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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Todos estamos contagiados

“Aquí todo huele a lejía”, me cuenta un amigo que acaba de llegar a la zona cero del ébola. Es comandante del Ejército de Tierra y trabaja en la ONU

Foto: Imagen de un muro con la frase "Stop Ebola" en Monrovia, Liberia (EFE)
Imagen de un muro con la frase "Stop Ebola" en Monrovia, Liberia (EFE)

“Aquí todo huele a lejía”, me cuenta un amigo que acaba de llegar a la zona cero del ébola. Es comandante del Ejército de Tierra, aunque ahora trabaja para la ONU, en el Programa Mundial de Alimentos (PMA), y va al lugar del que todos huyen. La epidemia ha provocado ya casi 3.000 muertos y hay más de 6.000 casos declarados, según cifras oficiales, aunque todo el mundo admite que son sólo la punta del iceberg.

Mi comandante acaba de llegar a Monrovia (Liberia): “Lo más extraño de lo que ocurre aquí es que no nos tocamos para nada”, me escribe. "Nadie se da la mano, nadie se roza, las puertas se abren con los codos y me lavo las manos unas 40 veces al día. Al principio uno se siente apestado, pero me voy acostumbrando. Por aquí hay sobre todo ingleses y franceses, pocos españoles; pero te encuentras con uno, a miles de kilómetros de casa, y no te das la mano. Cuando te presentan a alguien, dices hola a un metro de distancia”.

Hemos de hacer algo. Y hemos de hacerlo ya. Un responsable de Médicos sin Fronteras (MSF) me relataba esta semana sus conversaciones con la gente que tienen sobre el terreno. Nos lanzan un grito de desesperación porque están desbordados. Cada nuevo centro que abren, se satura instantáneamente y en este momento están mandando a casa a gente que saben con certeza contagiada, por la imposibilidad material de atenderlos. MSF está haciendo el trabajo de los gobiernos. Sus equipos, embutidos en el traje NBQ a cuarenta grados, pierden kilos por días. No pueden permanecer más de un mes la primera vez; cuando descansan vuelven 15 días; después una semana.

Aunque la enfermedad nos resulte lejana, todos estamos contagiados. No quiero citar las magnitudes de muertos que barajan algunos cálculos. En el mundo interconectado de hoy, no hay distancias y todos viajamos, pero en concreto la enfermedad no está lejos de Mali, donde ya la inestabilidad política provocada por grupos armados islamistas ha acarreado una operación militar europea. En la zona del Sahel el Estado prácticamente no existe, por lo que constituye el medio idóneo para grupos armados yihadistas. La combinación de enfermedad e inestabilidad política, militar y económica resulta explosiva a algo más de 1.000 km de nuestra frontera. Pensar que se pueden controlar los movimientos de población en esas circunstancias cuando estamos viendo oleadas humanas de refugiados en Siria e Iraq al paso del Estado Islámico es, cuando menos, ingenuo.

Hemos de hacer algo. Aún se puede contener la enfermedad para no lamentarnos dentro de unos meses. España debe impulsar el esfuerzo europeo, al que podemos contribuir prestando la base aérea de Las Palmas, para usarla como cabeza de puente de la ayuda humanitaria a África. La urgencia es extrema; mi amigo lo notó nada más llegar: “En el aeropuerto, dos tipos vestidos de astronauta nos esperaban con la pistola de medir la temperatura”. Nunca había hecho el check-in de una misión a la una de la mañana. Dos horas después llegué al hotel. A las 8:00 empezaba la primera reunión”. Buena suerte, mi comandante.

“Aquí todo huele a lejía”, me cuenta un amigo que acaba de llegar a la zona cero del ébola. Es comandante del Ejército de Tierra, aunque ahora trabaja para la ONU, en el Programa Mundial de Alimentos (PMA), y va al lugar del que todos huyen. La epidemia ha provocado ya casi 3.000 muertos y hay más de 6.000 casos declarados, según cifras oficiales, aunque todo el mundo admite que son sólo la punta del iceberg.