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Antonio Garamendi perdió la apuesta, pero ganará la próxima
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Graciano Palomo

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Antonio Garamendi perdió la apuesta, pero ganará la próxima

Me llamó a primera hora de la mañana del sábado para hacer unas risas acerca de mi comparación de su rol en CEOE con las pretensiones de Albert Rivera

Foto: Juan Rosell y Antonio Garamendi. (Efe)
Juan Rosell y Antonio Garamendi. (Efe)

Me llamó a primera hora de la mañana del sábado para hacer unas risas acerca de mi comparación de su rol en CEOE con las pretensiones de Albert Rivera en la política. Unas horas antes le había apostado en directo ante los micrófonos de RNE unos euros a que perdería su pulso con Joan Rosell. Los euros no los veré nunca, pero tras la votación (33 votos de diferencia) estoy convencido de que el bilbaíno conseguirá en la próxima ocasión su objetivo de sentarse en el sillón de Diego de León.

Rosell ha sido el Adolfo Suárez de CEOE. El artífice de la transición de aquella organización de organizaciones anquilosada y patrimonialista de los Cuevas/Aguilar y semicorrupta que heredó tras el fiasco de Gerardo Díaz Ferrán -¡un poco de por favor!- hasta intentar, al menos, conducir un elemento clave como es el empresariado a cotas de transparencia y autoestima. Creo sinceramente que Rosell ha tenido mucho éxito en ello. El catalán sabe mejor que nadie que no se va a eternizar en el puesto, ni quiere, pero todavía quedan cosas por hacer que sólo pueden llevar a cabo los que han iniciado la tarea. No ha sido fácil pilotar esa etapa llena de turbulencias y minas internas. Hizo saltar por los aires a ganapanes que estaban incrustados en la nómina de la organización sin ofrecer nada a cambio, salvo un cierto clientelismo. Quizá por ello Juan estuviera tan manifiestamente cabreado cuando tuvo cabal constancia de las traiciones. ¡Oiga, Rosell, que estamos hablando de la condición humana, coño!

Por eso creo que Antonio Garamendi se ha situado en la pole para futuros empeños. Representara los empresarios con cara y ojos y fajarse por la unidad nacional como elemento de progreso no son malos horizontes.

Ser de Bilbao, amigo Antonio, es sin duda una cosa que podía haber escogido el de Nazareth y no lo hizo -¡allá él!-, pero te advierto que sobrevivir en Madrid tampoco es algo que se dé por añadidura. Tú me entiendes. Creo.

Me llamó a primera hora de la mañana del sábado para hacer unas risas acerca de mi comparación de su rol en CEOE con las pretensiones de Albert Rivera en la política. Unas horas antes le había apostado en directo ante los micrófonos de RNE unos euros a que perdería su pulso con Joan Rosell. Los euros no los veré nunca, pero tras la votación (33 votos de diferencia) estoy convencido de que el bilbaíno conseguirá en la próxima ocasión su objetivo de sentarse en el sillón de Diego de León.

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