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La lección de Clegg a Albert Rivera
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Graciano Palomo

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La lección de Clegg a Albert Rivera

Clegg –quien mantiene ciertos parecidos con Rivera–creyó que su carisma personal era suficiente para conquistar Downing Street. No ha sido así. Esta noche ha debido tener pesadillas

Foto: Nick Clegg. (Reuters)
Nick Clegg. (Reuters)

Los británicos –la democracia más antigua del mundo–han vuelto a demostrar que una cosa son los brindis al sol en las noches de güisqui escocés y otra bien distinta las cosas de comer. Incluso un líder tan descriptiblemente carismático como David Cameron ha sabido aprovecharse de esa constante histórica que forma parte de lo que Winston Churchill consideraba una de las esencias de la llamada ‘raza británica’.

El 7-M del Reino Unidoha mandado algunos mensajes al inquieto e inquietante panorama político preelectoral español. El primero, que con el jurdó no se juega; el segundo, que las mayorías son algo para las crisis y las bicicletas bisagras son exclusivamente para el verano.

Nick Clegg, el jefe liberal que ha servido de apoyo a los tories, parecía que se iba a tragar Westminster secundado por su bella y olmediense esposa, que tiene una vocación política irrefrenable. Pues bien, el hostiazo ha sido fenomenal. Albert Rivera tiene muchos parecidos –incluso físicos y de atractivo generacional–con Clegg. Encantan en un momento determinado pero no dirigen mesnadas inevitables. Ocupan espacios que otros dejan por mor de las circunstancias pero no terminan por situarse en el eje imprescindible de los centros derecha o izquierda, las dos patas esenciales en situación de normalidad democrática.

Clegg creyó que con su carisma personal y el de su esposa eran más que suficiente para conquistar el mítico 10 de Downing Street.

Esta noche ha debido tener pesadillas. Tranqui, Nick, a orillas del Pisuerga se duerme mejor; hay menos humedad y el calor es seco. Ya no eres el caballero de Sheffield pero sí tienes algunas posibilidades de conseguir la investidura como tal en la inmortal villa de Olmedo.

Lo sustancial, querido Albert, es esto: nada de lo que no es verdad, ni cierto, ni sólido aguanta mucho tiempo. De modo y manera que aplícate el cuento. Seriedad, honradez intelectual y cabalidad.

Los británicos –la democracia más antigua del mundo–han vuelto a demostrar que una cosa son los brindis al sol en las noches de güisqui escocés y otra bien distinta las cosas de comer. Incluso un líder tan descriptiblemente carismático como David Cameron ha sabido aprovecharse de esa constante histórica que forma parte de lo que Winston Churchill consideraba una de las esencias de la llamada ‘raza británica’.

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