Lo de Albert

El jefe de Ciudadanos, clave para desentrañar el nudo gordiano, podía ser en estos momentos vicepresidente del Gobierno como en su día lo fue en Reino Unido el liberal Nick Clegg.

Ha preferido mantenerse al margen en una posición de gendarme del nuevo Gobierno y solo el tiempo le podrá decir si acierta o yerra. La pretensión lógica y natural del presidente de la formación naranja es ocupar un día la poltrona que en estos momentos calienta Mariano Rajoy, que es el pretexto 'ad hominem' para no aceptar la invitación formulada 'ex profeso' por el mandatario.

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Rubén Rodríguez

Rivera cree en los mirlos impolutos y ello es prueba de aire fresco y de intenciones limpias. Sucede que los mirlos blancos son difíciles de encontrar incluso en los lares donde no están extendidos los SMS. En este sentido y para que ustedes me entiendan quiero recordar aquí el manido epitafio de Giulio Andreotti (toda su vida subido en coche oficial) cuando hablaba cínicamente de que el poder desgasta sobre todo al que no lo tiene.

Clegg ya no existe en el Reino Unido tras su abrazo con David Cameron. Claro que este último tampoco. El marido de Mariam González solo es ya reconocido cuando pasea por las calles de Olmedo (Valladolid). Es lo que Albert no quiere repetir. Pero, como admirador de Adolfo Suárez, debe tener en cuenta también que el 'duque', tras ser presidente y motor del cambio en España durante un lustro, erró al no aceptar formar parte del Gobierno González cuando pudo. Se lo llevó por delante políticamente el “voto útil” y la deriva fundamental hacia los grandes partidos.

Ignoro si en los segundos niveles Rivera se propone pillar cacho. Es ahí donde el poder fáctico gubernamental adquiere categoría y sustancia. Vamos a comprobarlo.