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Vamos a contar verdades, tralará
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Vamos a contar verdades, tralará

Cuando la verdad encuentra un hueco por el que abrirse paso, los manipuladores no tardan ni un instante en volver a cerrarlo. Los datos de seguimiento

Cuando la verdad encuentra un hueco por el que abrirse paso, los manipuladores no tardan ni un instante en volver a cerrarlo. Los datos de seguimiento de la huelga -tanto los sindicales como los oficiales- hace tiempo que se convirtieron en sendas apuestas, al alza o a la baja, completamente aleatorias. Al principio, uno sacaba la media entre ambas cifras para hacerse una idea aproximada de lo ocurrido, y funcionaba. Pero los avispados portavoces en liza se dieron cuenta del truco, y doblaron sus apuestas para favorecer la media en el sentido más conveniente para ellos. Con los años las exageraciones han llegado a insultar a la inteligencia. Se imagina una al ministro de turno al teléfono, dictando la cifra a sus servicios de propaganda: “Di que la incidencia de la huelga ha sido del 20%; no, del 17%; no, no, mejor del 15,6%, jo, jo”. Y en otro despacho, el sindicalista de guardia, en idéntico ademán: “Y en la industria, hummm..., un 87%; no, mejor un 93, 2%, je, je”. Con sus denodados esfuerzos, han logrado que las cifras pierdan toda credibilidad.

La verdad parecía haber conseguido un pequeño avance gracias al dato del consumo eléctrico, sobre cuya objetividad para medir el impacto de la huelga existía un amplio consenso. Lástima de cifra. Habrá que cavarle otra tumba, porque a los manipuladores les ha faltado tiempo para triturar su credibilidad. Ayer los medios digitales centraban sus titulares en este dato, sí, pero para adaptarlo a sus ideas preconcebidas. No hubo sorpresas: los medios favorables a la huelga destacaron un descenso significativo del consumo eléctrico. Los medios contrarios subrayaron su nimia caída. Todo es cuestión de buscar la relación más conveniente.

Lo peor de esta dinámica ya no es que, a fuerza de torturar los datos, nos vayamos quedando sin información fiable, ni que esto no escandalice a nadie. El verdadero problema es que las trituradoras de veracidad ya no están sólo en los sindicatos o el Gobierno, sino en los mismos medios de comunicación. Y se trata de un problema de enorme gravedad porque, al menos en teoría, los medios no tienen otro interés que servir a la verdad.

Al servir a intereses espurios, los medios están renunciando a la función social del periodismo: proporcionar a los ciudadanos información fiable de la realidad, para que puedan formarse un juicio sobre las cuestiones importantes que es necesario conocer en las sociedades democráticas

Así lo proclaman ellos cuando tratan de conmovernos sobre su triste destino con la irrupción de Internet, cuando afirman que no podemos dejar morir el periodismo porque resulta imprescindible para la democracia. Lo expresaba de forma magistral la veterana periodista Soledad Gallego-Díaz: “Si te van a matar, no te suicides”. Al servir a intereses espurios, los medios están renunciando a la función social del periodismo: proporcionar a los ciudadanos información fiable de la realidad, para que puedan formarse un juicio sobre las cuestiones importantes que es necesario conocer en las sociedades democráticas.

No están obligados a seguir haciendo lo de siempre, desde luego, pero podrían, en primer lugar, anunciarnos su nueva misión. Si no lo hacen, no sólo estarán diciendo falsedades, sino que toda su actividad será fraudulenta. Y además, deberán asumir que si cambia su naturaleza, también se modificarán los sentimientos y las obligaciones de los ciudadanos hacia ellos. Si los medios defienden sólo un interés comercial, económico o partidista –todos ellos legítimos, sin duda-, no pueden esperar que los ciudadanos los respalden. Si no aportan ningún bien a la comunidad política, la gente se preguntará: ¿por qué subvencionarlos? ¿Por qué financiarlos con publicidad oficial? ¿Por qué, en suma, preocuparse de sus problemas? Si defienden un interés particular, sólo tendrán de su lado a quienes se vean beneficiados por él, en dinero o en votos.

Siempre habrá personas interesadas en obtener información veraz, como yo, que estoy escribiendo a las ocho de la tarde del día de la huelga y aún no sé si ha sido un éxito o un fracaso, pues ambas cosas he oído y leído, sin matices de ninguna clase. Pero seguiremos interesados, porque sabemos que la verdad no se obtiene sacando la media entre dos mentiras, y porque ninguna sociedad ha avanzado sin grandes cantidades de información veraz: sin ella resulta imposible tomar las decisiones correctas.

Cuando la verdad encuentra un hueco por el que abrirse paso, los manipuladores no tardan ni un instante en volver a cerrarlo. Los datos de seguimiento de la huelga -tanto los sindicales como los oficiales- hace tiempo que se convirtieron en sendas apuestas, al alza o a la baja, completamente aleatorias. Al principio, uno sacaba la media entre ambas cifras para hacerse una idea aproximada de lo ocurrido, y funcionaba. Pero los avispados portavoces en liza se dieron cuenta del truco, y doblaron sus apuestas para favorecer la media en el sentido más conveniente para ellos. Con los años las exageraciones han llegado a insultar a la inteligencia. Se imagina una al ministro de turno al teléfono, dictando la cifra a sus servicios de propaganda: “Di que la incidencia de la huelga ha sido del 20%; no, del 17%; no, no, mejor del 15,6%, jo, jo”. Y en otro despacho, el sindicalista de guardia, en idéntico ademán: “Y en la industria, hummm..., un 87%; no, mejor un 93, 2%, je, je”. Con sus denodados esfuerzos, han logrado que las cifras pierdan toda credibilidad.