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Jorge Dezcallar

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Emociones fuertes

Trump ha regresado a la Casa Blanca y ha saludado sin mascarilla a la multitud congregada en la calle minusvalorando una vez más la gravedad del virus

Foto: Donald Trump habla desde el balcón de la Casa Blanca, sin mascarilla. (Reuters)
Donald Trump habla desde el balcón de la Casa Blanca, sin mascarilla. (Reuters)
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Pues resulta que el presidente que en el último -y hasta la fecha único- debate electoral se burlaba de su oponente por llevar una mascarilla muy grande, ha acabado internado en un hospital militar tras dar positivo en un test de coronavirus. Al parecer el foco de esta infección se encuentra en la multitudinaria ceremonia que se celebró en la Casa Blanca con motivo de la presentación de Amy Coney Barret, la candidata de Donald Trump para suceder a la fallecida Ruth Bader Ginsburg, por cierto sin respetar su último deseo de esperar para hacerlo hasta después de la elección del 3 de noviembre.

En ese acto nadie llevaba mascarilla de protección, nadie observó la distancia de seguridad y los abrazos y besos estuvieron a la orden del día entre los asistentes, dando muy mal ejemplo y contraviniendo así las instrucciones que se dan al resto de los ciudadanos que no pueden asistir a ceremonias religiosas, a entierros de familiares o a espectáculos deportivos. Resultado: muchos infectados con el virus, como la jefa de prensa y otros miembros del equipo presidencial. También en el Pentágono. Y al menos tres senadores Republicanos, lo que podría eventualmente complicar las cuentas del líder del Senado, Mitch MacConnell para poder confirmar a la juez Barrett antes del 3 de noviembre. Todo esto no es lo que cabe esperar del líder de una nación que ya ha sobrepasado los 215.000 muertos por una pandemia que no muestra trazas de remitir. Y como no podía ser menos con este personaje, la entrada de Trump en el hospital y su salida han estado acompañadas de las habituales confusión, exhibicionismo e inconsciencia a las que nos tiene acostumbrados.

Foto: Donald Trump dirigiéndose al hospital militar por precaución. (Reuters)

Confusión porque las informaciones que nos llegaban sobre su enfermedad no han sido claras sino confusas, lo cual está perfectamente en sintonía con su afición a “interpretar imaginativamente la verdad”, lo que se ha dado en llamar “verdades alternativas” a las que tan propenso es. Tanto, que el periódico 'The New York Times' dejó de contarlas cuando ya llevaba varios miles de mentiras. Los médicos de la Casa Blanca, quizás siguiendo instrucciones, trataron de tranquilizar al país quitando importancia a lo que ocurría y perdiendo credibilidad al hacerlo porque sus palabras estaban en contradicción con otra versión procedente del staff presidencial, y también porque los medicamentos suministrados en principio se reservan para casos más graves. El resultado ha sido alarma y confusión que aún continúan. Ambas innecesarias.

Exhibicionismo porque en plena hospitalización, el presidente salió a dar una vuelta en coche para saludar a los numerosos partidarios que se habían congregado en la puerta del hospital militar Walter Reed de Washington. Seguramente lo hizo contra el parecer del equipo médico que le atiende, y con seguridad poniendo en riesgo la salud de los agentes del servicio secreto que le acompañaban. Se dio un baño de popularidad que obtuvo el reflejo correspondiente en las televisiones de todo el mundo. Es un hombre que a veces actúa más como showman televisivo que como presidente.

Inconsciencia: Trump ha regresado a su residencia oficial de la Casa Blanca desde cuyas ventanas ha saludado otra vez sin mascarilla a la multitud congregada en la calle minusvalorando la gravedad del virus, pidiendo a sus seguidores que no se dejen amedrentar por la pandemia y que sigan con sus vidas, y concluyendo que se encuentra estupendamente “mejor que hace 20 años” y que su contagio ha sido “una bendición”. Es un mensaje al estilo “macho alfa” que inducirá a mucha gente a hacer vida normal como si el virus no existiera y el resultado serán más muertes.

