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Una de turismofobia
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Graciano Palomo

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Una de turismofobia

Negar que el turismo español, como tal industria económica y cultural, necesita reformas y nuevo acomodo, después de más de 60 años de éxito descriptible, es algo tan absurdo como evidente

Foto: Turismofobia en Barcelona. (EFE)
Turismofobia en Barcelona. (EFE)

La turismofobia, como tal, tiene ADN catalán en su actual configuración, escrito sea como mero elemento descriptivo pero real. Movimiento minoritario si se quiere, pero muy ruidoso, rabioso y letal para la que es primera industria española que se va extendiendo peligrosamente entre aquellos territorios que tienen la suerte de recibir visitantes.

En Cataluña y específicamente en Barcelona, el trabajo de los radicales CUP y otros especímenes cavernarios se lo acaban de hacer de forma brutal y asesina los teóricos terroristas del ISIS. El impacto que va a tener para el turismo en Cataluña lo verán en breve. Cuando ello suceda, entonces reclamaciones al maestro armero.

Gracias al turismo España pasó de la zapatilla de esparto al zapato balear y ha salido de la crisis y se acerca ya al 13% del Producto Interior Bruto


Negar que el turismo español, como tal industria económica y cultural, necesita reformas y nuevo acomodo, después de más de 60 años de éxito descriptible, es algo tan absurdo como evidente. Pero negar al mismo tiempo toda virtualidad a ese fenómeno que como tal es una conquista de la civilización es un dislate de proporciones cósmicas. Gracias al turismo España pasó de la zapatilla de esparto al zapato balear y, gracias al turismo, el país ha salido de la crisis y se acerca ya al 13% del Producto Interior Bruto.

Foto: Playa de La Barrosa en Chiclana de la Frontera, Cádiz. (EFE)

Curiosamente, la turismofobia asienta sus reales en aquellos lugares que gozan del fenómeno social. Que cuenten la perversidad del asunto, por ejemplo, a los sorianos, turolenses, zamoranos, arandinos u ourensanos que dan la vida por un visitante. Otra cosa será que sus beneficios no se reparten equitativamente, que es asunto bien distinto. Acabo de llegar a Nueva York, donde es imposible dar un paso por sus calles sin dar codazos, pero a nadie se le ocurre –mucho menos al 'major' Bill Blasio– poner en cuestión uno de los puntales de su progreso económico y de su futuro. ¡Ojalá que los turistas se pudieran repartir equitativamente como se hace con el dinero que se recauda por el IRPF!

Solo a los de la caverna y a los que viven en la opulencia en detrimento de los más depauperados se les puede ocurrir cuestionar algo tan esencial para la subsistencia de una economía que todavía sobrevive colgada de parihuelas.

Aquí no sobra nadie. Cuantos más, mejor.

La turismofobia, como tal, tiene ADN catalán en su actual configuración, escrito sea como mero elemento descriptivo pero real. Movimiento minoritario si se quiere, pero muy ruidoso, rabioso y letal para la que es primera industria española que se va extendiendo peligrosamente entre aquellos territorios que tienen la suerte de recibir visitantes.

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