobernante se daría con un canto en los dientes ante tan altas tasas de aprobación.

Cuando la OTAN se reúna mañana en Washington para conmemorar su septuagésimo aniversario y su secretario general, Jens Stoltenberg, se dirija en sesión conjunta a ambas cámaras del Congreso, lo hará en el contexto de un mundo que se enfrenta a crisis globales de una magnitud que ningún Estado, por poderoso que sea, es capaz de resolver por sí solo. Problemas como el cambio climático, el terrorismo, la pobreza y desigualdades, la seguridad, las migraciones masivas o la proliferación nuclear, por citar solo los más importantes, desnudan la inoperancia de tratar de solucionarlos con recetas locales.

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