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Roqueño Montoro: un impagable servicio
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Graciano Palomo

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Roqueño Montoro: un impagable servicio

Con los primeros síntomas de recuperación económica –no ignoro que todavía queda mucha sangre, sudor y demasiadas lágrimas–, el Gobierno se apresta, como es de toda

Foto: Cristobal Montoro (i.c.)
Cristobal Montoro (i.c.)

Con los primeros síntomas de recuperación económica –no ignoro que todavía queda mucha sangre, sudor y demasiadas lágrimas–, el Gobierno se apresta, como es de toda lógica, a sacar pecho y a hincar el cincel para enfrentar el déficit. Especialmente en CCAA y ayuntamientos donde habrá que ahorrar en 24 meses la friolera de 17.400 millones de euros.

El presidente Rajoy escogió a Cristóbal Montoro como ministro de la caja pública y además le puso al frente del vastísimo aparato burocrático del Estado porque conocía sus capacidades como hacendista y, en segundo lugar y muy principal, porque sabía que el menudo jienense no se iba a arredrar cuando soplara el cierzo. Escrito en román paladino: que empuña la tijera importándole una higa generar enemistades políticas y personales o tener que recibir críticas a destajo.

En los últimos tiempos no sólo ha tenido que contestar a Cataluña desde una posición de Estado, sino que ha tenido que soportar, aún hoy, una rebelión de los ‘barones’ del Partido Popular en relación con el modelo de financiación. En realidad, esos presidentes autonómicos del PP tienen miedo a que la tijera del ministro de Hacienda les deje a ellos sin poltrona. Ahora, unos y otros saben que estamos en presencia de un titular de Hacienda peleón y venido a más que quiere pasar a la historia por haber sido el primer responsable de la caja pública que puso orden en medio de las telarañas. Incluso se permite el lujo de impartir clases de Economía al maltrecho jefe de oposición.

Nunca en España, desde los tiempos de Torquemada, un ministro asumió inmolarse por la causa general como lo hace Montoro. ¿Por qué? Sencillamente porque ha sido el único militante de este país ministro de Hacienda en dos ocasiones y con distintos presidentes.

Ahora le quedan dos años, si llega, para terminar de ajustar las telarañas que recibió de Zapatero y, acto seguido, a ver si le da tiempo de reintegrarse a su cátedra de Hacienda Pública en la Universidad de Cantabria.

De ahí que se conduzca como se conduce. También porque sabe que el presidente le sostiene aunque comprende también que tenga que hacer requiebros para bailar con tantos intereses.

Su pulso particular con el colega De Guindos vuelve a estar donde empezó: el peso político del andaluz –pese a Javier Arenas– dentro del Ejecutivo es mayor que el del antiguo banquero de Lehman Brothers.

Cuando un ministro le pierde el miedo al miedo, está seguro de lo que hace, tiene los bolsillos en primer tiempo de saludo y siente el respaldo de su jefe, el resultado es que lleva la iniciativa. Es el caso.

Con los primeros síntomas de recuperación económica –no ignoro que todavía queda mucha sangre, sudor y demasiadas lágrimas–, el Gobierno se apresta, como es de toda lógica, a sacar pecho y a hincar el cincel para enfrentar el déficit. Especialmente en CCAA y ayuntamientos donde habrá que ahorrar en 24 meses la friolera de 17.400 millones de euros.

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