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La escuela de la tranquilidad y el populismo
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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La escuela de la tranquilidad y el populismo

Nigel Farage, líder del UKIP británico, lo dijo con meridiana claridad en la noche del domingo: “La integración europea parecía inevitable; desde hoy no lo es”.

Foto:  El líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage. (Reuters)
El líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage. (Reuters)

Nigel Farage, líder del UKIP británico, lo dijo con meridiana claridad en la noche del domingo: “La integración europea parecía inevitable; desde hoy no lo es”. Sin embargo, algunos no consiguen enterarse. No ven una amenaza en el ascenso del populismo. Tengo por costumbre preocuparme cuando las autoridades –intelectuales o periodísticas en este caso– hacen llamadas a la calma, no por llevar la contraria, sino porque cuando todo está en calma nadie sale a tranquilizarnos.

Los argumentos de la “escuela de la tranquilidad” son básicamente dos. El primero nos dice que, como dos tercios de los diputados del nuevo Europarlamento son europeístas, los partidarios de la integración europea –en sus distintas formas– seguimos siendo mayoría. Claro. Exactamente ésa es la razón por la que hay que preocuparse: ahora todavía podemos hacerlo. Preocuparse significa, etimológicamente, “ocuparse antes”, es decir ahora. El día que sean mayoría –y lo serán si no nos tomamos en serio la amenaza– ya sólo estaremos en condiciones de hacer las maletaspara huir del futuro de pobreza e irrelevancia mundial a que nos condenaría la disgregación europea. De hecho, según qué versión eurófoba acabara triunfando, las alternativas serían más radicales: maletas o pijama de rayas.

El segundo argumento asegura que los eurófobos son muy distintos entre sí, y esa división los debilitará. Es cierto, unos son antieuro y otros anti-UE; unos defienden el Estado-nación y otros el nacionalismo pequeño (como la Liga Norte); los hay xenófobos, islamófobos y antisemitas… Lo mejor de cada casa, como ven. Sin embargo, no se puede negar que tienen en común un proyecto: destruir las instituciones comunitarias o debilitarlas hasta que las puedan ahogar.

¿Lo conseguirán? No de forma directa obviamente, pero la escuela de la tranquilidad obvia la influencia de su auge en los demás partidos, que se sentirán fatalmente atraídos hacia su discurso: Sarkozy ya ha propuesto suspender Schengen por completo. Además, en el Parlamento Europeo, PPE y PSE habrán de votar juntos frente a muchas de sus iniciativas. Al hacerlo, favorecerán la idea de que sólo hay una forma de construir Europa frente a los eurófobos, que por otro lado es cierta, puesto que las propuestas de salida de la crisis de ambos han sido idénticas. Sin embargo, todo esto alimentará esa idea conspirativa y paranoica de los populismos según la cual existe un frente burocrático en Bruselas contra los pueblos europeos.

Necesitamos justamente lo contrario: que afloren visiones de Europa distintas de la alemana, con su obsesión por el déficit y la inflación. Necesitamos una Europa menos mecánica y más orgánica, o sea, más política: sencilla y cercana, con instituciones eficaces que organicen la convivencia y protejan a los ciudadanos, en lugar de torturarlos. Esa protección es la que ofrece el populismo con su “cálido abrigo de mitos”, en palabras de Bertrand Russell. La pregunta que todos los periodistas deberían hacer a los gobernantes europeos estas semanas es: ¿qué va a hacer usted para combatir el auge del populismo en Europa? Si en lugar de ofrecer cambios políticoshacen llamadas a la calma, la escuela de la tranquilidad habrá triunfado y entonces, definitivamente, habremos de preocuparnos.

Nigel Farage, líder del UKIP británico, lo dijo con meridiana claridad en la noche del domingo: “La integración europea parecía inevitable; desde hoy no lo es”. Sin embargo, algunos no consiguen enterarse. No ven una amenaza en el ascenso del populismo. Tengo por costumbre preocuparme cuando las autoridades –intelectuales o periodísticas en este caso– hacen llamadas a la calma, no por llevar la contraria, sino porque cuando todo está en calma nadie sale a tranquilizarnos.

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