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Jorge Dezcallar

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La pandemia ha demostrado que los ciudadanos nos hemos adaptado mejor que nuestros políticos. Y no hablo de si lo han hecho bien o mal, sino de su patético espectáculo

Foto: Las fortalezas son más numerosas que las debilidades mostradas durante la pandemia. (EFE)
Las fortalezas son más numerosas que las debilidades mostradas durante la pandemia. (EFE)

La pandemia del coronavirus ha puesto de relieve nuestras fragilidades, que son muchas, pues hay ya más de tres millones de personas contagiadas y 250.000 han fallecido, con un altísimo porcentaje en España en relación con nuestra población. Los números siguen creciendo en el mundo y no se descartan recaídas mientras no se descubra y comercialice la vacuna que tanto necesitamos. Y como vivimos en un mundo globalizado e interdependiente en el que nadie estará a salvo hasta que todos lo estemos (miren África), esto puede durar más tiempo y producir más sufrimiento de lo que pensamos. Porque esta amenaza no se detiene en las fronteras nacionales y menos aún en las regionales, como parece creer algún desnortado, sino que afecta a la supervivencia de la especie humana en su conjunto.

Estamos ante el que es, con seguridad, el reto más grave que la humanidad ha afrontado desde 1945, y, cuando se supere la alerta sanitaria, deberemos todavía convivir con sus devastadores efectos económicos, sociales y políticos en forma de recesión y desempleo, que dependerán tanto de lo que permanezca entre nosotros como de la forma en que salgamos de ella: rápidamente, en forma de V; más lentamente, en forma de U, con un trazo horizontal más o menos prolongado; con recaídas, en forma de W, como sucedió en 1918 con la llamada 'gripe española', cuya segunda ola provocó más muertos que la infección inicial, o, la peor hipótesis de todas, en forma de L, que haga que se quede indefinidamente entre nosotros con brotes recurrentes.

Pero si la pandemia ha puesto de relieve nuestra fragilidad en la salud, la economía, el medio ambiente, la globalización o en la propia respuesta europea a nuestra angustiosa solicitud de ayuda, también pone de relieve algunas fortalezas.

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Como la ola de unión y de solidaridad que ha despertado la conciencia de que en esto no hay ricos ni pobres, blancos y negros, europeos o africanos. Todos somos iguales. El virus no distingue y tampoco nosotros podemos hacerlo, porque estamos todos en el mismo barco y de esta no saldremos de verdad hasta que lo hagamos todos. Esa solidaridad se manifiesta de mil formas diferentes, desde países que ayudan a otros (y algunos lo hacen interesadamente) y gestos de deportistas y empresarios que donan dinero para comprar material que los sistemas de salud necesitan con urgencia, hasta esa cuerda modesta que pende de una ventana napolitana con una canasta donde el que tiene pone alimentos para que los cojan los que pasan hambre. O esos ciudadanos que se asoman a las ventanas para aplaudir y esos artistas que graban desde el confinamiento canciones pegadizas como 'Resistiré', en un intento colectivo de subir los ánimos y la moral a un país que lo necesita, y mucho, pues está sufriendo la dureza de esta pandemia.

Como esa fantástica revolución en la que científicos y laboratorios de todo el mundo dejan atrás celos, protagonismos, cálculos egoístas y envidias para trabajar juntos y contrarreloj en busca de la vacuna que nos librará del miedo y de la zozobra actuales. Nunca antes tantos investigadores se habían concentrado en un mismo objetivo y, aunque algo similar pero a mucha menor escala se hizo en la lucha contra el sida, la diferencia ahora es que los avances en informática, inteligencia artificial, 'big data' y biomedicina permiten multiplicar la velocidad y el número de estos intercambios a unos niveles nunca antes vistos. Como dice Patrick Soon-Shiong, esta cooperación por encima de fronteras es "un sueño científico" que ojalá produzca pronto los resultados apetecidos y que en todo caso puede cambiar la forma de investigar.

Como esos profesionales de la sanidad, los médicos y enfermeras que se dejan la piel durante jornadas agotadoras en condiciones muy difíciles, en hospitales desbordados y con sangrante falta de seguridad por la insuficiencia de batas, mascarillas o guantes. Y que siguen ahí, en la lucha, mientras pagan su entrega con un obsceno porcentaje de infectados entre sus filas (41.000 solo en España). En la cuenta negra están los miserables que les pinchan las ruedas del coche o les pintarrajean 'rata infectada' en la puerta de su casa. Me avergüenza pertenecer a la misma especie que esos despreciables y cobardes canallas.

