Pons, un poeta en tierra de Flandes

Esteban González Pons va a pasar los próximos cinco años de su existencia a caballo entre los edificios Louise Weissde Estrasburgo y el Espacio Léopoldde Bruselas, amén de Luxemburgo cuando su acta de eurodiputado se sustancie.

Creo conocer algo al espigado levantino que ha sido durante estos últimos años centro de braserillos político/mediáticos, bien a su pesar, cuando a punto estuvo de formar parte del primer gabinete Rajoy y por esas ironías de la vida se quedó a un palmo de sentarse en la mesa del Consejo de Ministros.

A unos les cae muy bien, a otros bien y los de allá le sacan cantares. Pero nadie pone en cuestión su capacidad para visualizar situaciones y emitir mensajes poco indiferentes o masajeados.

Yo también soy de los que creen que cuando Miguel Arias Cañete sea investido a título de comisario europeo, González Pons asumirá la jefatura de la delegación popular en tan magna instancia transnacional. Al final Dios siempre escribe recto sobre renglones torcidos.

El presidente Rajoy ha venido a reconocer de esta guisa los esfuerzos inusitados y descriptibles que hizo el vicesecretario general de Estudios y Programas en aquella nada fácil singladura por los años del desierto zapateril.

A Pons siempre le han derivado más los clásicos de la literatura universal y las gestas de los inmortales de la Historia que los revoloteos en cuarto menguante de la coyuntura.

Los afectos sinceros no se prodigan en esos lares cainitas de la ambición política y sus corolarios mediáticos. Pero, incluso desde la injusticia o la desproporción, nunca pude describir en EGP un mal gesto o una puñalada trapera. De lo que pueden estar seguros sus compañeros de bancada en Bruselas es de que en Pons, antes que nada, encontrarán siempre un compañero e incluso un amigo.

¡Europa, camisa blanca!