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La larga sombra de los conspiradores
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Graciano Palomo

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La larga sombra de los conspiradores

El que esto suscribe vivió en primera persona como observador e informador privilegiado el nacimiento, desarrollo, cénit, ocaso y muerte de aquel milagro político que se

Foto: José María Aznar (EFE)
José María Aznar (EFE)

El que esto suscribe vivió en primera persona como observador e informador privilegiado el nacimiento, desarrollo, cénit, ocaso y muerte de aquel milagro político que se llamó Unión de Centro Democrático (UCD), que permitió a su vez realizar otro milagro mucho más importante que fue la Transición.

Adolfo Suárez consiguió, viniendo del franquismo, lo que parecía una quimera: reunir en torno suyo (que al fin y al cabo era el poder) a todo el centro y la derecha moderada que existía en el país, sin contar entonces la ultramontana de Fraga y la extrema de Blas Piñar, que era en el fondo la famosa “mayoría natural”. Luego pasó lo que pasó por las circunstancias, los complejos (Martin Villa acaba de sentar cátedra a tal propósito), la debilidad, el terrorismo y el Rey, que buscaba ya las tablas y querencia de Felipe González, que al fin y a la postre dejó a UCD a su izquierda.

Pues bien, el centro derecha se reunió veinte años después en torno al Partido Popular que refundara Manuel Fraga y organizó manu militari José María Aznar hasta convertirlo en una formidable organización partidaria que tiene representación en 180 países de todo el mundo.

Ahora mismo, esos 900.000 militantes están dirigidos por un gallego impasible y una manchega práctica que están en el mejor sitio pero en las peores circunstancias, no sólo por el innombrable de Soto del Real sino por el quilombo que les dejó Rodriguez Zapatero en cuestión económica y la zapatiesta que ha montado el tal Artur Mas.

Pues bien, desde la segunda derrota de Rajoy (2008) hay un grupúsculo de agraviados -perfectamente tabulados por la planta séptima de Génova 13-, que aspiraban a medrar con Aznar, cobijados ficticiamente bajo las faldas de éste y de Esperanza Aguirre, y que aprovechan cualquier ocasión -no se lo reprocho, es un derecho político- para poner a escurrir al presidente del partido y del Gobierno. Se inventan todo lo inventable: debilidad extrema, traiciones a gogó con secesionistas y terroristas, e incluso ponen a Luis Bárcenas como testigo cuando en realidad lo que tendría que explicar este sujeto son sus andanzas durante la etapa Aznar/Cascos de más de 14 años.

Tienen en el punto de mira a María Dolores de Cospedal, quien les sigue de cerca nada más llegó al cuartel general y les pisa los talones en sus ambiciones; dicho por corto y por derecho: que no volverán a ocupar ranking en las listas electorales.

De modo y manera, queridos amigos, que estos son los más conspicuos, amén de los enfados, que existen, en determinados pesos pesados de las conocidas como baronías. Que Alejo Vidal Quadras (máxime ahora que Intereconomía es menos que un inmenso caos de denuncias ante los tribunales) amenace con crear un nuevo partido es algo que no asusta en Moncloa ni en la Oficina Central. Vaya acompañado por el bueno de Santiago Abascal o se fotografíen con un colega al que admiro intelectual y literariamente mucho, José Luis González Quirós.

Vehiculan que tienen el amparo de Aznar y Aguirre y eso sencillamente es mentira. Juegos de salón y aquelarres fatuos los seguirá habiendo, y entre vapores etílicos todo se resiste. Pero luego, cuando llega el día, en la calle hace un frío del carajo.

El partido en el gobierno necesita renovarse, abrir ventanas, ventilar las alcobas, sí, pero ni el PP es UCD, ni Rajoy es Calvo Sotelo, ni Cospedal, Arias Salgado. Lo dijo el clásico democristiano: fuera de la Iglesia no hay salvación.

El que esto suscribe vivió en primera persona como observador e informador privilegiado el nacimiento, desarrollo, cénit, ocaso y muerte de aquel milagro político que se llamó Unión de Centro Democrático (UCD), que permitió a su vez realizar otro milagro mucho más importante que fue la Transición.

Adolfo Suárez Esperanza Aguirre Manuel Fraga José María Aznar Mariano Rajoy