Se abren 50 nuevos bares diarios en España

Todos los pronunciamientos teóricos y macroeconómicos respecto al país más diagnosticado del mundo (España) valen menos que un dato cierto y tabulable. Se entiende mejor por parte del pueblo llano que la orgía de documentos levantados sobre el dinero público o semipúblico que al final concluyen en lo obvio.

Pues bien, el bar es una de las señas de identidad por excelencia de España como colectividad ancestral, el lugar sin el que no se pueden explicar comportamientos y forma de vida. Ahora, sin desmerecer lo anterior, resulta también que se trata de un elemento económico de primer orden que puede servir y de hecho sirve para extrapolar al marchamo de la gran crisis y su resolución.

Los datos son los siguientes y son irrefutables: desde el inicio de la crisis, allá por el 2008, cuando una mayoría del pueblo español decidió confiar las cosas de comer a José Luis Rodríguez, hasta el 30 de octubre del 2013, el inmenso tapete verde del territorio nacional cerró 50.000 bares. Desde Finisterre al Cabo de Gata.

Pues bien, la misma tabla, insisto irrefutable, colige que desde el 1 de noviembre 2013 al 30 de mayo del 2014 se han abierto una media de 1.500 bares nuevos en esa misma tierra. Esto es, que cada día se levantan las persianas de 50 nuevos establecimientos hosteleros.

Pregunto a expertos de la cosa. ¿Qué significa? Pues, en primer lugar, que se trata de economía a pie de calle y que hay voluntad determinada por levantar pequeños negocios y financiación para ellos. Y luego, que si se abren 50 bares cada 24 horas, significa también que el consumo se reactiva aunque sea para tomar un desayuno (café, croissant y zumo natural) por 2,20 euros.

Estoy seguro que el dato producirá todo tipo de comentarios al respecto, chacota incluida, pero es lo de menos. Lo demás es que, en un país desangrado por la penuria laboral y el carcoma del paro, las barras de los bares pueden paliar en algo, además de ser un síntoma del devenir económico, el inmenso detritus que produce una nación hasta hace poco y aún hoy abandonada a su suerte.

No he tenido ocasión de preguntar por este singular hecho a Christine Lagarde; tampoco al gobernador Linde. Sinceramente, en este caso, me interesa más el parecer del lector.

¡Por favor!