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Lobotomía parlamentaria
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Lobotomía parlamentaria

No recomiendo a nadie participar en una votación de presupuestos como la que hemos celebrado en el Congreso esta semana. Me gustaría que hubieran podido ver

No recomiendo a nadie participar en una votación de presupuestos como la que hemos celebrado en el Congreso esta semana. Me gustaría que hubieran podido ver como yo el deterioro progresivo que produce en cualquier alma humana la votación de 3.000 enmiendas, sabiendo de antemano que ninguna de ellas va a ser aprobada.

Tres mil enmiendas significaría apretar 6.000 veces el botón, una vez para confirmar la presencia y otra para dar el voto correspondiente. Por suerte algunas se agrupan, pero en todo caso, la cifra sigue resultando ingente. La votación se distribuyó en tres días, aunque sólo el último de ellos el acto exclusivo de votar duró dos horas enteras. Al principio, entre botón y botón, los diputados íbamos intercalando comentarios, gracietas, algunas risas. Algunos tuiteaban frases, otros mirábamos con expectación los resultados de la pantalla… Ah, cierto grupo nos ha apoyado esta enmienda; tal otra no ha tenido ningún éxito. Mientras, el presidente repetía una y otra vez su letanía: enmiendas del grupo X, número tal y número cual; comienza la votación; resultado: enmiendas rechazadas. Enmiendas del grupo Y, número tal y cual; comienza la votación; resultado: enmiendas rechazadas. Así, una y otra vez. Por centenares. No se equivocó y es digno de ser señalado.

Los tres días de discusión parlamentaria han resultado un homenaje al debate ritual, sin dar ocasión siquiera de intentar negociar ninguna enmienda. El Gobierno ha hecho suyo para los presupuestos aquel verso que Juan Ramón Jiménez aplicaba a sus poemas: “No le toques ya más, que así es la rosa”

Nosotros identificábamos lo que se estaba votando -a veces no es tan fácil como parece-, gracias a un índice de más de 50 páginas preparado por el equipo técnico. Y votábamos. Al cabo de una hora y media, ya resultaba imposible encontrar entre los diputados una sola sonrisa. La mayoría mostrábamos expresión de aturdimiento, incluso cierta sensación de irrealidad. ¿Existe el mundo fuera de “comienza la votación?” Parecía que aquello no iba a acabar nunca. ¿Tendremos pesadillas con la frase “enmienda rechazada”? Bostezos, calambres, decaimiento acusado de los músculos faciales. Y la pregunta de los niños en los viajes: ¿cuánto falta? Los ojos de los diputados se iban tornando vidriosos, la cara inexpresiva. Por un momento, me vino a la memoria la imagen de Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco después de ser lobotomizado en aquel siniestro hospital. ¿Será la votación de presupuestos un método menos invasivo para lograr los mismos efectos?

La votación constituye la parte mecánica de la política, y hay que hacerla. El debate contiene el aspecto orgánico, es decir, vivo de la política. Lo malo es que tampoco lo fue, porque nació muerto. Los tres días de discusión parlamentaria han resultado un homenaje al debate ritual, sin dar ocasión siquiera de intentar negociar ninguna enmienda. El Gobierno ha hecho suyo para los presupuestos aquel verso que Juan Ramón Jiménez aplicaba a sus poemas: “No le toques ya más, que así es la rosa”. Su presupuesto era intocable, y no porque las enmiendas pidieran más gasto, como dijo el ministro Montoro. De hecho, algunas de las nuestras suponían un ahorro, como la de eliminar la traducción simultánea del Senado. Simplemente, son sus presupuestos, es su Gobierno, es su mayoría absoluta, y punto.

Por suerte, aquello acabó. Y antes de que mis queridos enemigos empiecen a maldecirme, diré que no cuento esto por quejarme, sino por acercar la vida parlamentaria a los ciudadanos. Me enorgullece representarlos y especialmente hacerlo con unos compañeros de grupo tan concienzudos, sensibles e inteligentes como los que tengo. Volvería a pasar por el proceso de lobotomía mañana mismo si con ello se aprobaran nuestras enmiendas, pero sé que hablo de una fantasía. La realidad es que la ley más importante del país ha tenido un triste y mecánico paso por el mundo. 

No recomiendo a nadie participar en una votación de presupuestos como la que hemos celebrado en el Congreso esta semana. Me gustaría que hubieran podido ver como yo el deterioro progresivo que produce en cualquier alma humana la votación de 3.000 enmiendas, sabiendo de antemano que ninguna de ellas va a ser aprobada.