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Solución japonesa para Blesa
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Graciano Palomo

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Solución japonesa para Blesa

La idea de tener que volver a compartir barrotes durante muchas estaciones era superior a sus fuerzas

Foto: Miguel Blesa. (Reuters)
Miguel Blesa. (Reuters)

La noticia del suicidio de Miguel Blesa me pilló en la Ribera del Duero dirigiendo un curso de verano sobre Europa. Lo escribo por corto y por derecho: no me produjo sorpresa alguna.

En la existencia de cualquier ser humano hay cosas más importantes que la vida física: la propia autoestima y la estima de tus semejantes. La única ocasión que tuve de hablar con el que fuera compañero de piso en Logroño de José María Aznar (ambos eran entonces dos oscuros inspectores fiscales, ¡que ya es decir!) fue en uno de esos aquelarres que alguien organiza en el hotel Ritz. Sinceramente, me pareció un extraordinario caradura.

Se quedó sin dinero, sin amigos, sin referencias sociales, sin honra, sin chófer y sin salida alguna

He escrito al inicio que su suicidio no me produjo sorpresa. Lo reitero. Blesa se había convertido en un pijo indecente apoyado en el poder de un político; ambos durante más de diez años llegaron a creer que eran de verdad y que habían nacido para distinguirse del resto del respetable. Se creyeron inmunes. La vida es muy irónica en ocasiones y casi siempre cruel.

De repente, el andamiaje se derrumbó con estrépito hasta el punto que el detritus lo inundó todo, incluso las relaciones personales que parecían indestructibles cuando el político tenía mando en plaza y el falso banquero tenía la caja a tope.

Blesa ha preferido el segundo terrible de un disparo de rifle al acero afilado de una espada nipona que por lo general produce una muerte lenta

Miguel Blesa, un atildado andaluz con rifle y escopeta, no pudo aguantar su derrota total. Se quedó sin dinero, sin amigos, sin referencias sociales, sin honra, sin chófer y sin salida alguna. La idea de tener que volver a compartir barrotes durante muchas estaciones era superior a sus fuerzas. Siempre me pareció un hombre de cera, incluso cuando leí los 'emails' que se cruzaba con su jefe (Aznar) y el hijo de este.

Los japoneses se hacen el 'harakiri' cuando la vida sale al encuentro y les da calabazas en forma de derrota. Blesa ha preferido el segundo terrible de un disparo de rifle al acero afilado de una espada nipona que por lo general produce una muerte lenta. En este hombre, que podía haber tenido una vida placentera persiguiendo contribuyentes en lugar de masajear a presidentes de gobierno, se resume toda la caducidad de la existencia humana. Ignoro si ha dejado algo escrito dentro de la frialdad con la que planificó su propia muerte. Serían de interés general y público algunos de esos secretos con nombres y apellidos que ojalá no se haya llevado a la tumba de Linares.

La noticia del suicidio de Miguel Blesa me pilló en la Ribera del Duero dirigiendo un curso de verano sobre Europa. Lo escribo por corto y por derecho: no me produjo sorpresa alguna.

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