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Irán y China dan una sonora bofetada a EEUU
Ambos están hartos y han encontrado en su aproximación una manera de hacer daño a un Washington cada día más autista y aislado en política exterior
Irán y China se acercan, y no lo hacen tanto por amistad o afinidad ideológica, que son inexistentes, como porque ambos países han encontrado esta forma indirecta de beneficiarse y darle al mismo tiempo una bofetada a Estados Unidos, que los hostigan con sanciones y guerras comerciales. Ambos están hartos y han encontrado en su aproximación una manera de hacer daño a un Washington cada día más autista y aislado en política exterior.
Al parecer, el proyecto de acuerdo de asociación entre ambos países, cuya existencia ha desvelado estos días el 'New York Times', empezó a fraguarse en 2016 durante una visita de Xi Jinping a Teherán, pues ya se sabe que estas cosas llevan su tiempo, pero no ha recibido el impulso final hasta ahora que el presidente Rohani le ha dado el visto bueno anunciando que lo someterá a debate parlamentario y cuando ambos países piensan que la reacción de EEUU será más leve, agobiado como está por los estragos que hace una pandemia muy mal gestionada desde la Casa Blanca.
Si al final se firma, este acuerdo “entre dos antiguas culturas asiáticas” tiene implicaciones muy grandes, porque dará a la República Islámica la posibilidad de escapar a los efectos de las sanciones norteamericanas, que le impiden vender crudo o adquirir la tecnología y maquinaria necesarias para su extracción, y que han puesto de rodillas su economía. Los iraníes dependen de las ventas de petróleo y viven muy mal si no lo venden como les pasa ahora: los bienes escasean, el rial pierde valor, el paro y la inflación se disparan y la clase media se hunde.
Con el acuerdo, China se asegura el suministro de petróleo a buen precio durante 25 años (importa el 75% del petróleo que consume, unos 10 millones de barriles diarios antes de la pandemia) y a cambio se compromete a invertir en Irán la colosal suma de 400.000 millones de dólares para modernizar los transportes aéreos, por carretera y ferrocarril, la red del metro, los puertos y aeropuertos, el sistema bancario, la industria del petróleo y las telecomunicaciones.
Con este acuerdo cubriéndoles las espaldas, los iraníes se sentirán libres para reanudar el enriquecimiento de uranio por encima de los límites permitidos por el acuerdo de 2015 (Plan Integral de Acción Conjunta o PIAC) inspirado por Barack Obama y firmado con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania y la UE, que Donald Trump ha abandonado unilateralmente. Irán siempre ha negado que quiera tener bombas nucleares, y tampoco es seguro que vaya a cambiar ahora de opinión porque Beijing apoya el PIAC y porque eso desataría una carrera de armamentos en Oriente Medio.
Pero el caso de Corea del Norte, con un líder patético pero legitimado por Trump porque ha accedido al club nuclear, será siempre un ejemplo tentador para seguir. Con este acuerdo, Teherán espera garantizarse también el apoyo chino en el Consejo de Seguridad de la ONU cuando los norteamericanos quieran extender el embargo de armas, que caduca el próximo mes de octubre, y juntar esa extensión a lo que en jerga diplomática se llama 'snap back', la reimposición automática de todo el régimen de sanciones onusianas que quedó suspendido cuando firmó el PIAC.
Si las ventajas para la República Islámica de Irán son obvias, no lo son menos para China, como debe siempre suceder con los acuerdos que se quiere que duren. La primera es que se garantiza suministros seguros de petróleo durante un cuarto de siglo y al mismo tiempo mete un dedo en el ojo de Washington evitando un enfrentamiento directo, aunque es muy consciente de que lo hecho solo contribuirá a empeorar la mala relación entre ambos, pues EEUU ya ha advertido de que las empresas chinas que importen petróleo iraní se verán sometidas a sanciones.
El acuerdo también le permitirá extender la red de infraestructuras de la Ruta de la Seda a un país vital por su tamaño y ubicación geográfica —junto al estratégico estrecho de Ormuz, por donde circula todo el petróleo que sale del golfo Pérsico—. Beijing construirá tres zonas de libre comercio en puertos iraníes que garantizan abrigo y repostaje a su flota mercante pero que también tienen valor militar si llega el caso, ampliando así la red que desde el mar del Sur de China se extiende por los puertos de Hambantota en Sri Lanka y Gwandar en Pakistán. La única base militar china en el exterior se encuentra en Djibuti, que no por casualidad está cerca de otro estrecho con gran valor estratégico como es el de Bandar Abbas, que controla la salida del mar Rojo y el camino hacia Suez.
El acuerdo que Irán y China negocian incluye el sensible ámbito de las telecomunicaciones con fórmulas para controlar internet y la extensión de la tecnología china de las redes 5G y del sistema de posicionamiento global Baidou. Y también cláusulas de colaboración militar, venta de armas, realización de ejercicios conjuntos y, muy importante, de cooperación en el ámbito de la Inteligencia en una zona llena de bases norteamericanas.
Aunque hay en Irán algunos críticos de este acuerdo por el miedo que da un excesivo endeudamiento y dependencia de China, o por el tratamiento que reciben los uigures (musulmanes) de Xinjiang, la verdad es que a Teherán no le quedaban muchas otras opciones. El fracaso de la política norteamericana de hostigamiento y aislamiento de Irán ha acabado arrojándolo en brazos de China, mientras que la Unión Europea no ha sido capaz de ofrecer a Teherán ninguna otra salida para sus dificultades con EUUU. Al final, todos recogemos lo que hemos sembrado durante estos últimos años.
Irán y China se acercan, y no lo hacen tanto por amistad o afinidad ideológica, que son inexistentes, como porque ambos países han encontrado esta forma indirecta de beneficiarse y darle al mismo tiempo una bofetada a Estados Unidos, que los hostigan con sanciones y guerras comerciales. Ambos están hartos y han encontrado en su aproximación una manera de hacer daño a un Washington cada día más autista y aislado en política exterior.