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Alves se come un plátano
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Alves se come un plátano

Hace unos días el futbolista Dani Alves se comió en el campo el plátano más famoso de la historia. Alves tomó del suelo la fruta que

Hace unos días el futbolista Dani Alves se comió en el campo el plátano más famoso de la historia. Alves tomó del suelo la fruta que un gañán le había lanzado a modo de insulto racista, porque en el hábitat futbolístico está arraigado el hábito de relacionar con monos a los jugadores de piel oscura. Al comerse el plátano, Alves lo convirtió en un bumerán y se lo devolvió a su agresor en forma de gesto antirracista, que se viralizó.

Detrás de lo que se ha convertido en un fenómeno planetario de rechazo al racismo estaba también Neymar: ambos lo planearon con una agencia. En el fondo, parece lógico que una idea buena y universalmente eficaz haya necesitado de varios cerebros pensantes, y no sea fruto de la espontaneidad de una sola persona. ¿Por qué está mal que un publicista trabaje por una causa justa?

Lo importante es ese papel del brasileño Dani Alves como futbolista político, es decir, como ciudadano. A veces, a quienes más se quieren abstraer de la política ésta les aterriza en el campo, junto a su bota. Y entonces uno puede decidir tramitar la cuestión como si estuviera en una gestoría, e indicarle al árbitro que tome nota –como hacen los futbolistas españoles– o puede un buen día tomar partido y ser ciudadano. El mordisco al plátano quería mostrar al mundo que son la libertad y la igualdad las que están en juego.

Me conmueve el gesto de Alves. Los futbolistas españoles dan muchas alegrías a sus aficiones, pero no tantas a los ciudadanos. Recuerdo a la perfección cómo durante la Guerra de Iraq sólo un jugador del Madrid emitió una opinión: Zidane. Cuando algunos de aquí han decidido dar un paso adelante lo han hecho para defender el nacionalismo, catalán o vasco, es decir, la diferencia y no la igualdad. Su deliberada inhibición en estos asuntos resulta decepcionante, porque hablamos de una cuestión elemental como el racismo; porque se produce ante sus propios ojos y porque ellos son perfectamente conscientes de la influencia social que tienen. Saben que si mostraran su repudio de forma inequívoca en el campo se erradicaría ese racismo agresivo en cinco minutos.

Sin duda, también deben de saber que los países anunciados en sus camisetas son repugnantes en términos de respeto a la democracia, los Derechos Humanos, la libertad de las mujeres o la corrupción: Qatar, Emirates, Azerbaijan… El Atleti no se esconde: su web hace tal apología del patrocinador que es evidente que el presidente no tiene intención de visitar una cárcel en el país. El Madrid y el Barcelona, por su parte, tratan de camuflar con el nombre de la aerolínea y la Fundación respectivamente lo que no es sino publicidad de países tiránicos: aquí la alegría del jeque. Qatar emplea, en las obras del Mundial 2022, mano de obra extranjera que trabaja en condiciones de esclavitud. Los nepalíes mueren por decenas. En Dubái, uno de los Emiratos Árabes Unidos que tuve la ocasión de visitar el año pasado, los trabajadores extranjeros –en gran parte paquistaníes– viven en guetos y su discriminación es tal que se puede hablar de un régimen xenófobo. Si empezara a hablar de las mujeres, no acabaría.

Así, lo que parecía silencio e inhibición se revela como una siniestra responsabilidad. ¿Y si nuestros tres grandes equipos –que tanta admiración internacional despiertan– no estuvieran actuando como si sus actos no tuvieran consecuencias políticas, sino con plena conciencia de ellas? ¿Y si no estuvieran siendo apolíticos, como parece, sino netamente políticos en la sutil promoción de la discriminación de las personas? De hecho, promocionan países cuyos regímenes políticos repugnan a los valores democráticos de los españoles. Ya que somos una potencia futbolística, animemos a nuestros jugadores a ser ciudadanos, pidamos a los potentes clubes españoles que contribuyan a un mundo mejor. Si un país amante del fútbol como Brasil lo da, a buen seguro nosotros también lo hemos de lograr. Se empieza por comerse un plátano.

Hace unos días el futbolista Dani Alves se comió en el campo el plátano más famoso de la historia. Alves tomó del suelo la fruta que un gañán le había lanzado a modo de insulto racista, porque en el hábitat futbolístico está arraigado el hábito de relacionar con monos a los jugadores de piel oscura. Al comerse el plátano, Alves lo convirtió en un bumerán y se lo devolvió a su agresor en forma de gesto antirracista, que se viralizó.

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