Hemos vivido un confinamiento aceptado con gran disciplina, que nos ha dado la oportunidad de hacer la vida de familia que no permitía 'la normalidad'

Como la fortaleza que todos hemos mostrado durante un confinamiento aceptado con encomiable disciplina, que nos ha dado la oportunidad de hacer la vida de familia que antes no nos permitía el ajetreo de 'la normalidad'. Juntos en un hogar, a veces de pocos metros cuadrados, con niños que necesitan desahogarse, frente a una pantalla de televisión que no paraba de dar malas noticias y encontrando alivio en ejercicio físico, en conversaciones, música, juegos, lecturas, películas o series de televisión. Porque hemos estado al mismo tiempo confinados e hipercomunicados, mientras nos lavábamos las manos más que nunca. Cuando salió de Auschwitz, Primo Levi dijo: "No hemos salido ni mejores ni más sabios". Yo quiero pensar que de esta saldremos mejores y más sabios de lo que hemos entrado, si somos capaces de usar este tiempo para bucear en nuestro interior y desarrollar aquellos aspectos de nuestra personalidad que estaban asfixiados bajo la agitación en que vivíamos.

Como la constatación de que la calidad de vida es importante y que hay otras formas de hacer las cosas sin que sea necesario ir todo el día de la Ceca a la Meca como pollos sin cabeza, que no hace falta meterse continuamente en aviones para asistir a reuniones que pueden celebrarse por videoconferencia o perder el tiempo en almuerzos de trabajo que amplían el abdomen más que la cifra de resultados, cuando es posible realizar muchas tareas desde el propio hogar gracias a formas de comunicación telemática hasta ahora infrautilizadas, y disminuir al mismo tiempo el tráfico en nuestras ciudades. Hasta las conferencias multiplican de esta forma el número de asistentes y su comodidad. Desarrollar esta potencialidad puede marcar un antes y un después.

Como ese medio ambiente que mejora gracias a la disminución de un 8% este mismo año de las emisiones de gases de efecto invernadero. Menos aviones, coches y cruceros hacen que los animales recuperen algo del espacio que les hemos arrebatado, como hicieron los mamíferos cuando desaparecieron los dinosaurios, salvando las distancias. Y aunque hay muchos 'memes' falsos, hoy los patos cruzan las calles (a veces, por el paso de cebra), los jabalíes se atreven por las avenidas, los gamos se acercan a los suburbios, los delfines asoman por la bocana de los puertos... Y el aire se ha hecho transparente y respirable de nuevo, dejándonos ver lo que podría volver a ser si hacemos lo que debemos. Porque si no lo hacemos, esta pandemia no será nada comparada con las catástrofe que desencadenará el calentamiento global.

La utilización de menos aviones, vehículos y cruceros hace que los animales puedan recuperar algo del espacio natural que les hemos arrebatado

Como esos amigos que tenías casi olvidados, que no has visto en años, que se encuentran en lugares muy distantes pero igual de confinados, y con los que te sientes muy solidario. Y que te escriben ahora interesándose por tu salud, aunque tengas la vaga sospecha de que quizá lo hacen por aburrimiento, igual que los que te bombardean con 'memes' repetidos que solo a veces son graciosos, o te proponen lecturas y visitas virtuales a museos, cuando sabes que ellos no leen ni nunca han puesto los pies en uno. Pero agradeces su recuerdo, porque lo estás pasando mal y sabes que ellos también lo pasan mal. Y pasarlo mal juntos, aunque sea a distancia, une mucho.

La pandemia del covid-19 ha demostrado que los ciudadanos nos hemos adaptado y hemos reaccionado mejor que nuestros políticos. Y no hablo de si lo han hecho bien o mal, que tiempo habrá para discutirlo cuando esto pase, sino del patético espectáculo de desunión y de estrechez de miras con que nos han obsequiado y nos siguen obsequiando durante la crisis, cuando lo que les estamos pidiendo es que, al menos por una vez, se pongan a remar juntos. REMAR JUNTOS, ¿ENTIENDEN? Para solucionar los problemas de tanta gente que lo está pasando muy mal. Esa es la prioridad y no sus estúpidas peleas. Los españoles nos lo merecemos.

Y mientras, por favor, no bajen la guardia, que esto afortunadamente va a mejor pero aún no ha terminado.

La pandemia del coronavirus ha puesto de relieve nuestras fragilidades, que son muchas, pues hay ya más de tres millones de personas contagiadas y 250.000 han fallecido, con un altísimo porcentaje en España en relación con nuestra población. Los números siguen creciendo en el mundo y no se descartan recaídas mientras no se descubra y comercialice la vacuna que tanto necesitamos. Y como vivimos en un mundo globalizado e interdependiente en el que nadie estará a salvo hasta que todos lo estemos (miren África), esto puede durar más tiempo y producir más sufrimiento de lo que pensamos. Porque esta amenaza no se detiene en las fronteras nacionales y menos aún en las regionales, como parece creer algún desnortado, sino que afecta a la supervivencia de la especie humana en su conjunto.

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