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El plagio, ¿en el ADN de Sánchez o de Iván? ¿Alguna idea propia en Moncloa?
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Graciano Palomo

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El plagio, ¿en el ADN de Sánchez o de Iván? ¿Alguna idea propia en Moncloa?

Sánchez ya ni se inmuta cuando los líderes de la oposición sacan a colación la palabra de moda "plagio". La cosa empieza a ser de psiquiatra

Foto: Pedro Sánchez junto a Justin Trudeau en Canadá. (EFE)
Pedro Sánchez junto a Justin Trudeau en Canadá. (EFE)

Justin Trudeau, el icono de la Moncloa por antonomasia, el hombre que hizo cambiar de parecer a Sánchez sobre el Tratado USMC de Libre Comercio, debería exigir a su homólogo español y a su jefe de Gabinete derechos de autor. Cierto es que hacer cambiar de idea a Sánchez está a precio perejil —excepto en las cuestiones que afectan a su particular mamandurria— pero es que la "factoría IR (Iván Redondo)" tiene un chollo con los liberales canadienses en el poder.

La niña Irene, aspirante a primera ministra, se ha dado un baño mediático dejando que se colgara de su brazo el inquilino de la Moncloa —yo jamás me permitiré llamarle 'okupa'— y de paso su particular brunete mediática progubernamental con Fran Llorente y Raúl Heitzmann a la cabeza se ponen las botas vendiendo al líder inmarcesible que lo será para todas las estaciones.

Sánchez ya ni se inmuta cuando los líderes de la oposición sacan a colación la palabra de moda "plagio". La cosa empieza a ser de psiquiatra. Copian, cortan, pegan y se quedan tan anchos.

Rajoy cavó su tumba despreciando eso que genéricamente se llama "imagen", pero es que la firma Sánchez&Redondo puede morir de éxito

Rajoy cavó su tumba despreciando eso que genéricamente se llama "imagen", pero es que la firma Sánchez&Redondo puede, en efecto, morir de éxito. Emil Dovifat y Theodor Adorno, los grandes teóricos mundiales del "mensaje" y del "masaje" venían en coincidir en algo: nada de lo que no es real se sostiene en el tiempo. Llevan tres meses en palacio y ya aparecen viejunos y trasnochados. El gesto es como el humo: llama la atención, pero se difumina en el acto. Y si se reitera, hastía. Tiene que haber algo de verdad en la mercancía. Así, Sánchez presentó un llamativo y "bonito" gobierno que iba a hacer felices a los españoles. Acabaría con la corrupción; terminaría de cuajo con las desigualdades. El desempleo sería barrido de la faz de España y, además, la ciencia y la tecnología española asombrarían al universo. Han pasado poco más de cien días. ¿Queda algo? ¡Pavesas! Porque no había nada como colectivo, salvo una inmensa ansía de poder de su jefe. Bien que lo siento como ciudadano que ama su país. También lo lamento por ministras que merecen la pena y tiene valor y precio. Como Isabel Celaá o la propia y simpática María Jesús Montero que cree ser capaz de engañar con la ley de Presupuestos a todos y dispares al mismo tiempo.

Iván, fenómeno, quiero asociarme contigo. ¿Qué tal una fábrica de churros sin azúcar ni harina?

Justin Trudeau, el icono de la Moncloa por antonomasia, el hombre que hizo cambiar de parecer a Sánchez sobre el Tratado USMC de Libre Comercio, debería exigir a su homólogo español y a su jefe de Gabinete derechos de autor. Cierto es que hacer cambiar de idea a Sánchez está a precio perejil —excepto en las cuestiones que afectan a su particular mamandurria— pero es que la "factoría IR (Iván Redondo)" tiene un chollo con los liberales canadienses en el poder.

Justin Trudeau Pedro Sánchez