Página tres
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EEUU y China salen muy tocados de esta crisis
Ni la 'pax sinica' ni el eslogan 'America First' resultan hoy atractivos para un mundo que ve con estupor sus peleas cargadas de desinformaciones
Cuando le preguntaron a Chu En Lai, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de la China de Mao, su opinión sobre a Revolución francesa, contestó que le parecía demasiado pronto para evaluar su impacto y consecuencias. Con más razón es pronto aún para conocer la forma en que va a cambiar el mundo el covid-19, un virus que según la definición que de ellos hace Bill Bryson es “una mala noticia envuelta en una proteína”, que está haciendo estragos no solo en nuestra salud sino también en la sociedad, la economía y la misma política, y que al principio minusvaloramos, como se ha hecho siempre. Camus describió inicialmente la epidemia en 'La peste' como “una fiebre ligera” y Donald Trump al coronavirus como “una especie de gripe”. No han sido los únicos.
Este virus es efectivamente una mala noticia porque reúne dos condiciones malas: un alto grado de transmisibilidad y un porcentaje variable pero apreciable de letalidad, y sus efectos estarán en función de lo que dure la epidemia, que es algo que depende de cuándo tengamos una vacuna. Un segundo problema será disponer de dosis para vacunar a 5.000 millones de personas asegurando una distribución equitativa en todo el mundo. No es una operación sencilla y la OMS ya advierte de que el virus "puede no irse nunca".
Como consecuencia, nuestras vidas ya están cambiando delante de nuestros propios ojos y también lo hace el mundo en que vivimos. Así, se van a abrir debates sobre nuestras prioridades, el valor de las organizaciones internacionales, el multilateralismo, el renacimiento del Estado-nación, el autoritarismo y las restricciones de las libertades, las vulnerabilidades mostradas por la globalización y la división internacional del trabajo, el medio ambiente... Y debatiremos todo eso en medio de una brutal crisis económica que disparará el desempleo hasta cifras desconocidas desde hace casi 100 años.
La crisis reforzará tendencias geopolíticas observables con anterioridad y que ahora se acelerarán: el repliegue de los EEUU, el ascenso de China, la crisis de Europa y de Rusia, la deconstrucción del orden multilateral puesto en pie en 1945 al final de la II Guerra Mundial en las conferencias de San Francisco, Yalta, Bretton Woods... El fin del dominio occidental, la sustitución del espacio trasatlántico por el estrecho de Malaca como centro económico del planeta y, en definitiva, el comienzo del fin de un ciclo geopolítico y el amanecer de otro. Como ha dicho Claudio Magris, ese periodo incierto en el que lo muerto no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Es el tiempo de los monstruos.
En mi opinión, tanto Estados Unidos como China salen muy tocados de esta crisis. Ni la 'pax sinica' ni el eslogan 'America First' resultan hoy atractivos para un mundo que ve con estupor sus peleas cargadas de desinformaciones. Ambos saben que sabemos que saben que nos mienten y no tienen reparos en seguir haciéndolo. Dentro de China, hay críticas al régimen y en concreto a Xi —algo antes impensable— por su gestión de la crisis, su ocultación del problema y su retraso al informar. No creen las cifras de muertos dadas por su propio Gobierno, mientras la economía sufre y desde el extranjero se pide una investigación independiente. Tampoco sale bien parada la gestión que está haciendo Trump en los EEUU, con un elevadísimo número de muertos, una economía que también está sufriendo mucho y en medio de una polarización política mayor que nunca. Cuando baja la marea se ve quién se baña desnudo, y el mundo no adivina cualidades de liderazgo en Donald Trump, todo lo cual puede tener incidencia sobre las elecciones de noviembre.
Querríamos ver a las dos superpotencias trabajando juntas para vencer el virus y no las vemos, ni creo que las vayamos a ver. China está empeñada en una descomunal campaña de imagen para reescribir la narrativa de la pandemia y mostrarse ante el mundo como un país solidario con el que se puede contar (lo que exige destacar el egoísmo de la gestión norteamericana), y a Trump le conviene un enemigo exterior que distraiga de su incompetencia interior con vistas a las elecciones del próximo 3 de noviembre, mientras aumenta su nerviosismo por la subida de su rival Biden en las encuestas. Por su parte, Rusia se aproxima a China como consecuencia de la rivalidad compartida frente a Washington, pero teme quedar sometida a Beijing como socio más débil de la coalición y por eso es previsible que busque compensar ese riesgo con un acercamiento a Europa y a Japón.
Y Europa, tras mostrar inicialmente falta de liderazgo, de coordinación y de solidaridad, se ha puesto las pilas repatriando a ciudadanos varados en el extranjero por el cierre de fronteras, y lanzando un programa sanitario (UE4Health) para crear una reserva sanitaria estratégica que evite repetir errores en el futuro. Y ha comenzado a discutir un programa de recuperación por valor de 750 millardos de euros, 2/3 subvenciones, respaldado con bonos emitidos por la UE y con impuestos comunitarios que favorecerán las transición ecológica y la digital. Si vence las reticencias de los cuatro países que unos llaman "frugales" y otros “tacaños”, Europa podrá tener su 'momento Hamilton' en recuerdo del presidente norteamericano que sentó las bases para pasar de la tenue confederación inicial de las Trece Colonias a una sólida estructura federal. Si lo sabemos hacer, habremos transformado en oportunidad lo que solo era tragedia y en fortaleza lo que era debilidad. El futuro nunca está escrito.
Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, sintetiza diciendo que ese futuro se decidirá entre Estados Unidos y China y dependerá de cómo cada uno de ellos juegue sus cartas económicas y militares, de los ases que el mundo perciba que cada uno tiene, y de las estrategias posteriores que ambos luego sigan. Lo deseable sería que, como dice Joseph Nye, aprendieran a disfrutar del 'poder con' los otros en lugar de la actual estrategia de suma cero de ejercer el 'poder sobre' los otros. O sea, que trabajen juntos. Pero en mi opinión no es seguro que sean capaces, porque a corto plazo a ambos les conviene la confrontación: a Trump por sus elecciones y a Xi para distraer de las críticas a su persona. Por eso, ambos adoptan medidas antipáticas, como retirarse uno de la OMS y el otro ponerse chulo con Hong Kong. Y ese es un camino que no es bueno para el mundo.
De dos líderes nacionalistas, Xi y Trump, depende que el ambiente cambie desde la actual confrontación a una cooperación que trate de reconstruir un sistema multilateral sobre bases nuevas y aceptables para los recién llegados al Gran Teatro del Mundo (China, India, Brasil, etc.), o que vayamos hacia un régimen multipolar con tensión, proteccionismo y fronteras en el que se imponga la ley del más fuerte y en el que el pez grande se come al chico, los fuertes mandan, como creen que es su derecho, y los débiles sufren como han hecho siempre. Y Europa sale perdiendo. Me gustaría poder decir que soy optimista, pero no quiero mentir.
Cuando le preguntaron a Chu En Lai, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de la China de Mao, su opinión sobre a Revolución francesa, contestó que le parecía demasiado pronto para evaluar su impacto y consecuencias. Con más razón es pronto aún para conocer la forma en que va a cambiar el mundo el covid-19, un virus que según la definición que de ellos hace Bill Bryson es “una mala noticia envuelta en una proteína”, que está haciendo estragos no solo en nuestra salud sino también en la sociedad, la economía y la misma política, y que al principio minusvaloramos, como se ha hecho siempre. Camus describió inicialmente la epidemia en 'La peste' como “una fiebre ligera” y Donald Trump al coronavirus como “una especie de gripe”. No han sido los únicos.