Lo de los separatistas

Lo que mal empieza mal acaba, reza el aserto popular. Sánchez tiene suerte al respecto porque los antiguos carlistas insertos en el PDeCAT y los secesionistas republicanos de ERC evidencian estos días lo que realmente persiguen en su subida al monte: el poder y el dinero.

Resulta enternecedor comprobar cómo se han puesto porque el Parlament tiene que decidir dejar fuera de juego a Puigdemont y al resto de rebeldes tras la decisión del Tribunal Supremo de ponerles al margen de la legalidad democrática. Siempre creí que los próceres de causas independentistas conllevaban "per se" enormes dosis de patriotismo que nada tenían que ver con sinecuras y denarios. La verdad es que me he caído del guindo.

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A ver si Pedro Sánchez va a llevar razón y resulta que se trata de meros tigres de papel que puede desactivar susurrando palabras de amor en dos tardes junto a la fuente de Antonio Machado en la Moncloa. Si consiguiera desactivar la cosa que nos atenaza (el separatismo catalán) no necesitará el talento de Iván Redondo para ganar las próximas elecciones. Pero mucho me temo que el asunto no será tan fácil.

Pepe Borrell, que todavía no ha demostrado nada liderando el Palacio de Santa Cruz, lo ha dicho con meridiana claridad: los separatistas no se han movido de sus posiciones ni un ápice. Sí, claro, pero el cuarteo del más enemigo que adversario, es esencial en una guerra. Dinamitar un Estado tan antiguo y relativamente poderosos como España —que ha pasado por todo a lo largo de su Historia— tiene su aquel. La persona que mejor lo vio a la contra fue Jordi Pujol. Hace cuarenta años que metió la piqueta en forma de inmersión lingüística, revisiones históricas y odio en pequeñas dosis contra todo lo "castellano", en expresión genuinamente pujolística.

Muchos españoles desean, en efecto, el deshielo en las relaciones Madrid/Barcelona. Pero les interesaría más una larga tregua en el asunto, entre otras cosas, para dedicar sus energías a los asuntos de comer.