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España, ese enigma histórico
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Graciano Palomo

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España, ese enigma histórico

España presenta a tenor de sus debates públicos un cuadro clínico altamente preocupante y pone en riesgo la propia subsistencia del Estado más antiguo del mundo

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Si los dirigentes políticos actuales —tan jóvenes, tan livianos y tan líquidos— hubieran leído al mejor historiador español de todos los tiempos, Claudio Sánchez Albornoz —que fue presidente de la II República y dirigente de Izquierda Socialista— se evitarían hacer el ridículo en tan numerosas ocasiones.

En pleno siglo XXI cuando la globalización es un hecho tan real como descriptivo y cuando el mundo libre y en progreso dedica su tiempo a encarar problemas tan serios como el agua, la alimentación, la educación y el mantenimiento del llamado Estado del Bienestar, España presenta a tenor de sus debates públicos un cuadro clínico altamente preocupante y pone en riesgo la propia subsistencia del Estado más antiguo del mundo.

Aquí y ahora no es cómo ponemos coto a la "España vaciada"; lo que mola es de qué color son los lazos de los feudalistas; aquí y ahora lo sustancial no es cómo estudiamos la posibilidad de mantener el elevadísimo gasto sanitario, no. Se debate acerca de si en el arco mediterráneo los galenos deben recetar a los pacientes en mallorquín o castellano. En una Europa donde, pese a todos los problemas creados por los demenciales populismos, se camina y se caminará cada vez más hacia la integración, España —su tercera potencia— se debate entre la vida y la muerte en muchos lugares del País Vasco donde sus dirigentes andan ocupados en cómo vuelan en su corralito pequeño y hasta miope.

Abrir cada día el chiringuito nacional para discutir si son galgos o podencos e intentar reinventar cada día la identidad nacional es algo antiguo, casposo

Sánchez Albornoz sostenía que uno de los problemas históricos de España se debía a la "España sin romanizar". Añadiría modestamente este columnista que el problema actual es de tener siquiera una "idea de España".

Abrir todas las mañanas el chiringuito nacional para discutir si son galgos o podencos e intentar reinventar cada día la identidad nacional es algo antiguo, casposo, irreal que en lugar de progresar (de ahí viene "progresismo") es poner palos en las ruedas de una bicicleta que necesita cada cierto tiempo un somero engrase.

¡Qué melancolía! No podemos continuar así.

Si los dirigentes políticos actuales —tan jóvenes, tan livianos y tan líquidos— hubieran leído al mejor historiador español de todos los tiempos, Claudio Sánchez Albornoz —que fue presidente de la II República y dirigente de Izquierda Socialista— se evitarían hacer el ridículo en tan numerosas ocasiones.

Globalización Estado del bienestar