placeholder Donald Trump se quita la mascarilla antes de hablar desde la Casa Blanca. (Reuters)
Donald Trump se quita la mascarilla antes de hablar desde la Casa Blanca. (Reuters)

El presidente, que se ha negado a hacer en forma virtual el debate con Biden previsto para el día 15 y que quiere dar imagen de valor y fortaleza frente a un rival que va por delante en las encuestas, se ha declarado curado y ha viajado a Florida para reunirse allí con sus seguidores. Florida será uno de los estados cruciales el próximo 3 de noviembre. En estos momentos la ventaja de Biden es de 10 puntos en términos globales según una encuesta de Post-ABC News, aunque sea menor en algunos estados decisivos como Illinois, Wisconsin, Virginia o North Carolina. Especialmente preocupante para Trump es la ventaja que Biden tiene en Arizona, que es un feudo rabiosamente Republicano. O que lo era hasta ahora. Porque aunque tiene pocos votos electorales, si Arizona vota Demócrata es que las cosas están muy mal para Trump. Pero también Hillary Clinton ganaba en las encuestas y al final perdió. Lo decisivo ahora es que Biden va ganando por un margen mayor que Hillary en 2016 y, sobre todo, que también gana entre tres de los grupos que fueron decisivos para dar la victoria a Trump: los católicos (en 2016 Trump ganaba entre ellos por 4 puntos y ahora pierde por 7), el voto suburbano (también lo gano por 4 y ahora va 8 puntos por detrás de Biden), y, finalmente el voto Verde y Libertario que este año solo representa el 3% mientras que hace cuatro años sumaba el 7% y ayudó a Trump a ganar en estados claves del Midwest sin alcanzar el 50% del voto.

Porque es importante comprender que en los EEUU no se celebra una elección presidencial sino 50, una en cada Estado y por eso es posible ganar la batalla de los votos, como hizo Hillary Clinton en 2016, y sin embargo perder la presidencia. Ese es el temor que no abandona a Biden, que es un hombre sólido, de centro, educado y con larga experiencia política, pero al que le falta carisma y cuya campaña es muy sosa y parece guiada por el miedo a meter la pata a la espera de que la meta su rival un día sí y otro también. El riesgo es que eso no sea suficiente porque los días que faltan para el 3 de noviembre nos traerán aún muchas novedades.

Foto: Foto: EC.

Estos últimos días hemos visto el indudable éxito diplomático que supone el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahrain, y también la designación de una candidata al Tribunal Supremo, cosas ambas que favorecen a Trump porque desvían la atención del público de cuestiones que ha gestionado muy mal, como la pandemia o los disturbios raciales. En sentido contrario también hemos conocido sus pagos por IRPF, algo que él se ha negado a desvelar y que demuestran que en contra de lo que dice no es un buen gestor porque sus empresas han perdido dinero durante los últimos 10 años, y porque además paga a Hacienda menos que un bombero o que un agente de Policía. También muestran que sus empresas han recibido dinero de países y empresarios que esperaban recibir algo a cambio. Y de aquí al día 3 cabe esperar que surjan otras sorpresas como el hallazgo de una vacuna o cualquier otra cosa que pueda influir en uno u otro sentido en la elección. Seguro que aún hay conejos en las chisteras de uno y otro candidato.

Lo que está claro es que Trump va a utilizar su hospitalización en beneficio propio: tanto para presentarse ante su electorado como un líder fuerte vencedor del virus, como para achacarle la derrota electoral, si se produjera, e incluso para tratar de deslegitimar un eventual resultado adverso.

Pues resulta que el presidente que en el último -y hasta la fecha único- debate electoral se burlaba de su oponente por llevar una mascarilla muy grande, ha acabado internado en un hospital militar tras dar positivo en un test de coronavirus. Al parecer el foco de esta infección se encuentra en la multitudinaria ceremonia que se celebró en la Casa Blanca con motivo de la presentación de Amy Coney Barret, la candidata de Donald Trump para suceder a la fallecida Ruth Bader Ginsburg, por cierto sin respetar su último deseo de esperar para hacerlo hasta después de la elección del 3 de noviembre.

Tribunal Supremo