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Graciano Palomo

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Albiol, ese nuevo líder de altura

No es que sea la mejor apuesta posible, que lo es, es que era la única con unas mínimas garantías. Alicia quedó varada en medio de una tormenta terrible que amenaza con asolar una tierra entrañable

Foto: Xavier García Albiol, durante una rueda de prensa. (EFE)
Xavier García Albiol, durante una rueda de prensa. (EFE)

Creo conocer como el mejor los avatares del Partido Popular desde que se conformó como PP, después de la fundación por Manuel Fraga, en aquellos azarosos años del inicio de la Transición. Luego se transformó, bajo el fortísimo liderazgo de José María Aznar, en una inmensa formación que tuvo la virtualidad de engullir desde la extrema derecha, la derecha, una parte del centro e incluso una parte del centro izquierda tímido y fundamentalmente social.

Un partido que sobrepasa (o sobrepasaba) los 900.000 militantes en activo, que está presente en 134 países del mundo con sedes permanentes, que copó el mayor poder institucional en democracia de España y que hace poco menos de cuatro años obtuvo 11 millones de votos, se debate ahora en la marginalidad en territorios “comanches”. Es el caso de la siempre difícil Cataluña para el centro derecha español y constitucional.

Xavier García Albiol, que siempre ganó toda elección en la que era cabeza del ticket electoral, ha sido el mirlo blanco (en cualquier caso alto que recuerda su etapa en aquel memorable Joventut badalonense) que ha encontrado la dirección popular para enfrentar unos comicios que en el mejor de los casos van a resultar desgarradores para la sociedad civil catalana y, por ende, también para el resto de España. No es que García Albiol sea la mejor apuesta posible, que lo es, es que era la única con unas mínimas garantías. Alicia quedó varada en medio de una tormenta terrible que amenaza con asolar una tierra entrañable y otrora respetada por mor de unos carlistones que antes que nada miran por su propio provecho, incluso desandando siglos de historia en un camino antieuropeo, retrogrado, antiprogresista y escasamente democrático.

Conozco toda la historia de la neoinquisición que se ha levantado sobre la famosa frase de Xavi “limpiando Badalona”. Los mismos que le ponen a caldo exigen a la vez que cerca de sus domicilios no pululen delincuentes de forma impune. Esos son los mismos que le han birlado la alcaldía de la tercera ciudad catalana cuando les arrasó en las urnas, es decir, lo que quiso el pueblo que le conoce bien. Le llevaron a los tribunales y los tribunales le absolvieron. Esto todavía es, creo, un Estado de Derecho. Ningún juez ha firmado que las acusaciones gruesas que se le hacen tengan algún fundamento.

Quizá el mejor análisis que he leído al respecto, por objetivo y ponderado, ha sido el de Enric Juliana (La Vanguardia).

Tiene ahora que hacer un difícil equilibro para recuperar el voto (Alicia Sánchez-Camacho alcanzó la cota histórica de 19 diputados) y al mismo tiempo no zaherir en demasía a Ciutadans ni al resto de las fuerzas que conforman el bloque constitucional. Ahora, de lo que pueden estar seguros sus adversarios es de que por cada estocada que reciba la devolverá aún más envenenada. Es el tiempo de los tipos sin complejos, que se conducen por corto y por derecho. Porque nada es irreversible salvo la muerte.

¡Alea jacta est! Delenda est Cataluña.

Creo conocer como el mejor los avatares del Partido Popular desde que se conformó como PP, después de la fundación por Manuel Fraga, en aquellos azarosos años del inicio de la Transición. Luego se transformó, bajo el fortísimo liderazgo de José María Aznar, en una inmensa formación que tuvo la virtualidad de engullir desde la extrema derecha, la derecha, una parte del centro e incluso una parte del centro izquierda tímido y fundamentalmente social.

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