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La épica (o la falta) de Mariano
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Graciano Palomo

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La épica (o la falta) de Mariano

Rajoy es personaje de lecturas, incluso informes y legajos más aburridos, imprescindibles en un primer ministro en ejercicio. Pero se olvida constantemente de la "épica" que excita las emociones

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

Los debates parlamentarios del presidente del Gobierno son una pieza. Creo, modestamente, conocer algo al personaje y puedo escribir que cuando sube a la tribuna del Congreso de los Diputados es el único momento en el que se concede a sí mismo algún placer, teniendo en cuenta, además, que Viri le prohibió fumar puros.

Sé que los debates parlamentarios apenas interesan a nadie, y entre la gente a los que les interesa hay personas que no entienden la retranca y la ironía que el jefe del Gobierno reparte entre sus adversarios. Mariano Rajoy disfruta mucho con los cuerpo a cuerpo que le ofrece Pablo Iglesias; en ocasiones, le desconcierta, como ocurrió hace unos días cuando el líder de Podemos puso en valor la altura intelectual de Manuel Fraga, personaje, dicho sea de paso, al que Rajoy nunca tragó por sus estridencias personales, cierto atolondramiento en la toma de decisiones poco reflexivas y su autoritarismo que no se paraba en barras.

Casi me atrevería a escribir que tanto el jefe del PP como el de Podemos son personajes antiguos. El segundo porque, en efecto, toda exageración conduce a la irrelevancia. El primero, porque entiende que la política es gestión antes que nada. Gestión, sí, pero esa gestión sin relato épico conduce directamente a los manguitos.

Rajoy disfruta con los cuerpo a cuerpo con Iglesias; en ocasiones, le desconcierta, como cuando puso en valor la altura intelectual de Fraga

Rajoy es personaje de lecturas, incluso en los informes y legajos más aburridos, imprescindibles en un primer ministro en ejercicio. Pero se olvida constantemente de la “épica” que excita las emociones. Nadie de entre sus mesnadas se lo dirá, pero el déficit político se relata en todas las tabernas que se alzan en los alrededores de la Carrera de San Jerónimo. Le trae al pairo que 'The New York Times' le llame “matón” y publique un editorial mofándose de la democracia española. No investiga lo que hay detrás, ni se mueve bajo el ruido de las rotativas. Ni pide explicaciones y ejecuta ceses cuando en el aparato del Estado hay gente que falla estrepitosamente en asuntos de comer.

En la propia jerga 'marianista' se oye decir: “Pues, oiga, no me ha ido mal…”.

Sí, claro, Mariano, has sido concejal, presidente de Diputación, vicepresidente de la Xunta, ministro de todo y presidente.

¡No es eso! ¡No es eso!

Los debates parlamentarios del presidente del Gobierno son una pieza. Creo, modestamente, conocer algo al personaje y puedo escribir que cuando sube a la tribuna del Congreso de los Diputados es el único momento en el que se concede a sí mismo algún placer, teniendo en cuenta, además, que Viri le prohibió fumar puros.

Mariano Rajoy Manuel Fraga