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Los amanuenses del Rey Don Juan Carlos
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Graciano Palomo

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Los amanuenses del Rey Don Juan Carlos

Salvo para la fachenda cavernícola y ultramontana, el discurso de Don Juan Carlos en la noche del pasado día 24 son de los que hacen época.

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Salvo para la fachenda cavernícola y ultramontana, el discurso de Don Juan Carlos en la noche del pasado día 24 son de los que hacen época. Difícilmente el Rey, salvo en el 23-F, se encontró en una posición tan complicada en todos los sentidos, máxime cuando aparece como jefe de un Estado que amenaza con ser dinamitado desde dentro.

Sobrevoló casi todo e intentó mimetizarse con los distintos surcos que comprende la realidad patria en un intento desesperado por llamar a salvar la nación más antigua del mundo. ¡Claro, que en ello le va su propia supervivencia! En este sentido, se puede afirmar con justeza que fue el grito de un Monarca al que el cierzo está golpeando con lo que considera escasa justicia histórica.

La pieza, sin duda, minuciosa y cabalmente preparada, tendrá que ser tenida en cuenta por Juan Pablo Fusi, quizá el historiador contemporáneo más centrado de cuantos pululan en el predio, y demás cuentacuentos ad hocque de cuando en vez tratan de aleccionarnos con lo que somos por mor de lo que fuimos.

Históricamente el Rey ha tenido tantos amanuenses como periodos históricos. Cuando Carrero Blanco, dicen que Joaquín Bardavío tenía algo que ver en sus escritos públicos. Tampoco estaba muy lejos Luis Maria Ansón, hasta escribir, creo, la biografía de Don Juan. Tiene una pluma extraordinaria.

Cuando Adolfo Suárez dicen también que el de Cebreros “prestaba” a sus “negros”: Fernando Onega, un hombre con talento demostrado en todas las estaciones, y Josep Meliá, que era capaz de escribir un libro/reportaje durante el vuelo Palma de Mallorca/Madrid.

Cuando llegó Felipe González y en La Zarzuela mandaba Sabino Fernández-Campo, fue el asturiano Carlos Luis Álvarez “Cándido” que, por escribir, el tío se inventó una historia de mártires durante la Guerra Civil por encargo del inmortal benedictino Fray Justo Pérez de Urbel.

Con José Maria Aznar se llevaba tan regular que la Casa se lo montaba por su cuenta casi lo mismo que ahora. Pero no hay que olvidar que durante todo ese tiempo en Somontes también habitaba Alberto Aza, íntimo del susodicho lucense Onega, aunque me desmintió sus cuartillas. Pero nada más hay que echar un vistazo a su libro para olfatear que el gallego no me decía toda la verdad. Es muy discreto y, por eso, entre otras cosas, nunca levantó suspicacias en la Corte.

Ahora sostienen que ha sido el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, el mismo que demostró siquiera un ápice de decencia en los obscenos e inexportables emails de Miguel Blesa. Y que en ese menester de tabular ideas y muñir la estrategia encontró el acomodo de Javier Ayuso, que tampoco es ágrafo aunque haya pasado por el BBVA y el Grupo Prisa.

El Rey sí tiene quien le escriba aunque el mallorquín Baltasar Porcel se fuera al otro barrio hace tres años. Lo mismo que Gregorio Peces-Barba. Luis Solana a estas alturas ya no cuenta por esos lares.

Asesores ha tenido muchos, oficiales y extraoficiales.

¡Tiene plena conciencia de lo que se está jugando!

Salvo para la fachenda cavernícola y ultramontana, el discurso de Don Juan Carlos en la noche del pasado día 24 son de los que hacen época. Difícilmente el Rey, salvo en el 23-F, se encontró en una posición tan complicada en todos los sentidos, máxime cuando aparece como jefe de un Estado que amenaza con ser dinamitado desde dentro.

Rafael Spottorno Rey Don Juan Carlos