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El problema de España se llama 3%
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El problema de España se llama 3%

Todo está contenido en aquel diálogo explícito, casi pornográfico, entre el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el entonces líder de la oposición, Artur Mas.

Foto: El presidente fundador de CiU, Jordi Pujol (i), y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)
El presidente fundador de CiU, Jordi Pujol (i), y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)

Todo está contenido en aquel diálogo explícito, casi pornográfico, entre el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el entonces líder de la oposición, Artur Mas. Debatían en el Parlamento autonómico de Cataluña acerca de unas obras: no importa cuáles, pero resulta capital no perder de vista la grúa. En España la grúa señala el problema político del momento.

Hace ya casi diez años de aquel momento cumbre del parlamentarismo mafioso. Maragall desvela lo que la elite del poder –económico, político y mediático- conoce de sobra: la institucionalización de la mordida. Cuando Maragall le espeta a Mas: “El problema de CiU se llama 3%”, no se está refiriendo a la comisión de una obra, a una recalificación ni a una concesión irregular. Se refiere a la corrupción minuciosa y sistémica instaurada por el clan Pujol, ésa que ahora confiesa el ancianito.

Lo peor viene después. Maragall recupera el seny, la cordura del establishment, porque se da cuenta de que arremeter contra la estructura corrupta del nacionalismo catalán es atentar contra sí mismo. Si uno está en política, se llama a sí mismo socialista y no denuncia políticamente una corrupción medular como ésa, sólo puede deberse a un motivo: la certeza de que “fer país” es mejor negocio... Mas lo explica con su sintaxis de extorsionador: en los próximos meses, entre PSC y CiU, asegura, “hemos de hacer cosas muy importantes al servicio de este país” (huelga aclarar que “este país” es Cataluña).

En efecto, el Estatut alborea. El nuevo hito de la patria y la libertad, la tierra de promisión del nacionalismo catalán se comienza a edificar sobre un inmenso sepulcro, donde la corrupción queda enterrada. El suegro extorsionador, el hijo chantajista, el cuñado minucioso que toma el apunte contable cuando cobra el clan, la esposa despectiva con los mismos charnegos a los que están robando… Todo resulta repugnante, pero queda sepultado bajo “el servicio a este país”. Cualquiera de nosotros pensaría que no hay mejor servicio a un país que limpiarlo de corrupción, conflictos de intereses, despilfarro, fraude, prevaricación…

Maragall y Artur Mas –o sea, el Gobierno y la oposición, reparen en este detalle- opinan justo lo contrario. Pactan esos cimientos putrefactos y el oasis vuelve a la calma. Mas comprende que el proyecto nacional permite ocultar el pornografiado saqueo del ciudadano catalán, ése cuya menestralidad y singularidad nunca se deja de elogiar. Funcionó, y él lo guardó en su memoria. Cuando años después llegó la crisis, y debía aplicar brutales recortes sin acabar con la corrupción ni mejorar la gestión, sólo tenía que aplicarlo de nuevo. Todavía algunos se preguntan por qué culpa de todo a España. El ancianito ha dado algunas claves.

Aquel trance le sirvió para convertir el problema de CiU en el problema de Cataluña. Años después, frente al pelotón de la Diada, decidiría convertir el problema de Cataluña en el problema de España. Nos lo tiene listo para noviembre. Sin embargo, el hecho diferencial queda reducido a escombros: Suiza es la gran patria de todos y los ladrones roban en cualquier lengua.

La cuestión es si vamos a seguir tratando a estos pájaros como gente respetable.

Todo está contenido en aquel diálogo explícito, casi pornográfico, entre el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el entonces líder de la oposición, Artur Mas. Debatían en el Parlamento autonómico de Cataluña acerca de unas obras: no importa cuáles, pero resulta capital no perder de vista la grúa. En España la grúa señala el problema político del momento.

Artur Mas Jordi Pujol