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Espiar y ser espiado
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Espiar y ser espiado

Hay países que espían a todos pero son espiados por muy pocos. Es el caso de EEUU, que ha vigilado las comunicaciones de medio mundo, incluidos

Hay países que espían a todos pero son espiados por muy pocos. Es el caso de EEUU, que ha vigilado las comunicaciones de medio mundo, incluidos Brasil, México y Alemania, pero no los espía casi nadie, salvo la propia Alemania. De hecho, de tanto como se espiaban el uno al otro descubrieron que podían compartir programas amistosamente. España, en cambio, pertenece a la categoría opuesta: ni nos espían ni espiamos. Lo primero lo dejó sentado nuestro preclaro ministro de Defensa, el señor Morenés, nada más estallar el escándalo de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) el pasado verano. De forma tajante sentenció: “A mí no me han espiado; en general creo que tampoco”. En ese preciso momento el espía americano anota en su libreta: el Gobierno español sigue living in denial, o sea, en la negación de la realidad. Once again.

España tampoco es de los que espía. Podría resultar difícil demostrarlo, pero nuestros fracasos en cualquier liza internacional hablan por sí solos: estamos desaparecidos. En el mundo actual, resulta indispensable tener buena información. Paradójicamente, para ello no hacen falta muchos espías, pues la mayor parte de ella es accesible por los cauces diplomáticos y políticos ordinarios. Pero sí es necesaria mucha inteligencia en el sentido literal, y parece que nos falta: la cúspide de la nación está encanijada brutalmente en las miserias cotidianas. No se valora la importancia de la materia gris, el acceso a las fuentes adecuadas, el valor de un buen informe, un análisis certero… Quizá tengamos todo esto y se despilfarre con decisiones políticas erróneas. Quizá lo eche por la borda el living in denial oficial. No hay conciencia de que sin grandes cantidades de información fiable y de calidad las sociedades no avanzan. Quizá no hay siquiera voluntad de avanzar.

Mejorar nuestra ubicación en el mundo no equivale a hacer una campaña publicitaria que convierte al Estado en marca comercial. Significa defender nuestros intereses y explicar a los demás cómo queremos contribuir a los intereses comunes

La ira de las víctimas de ETA contra el Tribunal de Estrasburgo es comprensible, pero resulta crucial comprender que esa sentencia se podría haber evitado si desde aquí se hubiera trabajado de otra forma, tanto este Gobierno como el anterior. Había jurisprudencia favorable a la tesis de España, había racionalidad jurídica en la doctrina Parot y una legislación ya favorable. Ha faltado trabajo, constancia y perseverancia. Un país dividido tiene pocas posibilidades de convencer al mundo de sus pretensiones. Si además las cúpulas ignoran cómo se están cocinando las cosas, o fingen no saberlo, las posibilidades de triunfar son pocas.

Ocurrió lo mismo con la fallida candidatura olímpica de Madrid: la descalificación en la primera vuelta demostró que nunca tuvimos ninguna posibilidad, lo cual no es malo en sí mismo. Pero las autoridades habían transmitido a los ciudadanos que estábamos a un paso de conseguirlo hasta un minuto antes. ¿No se tenía información para saber lo contrario? ¿Se trabaja tan mal que no tenemos a gente en los lugares claves enterándose de las cosas? ¿Nadie estudia para anticiparse a desenlaces que afectan a España? ¿No se vigila en la trastienda aquello que nos puede perjudicar antes de que ocurra?

Podemos escupir a un tribunal europeo, indignarnos por una presunta conspiración de los corruptos miembros del COI o insultar a un gobernante extranjero si expropia una empresa española. Pero no son los de fuera, somos nosotros: los fracasos internacionales simplemente nos ponen ante el espejo. Nos recuerdan que –en este episodio triste– ha habido gentes que no hicieron bien su trabajo, y que las cosas podrían haber sido de otra forma. Mejorar nuestra ubicación en el mundo no equivale a hacer una campaña publicitaria que convierta al Estado en marca comercial. Significa defender nuestros intereses y explicar a los demás cómo queremos contribuir a los intereses comunes. Si no lo hacemos, acabará siendo realidad la fantasía gubernamental de que no nos espían: habremos caído en la irrelevancia, si no lo hemos hecho ya

Hay países que espían a todos pero son espiados por muy pocos. Es el caso de EEUU, que ha vigilado las comunicaciones de medio mundo, incluidos Brasil, México y Alemania, pero no los espía casi nadie, salvo la propia Alemania. De hecho, de tanto como se espiaban el uno al otro descubrieron que podían compartir programas amistosamente. España, en cambio, pertenece a la categoría opuesta: ni nos espían ni espiamos. Lo primero lo dejó sentado nuestro preclaro ministro de Defensa, el señor Morenés, nada más estallar el escándalo de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) el pasado verano. De forma tajante sentenció: “A mí no me han espiado; en general creo que tampoco”. En ese preciso momento el espía americano anota en su libreta: el Gobierno español sigue living in denial, o sea, en la negación de la realidad. Once again.

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