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Por fin, ¿nos dejarán vivir? ¿Nos librarán ya de su eterna murga?
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Graciano Palomo

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Por fin, ¿nos dejarán vivir? ¿Nos librarán ya de su eterna murga?

Lo único que pedimos millones de españoles que ni hemos comido ni bebido en esa fiestorra de la estelada es que nos dejen vivir sin sobresaltos, crear riqueza y repartirla

Foto: Una tienda de regalos vende esteladas en Barcelona. (Reuters)
Una tienda de regalos vende esteladas en Barcelona. (Reuters)

Aspiro antes de irme al otro mundo a tener más inquietudes, incertidumbres, ambiciones que cualquier mediano ciudadano cuyo país pertenezca a la Unión Europea e incluso del resto del mundo libre.

¿Será mucho pedir? Ya se han expresado los votantes catalanes y, a partir de ese dato, la democracia manda callar y acatar los resultados. Ya han hecho su agosto los más vivales y aprovechados y el resto a seguir pagando sus prebendas e incluso sus desvaríos. Es lo que hay, mis queridos amigos.

Lo único que pedimos millones de españoles que ni hemos comido ni bebido en esa fiestorra de la estelada, que solo hemos pagado con exceso sus excesos, es que nos dejen vivir en paz y preocuparnos por lo que realmente nos interesa: vivir sin sobresaltos, crear riqueza para repartirla, mantener nuestros puestos de trabajo y respetar a todo aquel que se lo merezca.

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y la candidata a la presidencia de la Generalitat, Inés Arrimadas, celebran su victoria. (EFE)

Creo que el Estado debería, después de todo el agua que ha bajado estos últimos años por los puentes y de lo plasmado el pasado jueves en las urnas, sincera y democráticamente, abrir un proceso de reflexión de qué hacer con el quilombo catalán más que nada porque no termine devorándonos a todos. La culpa de lo que ha sucedido en Cataluña la tienen los catalanes. Unos más que otros, sin duda. En absoluto lo tienen los cordobeses, los zamoranos, los gaditanos o los lucenses. No hay perdón para aquel que intente, sí o sí, que sigan remando contra ese leviatán y chapoteando en ese detritus. Los electores catalanes han tenido argumentos más que suficientes para decidir con responsabilidad. Lo han hecho. Nada que objetar.

Dicho de otra manera: la única opción —visto lo comprobado— de que la música de esa murga independentista no termine por dejarnos sordos es que se abra la espita de una vez por todas. El que más chifle, capador. Insisto: hay vida más allá de Cataluña. No se puede convivir con aquellos que no desean cobijarse bajo el mismo techo. No hay artículo 155 que nos libre ya. ¿Quieren la independencia? ¿Tienen fuerza para llevarla a cabo? Ábrase la espita, pero eso sí, con todas las consecuencias.

Creo que los resultados hablan por sí solos. El que no quiera verlo, después de todo lo ocurrido, es que está ciego o conducido por otro ciego.

No se puede convivir con aquellos que no desean cobijarse bajo el mismo techo. No hay artículo 155 que nos libre ya. ¿Quieren la independencia?

No quiero vivir sumido en una sima arrullado por una tabarra feudal, antimoderna, antiprogresista y antihistórica. Tengo derecho a ser libre y vivir junto con los que desean ser mis compatriotas, de igual a igual para preocuparnos unidos por el futuro de nuestros hijos y del mundo libre.

Referéndum de autodeterminación, ya. Precisamente, porque los constitucionalistas han sacado casi 200.000 votos más que los independentistas. No veo otra manera para cerrarles al menos por medio siglo la boca.

Aspiro antes de irme al otro mundo a tener más inquietudes, incertidumbres, ambiciones que cualquier mediano ciudadano cuyo país pertenezca a la Unión Europea e incluso del resto del mundo libre.

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