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Cataluña, hora cero
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Graciano Palomo

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Cataluña, hora cero

Lo sustancial para ellos es que su bandera de 6 millones de habitantes se imponga a la otra cuya soberanía representa a 47 millones.

Foto: 'Estelada' en un acto a favor de la independencia catalana celebrado en Madrid. (Reuters)
'Estelada' en un acto a favor de la independencia catalana celebrado en Madrid. (Reuters)

Suma y sigue. Dimisiones, ceses, acojone, miedo, quitas… El quilombo se ha convertido en un suflé a punto de irse por el desagüe. Pero mientras tanto, el intento rupturista consume muchos recursos y muchas energías en un país que necesita todo eso para salir del marasmo y ofrecer un hálito de esperanza a las nuevas generaciones.

Lo que más me sigue sorprendiendo es el “ardor patriótico” de los Junqueras&Cía que en cuanto ven aparecer al secretario del Tribunal de Cuentas con un legajo reclamando los dineros malversados, las canillas les trastabillean. Nunca se escribió una línea de los cobardes. Yo respetaría sus posiciones cuando las mantengan con coraje, amén de argumentos. Son conscientes de que lo tienen crudo y que internacionalmente no les quiere nadie, pero si demostraran algún valor personal y algún desprendimiento dinerario tendrían que ser, como mínimo, objeto de consideración. Desde luego, asustados ante la posibilidad de que el bolsillo les mengüe en alguna proporción, andan con todo tipo de enjuagues leguleyos para ver cómo la pasta que se gastan salga de las transferencias que les realiza Montoro cada mes para mantener el chiringo.

Todo en el debate secesionista está trufado de mentiras o medias verdades

Es un tema que hastía hasta el paroxismo. El mundo, hay que volver a escribirlo, está pendiente de que no falte el agua de boca; de paralizar el efecto invernadero que terminará por convertir al globo en fosfatina; Europa, de dar trabajo a los 50 millones de desempleados… No. Lo sustancial para ellos es que su bandera de 6 millones de habitantes se imponga a la otra cuya soberanía representa a 47 millones.

Todo en el debate secesionista está trufado de mentiras o medias verdades. No hay, ni puede haber, conflicto entre soberanías, sencillamente porque solo existe una. Pero el problema sigue ahí incrustado en la intercostal del Estado como una fea puñalada.

Los hechos podrían conducirnos a una conclusión: las cosas han llegado a tal punto que el desenlace no puede tardar en llegar. En un sentido u otro.

Por de pronto, el presidente Rajoy se fue el pasado jueves a inaugurar un nuevo parador (van ocho) en Cataluña. No estuvo Puigdemont, claro.

Suma y sigue. Dimisiones, ceses, acojone, miedo, quitas… El quilombo se ha convertido en un suflé a punto de irse por el desagüe. Pero mientras tanto, el intento rupturista consume muchos recursos y muchas energías en un país que necesita todo eso para salir del marasmo y ofrecer un hálito de esperanza a las nuevas generaciones.

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