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Rajoy ejerce su libertad
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Rajoy ejerce su libertad

De las varias frases tremebundas que pronunció Rajoy en su discurso de anteayer, me impresionó especialmente una: “No podemos elegir. No tenemos esa libertad”. Numerosos análisis

De las varias frases tremebundas que pronunció Rajoy en su discurso de anteayer, me impresionó especialmente una: “No podemos elegir. No tenemos esa libertad”. Numerosos análisis económicos subrayan que las brutales medidas -recortes y subidas de impuestos- planteadas para ahorrar 65.000 millones, lejos de sacarnos de la crisis, ahondarán la recesión, deprimirán el consumo, aumentarán la deuda y el desempleo. Como ninguna depresión se ha solucionado con austeridad, no resulta difícil para los economistas predecirlo. Tampoco hace falta ser un lince para percibir cómo esos recortes van a agravar la crisis social, en medio de una escalofriante falta de sensibilidad del presidente, reflejada, como suele ocurrir, no en lo que dijo conscientemente, sino en lo inconsciente: “En cuanto a los débiles y tal”. Los débiles como coletilla discursiva en una réplica.

Pero merece reflexión su afirmación respecto a su falta de libertad. Un gobernante no puede aseverar algo así sin asumir consecuencias. Porque si es verdad que no tenemos libertad, vivimos en una democracia demediada. Si el máximo representante del Gobierno no puede decidir, ¿a qué libertad puede aspirar el ciudadano de a pie? Y si no es verdad que carezca de libertad, entonces mintió gravemente, lo cual también debería acarrear consecuencias.

Rajoy tenía varias opciones. La primera y más evidente, tratar de ingresar más por la vía de perseguir el fraude fiscal. Los inspectores de Hacienda aseguran que sólo con que se redujera a la mitad la economía sumergida se recaudarían 35.000 millones, más de la mitad del recorteCreo más bien que la falta de libertad esgrimida por él no es más que una pobre coartada. Gobernar consiste en arbitrar los múltiples intereses en juego existentes en una sociedad libre. Cuando uno lo hace, puede tratar de ser justo o puede intentar favorecer determinados intereses por encima de otros. Él ha primado los intereses de los acreedores, que exigen recortes para más prestarnos. Y fíjense que yo ni siquiera discuto que el interés de los acreedores por cobrar sea legítimo, simplemente creo que un gobernante no puede defender sólo ese interés. Su obligación es velar por los de la mayoría y, sobre todo, mirar por el bien común y la cohesión social. Pero si defiende el rescate del sistema financiero español apelando al carácter sistémico de los bancos y cajas -es decir, al interés general- entonces debe exigir responsabilidades penales y políticas, además de cambiar las leyes que han permitido los desmanes. Nada de eso escuchamos anteayer.

Pero aceptemos esa primera elección: hay que reducir el déficit para que nos presten el dinero con que rescatar a los bancos. Con todo, aún tenía varias opciones. La primera y más evidente, tratar de ingresar más por la vía de perseguir el fraude fiscal. Los inspectores de Hacienda aseguran que sólo con que se redujera a la mitad la economía sumergida se recaudarían 35.000 millones, más de la mitad del recorte. Además, ese tipo de acción dotaría de legitimación al sistema fiscal, a los actos del Gobierno y, por ende, a la política, vista cada vez más por los ciudadanos como un coto de defensa de intereses particulares.

Pero incluso abordando el asunto por la vía del gasto, podría haber intentado limitar el gasto autonómico, no en educación y sanidad, como ha hecho, sino en gasto superfluo, suntuario, clientelismo, amiguetes y etcétera. Antes teníamos 17 de todo; ahora no vamos a tener 17 de nada pero, como el dinosaurio de Monterroso, las diputaciones seguirán ahí, las embajadas autonómicas seguirán ahí, los altos cargos nombrados a dedo seguirán ahí... Todo lo que significa poder del bipartidismo alterno permanece, mientras lo que presta servicios a los ciudadanos y garantiza la cohesión social se erosiona. Ésa ha sido la elección de Rajoy.

Tiene libertad y la ha ejercido, no para arbitrar intereses opuestos, sino para defender unos muy concretos: el poder de los banqueros y el de los partidos políticos. En la última encuesta de Metroscopia eran los dos colectivos más repudiados socialmente. ¿Aún hay alguien que se pregunte por qué?

De las varias frases tremebundas que pronunció Rajoy en su discurso de anteayer, me impresionó especialmente una: “No podemos elegir. No tenemos esa libertad”. Numerosos análisis económicos subrayan que las brutales medidas -recortes y subidas de impuestos- planteadas para ahorrar 65.000 millones, lejos de sacarnos de la crisis, ahondarán la recesión, deprimirán el consumo, aumentarán la deuda y el desempleo. Como ninguna depresión se ha solucionado con austeridad, no resulta difícil para los economistas predecirlo. Tampoco hace falta ser un lince para percibir cómo esos recortes van a agravar la crisis social, en medio de una escalofriante falta de sensibilidad del presidente, reflejada, como suele ocurrir, no en lo que dijo conscientemente, sino en lo inconsciente: “En cuanto a los débiles y tal”. Los débiles como coletilla discursiva en una réplica.

Mariano Rajoy