Palo Alto
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La Iglesia, en la irrelevancia
La irrelevancia concluye cuando alguien, en efecto, no vive como pregona. Es algo tan viejo como el mensaje de Jesucristo. El hombre de Nazaret ya lo dejó escrito
A los que viven de los cepillos católicos y han aumentado sus prominentes barrigas a costa de la Iglesia católica —tipos perfectamente descriptibles y en boca de todos— les importa una higa que la institución religiosa por antonomasia en España desde tiempo inmemorial se diluya en la nueva sociedad como un mal suflé.
Escribo esto a propósito de las posiciones escritas de la Iglesia católica catalana —es decir, de sus jerarcas, los señores obispos y algún que otro cardenal— sobre lo que ellos consideran 'presos políticos'. El cardenal Omella debería reflexionar junto con sus coleguillas de Añastro, y pedir a Dios que le ilumine para entender por qué el pueblo les está dando la espalda de la forma más despreciativa que pueda hacerse: el desdén.
A mí me dan pánico y un cierto asco los que viven de los cepillos. Gentes que serían perfectos desconocidos por sus trabajos y talento
Desdén manifiesto porque incluso en los grandes medios de comunicación cada vez que la Conferencia Episcopal Española (CEE) se pronuncia sobre asuntos varios sus editorialistas y creadores de opinión se preguntan a quién interesa lo que dicen los ensotanados. Los de más edad conocen perfectamente el percal y pasan; no de la Iglesia de Cristo como tal, no. Pasan de sus teóricos pastores, que en muchísimos casos predican una cosa y hacen justamente lo contrario.
A mí me dan pánico y un cierto asco los que viven de los cepillos. Gentes que serían perfectos desconocidos por sus trabajos y talento y gracias a que ocupan cargos en puestos paraeclesiales se lo han montado y creen peligrosamente que son de verdad. Lo que no puede ser, y por ahí va la irrelevancia actual, es que en sus medios se desgañiten contra la corrupción —y muy justamente— y al mismo tiempo amparen a sujetos sospechosos de trinque.
La irrelevancia concluye cuando alguien, en efecto, no vive como pregona. Es algo tan viejo como el mensaje de Jesucristo. El hombre de Nazaret ya dejó escrito aquello de los sepulcros blanqueados.
A los que viven de los cepillos católicos y han aumentado sus prominentes barrigas a costa de la Iglesia católica —tipos perfectamente descriptibles y en boca de todos— les importa una higa que la institución religiosa por antonomasia en España desde tiempo inmemorial se diluya en la nueva sociedad como un mal suflé.