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¡Ay, ay, ay!
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Graciano Palomo

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¡Ay, ay, ay!

El Partido Popular deja estos días el poder institucional más formidable que jamás tuvo nunca este país sin haber enfrentado en serio su propia autodefinición

Foto: La bancada popular en el Congreso ovaciona al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
La bancada popular en el Congreso ovaciona al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

En una conversación postrera que mantuvo Torcuato Fernández-Miranda, el gran olvidado arquitecto de la Transición, con un histórico dirigente comunista que pudo volver a España gracias a ese milagro de reconciliación nacional que fue, el enigmático asturiano le dijo:

- Nuestro trabajo no estará finalizado hasta que la derecha no sea percibida por la sociedad española no como ustedes han conseguido que se la perciba sino como realmente debe ser una derecha democrática y con fuerte contenido social.

Esta conversación tuvo lugar hace 36 años y si observa con detenimiento y objetividad, la asignatura continúa suspensa. El centro derecha articulado en torno al Partido Popular deja estos días el poder institucional más formidable que jamás tuvo nunca este país en democracia (con la excepción de los primeros cinco años de Felipe González) -por morde unos pactos legales, sin duda, pero algunos de ellos en claro fraude electoral- sin haber enfrentado en serio su propia autodefinición y sin haber perfilado ante la sociedad española su propio vademécum.

Ni se le respeta ni se le teme. Una izquierda que en general desprecia cuanto ignora (e ignora mucho) no ha conseguido imponerse por la cultura del mérito ni por su modernidad ni por su preparación técnica ni siquiera por su honestidad. No. Pero ha conseguido que su adversario del centro derecha aparezca como un guiñapo al socaire de casos de corrupción o de excesos montaraces.

Vayamos por partes. Que la izquierdona trata de sacar ventaja de la diletancia y la arrogancia de los dirigentes del PP (cuando no de una estulticia manifiesta en áreas diferentes como la ineptitud comunicativa) es algo que va de suyo. Es como si la muchachada rajoniana no hubiera aprovechado la era de Zapatero. Hasta ahí todo normal. Lo que no es normal es que los mismos que han sacado la piel a tiras a Mariano Rajoy desde incluso el minuto antes de llegar al poder (oiga, 11 millones de votos) porque preferían a Esperanza Aguirre -con la que encontrarían mejores acomodos personales- anden ahora mesándose la barbilla y asustados como monjitas Caram&Forcadell. Al grito de “¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Nos pintan agujeros negros que copan todas las mareas atlánticas y todos los aguaceros levantinos”.

Si consideran que el gobierno de Rajoy hizo méritos (y los ha hecho) para mandarle al carajo, pues eso: al carajo. Y punto. Sin lloriqueos, aspavientos boabdiles ni acojonamientos. Cualquier pastor de la Sierra de la Demanda sabe que dividir el voto del centro y la derecha es necesariamente letal tal y como están las cosas.

Escribí hace justamente un año en este mismo papel que no quería morirme sin ver al chico de la coleta como ministro del Interior que deseaba personalmente poner la esposas (igual que Maduro) a los “sinvergüenzas, golfos y corruptos”. Que pase y coma.

Dije también que me iba a divertir. Y, créanme, gozo más con estasituación que Gerard Piqué pitado en el Reino de León.

¡País!

En una conversación postrera que mantuvo Torcuato Fernández-Miranda, el gran olvidado arquitecto de la Transición, con un histórico dirigente comunista que pudo volver a España gracias a ese milagro de reconciliación nacional que fue, el enigmático asturiano le dijo:

Política Mariano Rajoy Juan Carlos Monedero Sor Lucía Caram Carme Forcadell