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Todo aquello en lo que creíamos (y ha estallado por los aires)
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Graciano Palomo

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Todo aquello en lo que creíamos (y ha estallado por los aires)

Los últimos cuarenta años de la Historia de España son, en términos generales, un relato continuado de éxitos. Sin entrar en demasiada letra pequeña

Foto: Leones del Congreso de los Diputados
Leones del Congreso de los Diputados

Los últimos cuarenta años de la Historia de España son, en términos generales, un relato continuado de éxitos. Sin entrar en demasiada letra pequeña, obviamente, con sus sombras como en cualquier aventura de humana naturaleza.

Se implantó la democracia; se demostró al mundo que se podía convivir civilizadamente en libertades cuando nadie daba una peseta por ello; se puso de manifiesto que había llegado una nueva generación de emprendedores y profesionales que compitiera con ventaja en el mundo de los negocios y en la internacionalización de nuestras empresas; se comprobó que las élites científicas españolas de nuevo cuño copaban puestos de responsabilidad internacional. Y un largo etcétera.

De ahí, la melancolía de esas dos generaciones de españoles que en plenas facultades contemplan el actual y desolador panorama que nos inunda tampoco muy distinto al de otras naciones de Europa.

Creímos que una nación era la voluntad de vivir juntos y que podíamos vivir en armonía con nuestras diferencias. Esa España ya no existe

Creímos, por ejemplo, que una nación era, básicamente, la voluntad de vivir juntos y que podíamos vivir en armonía con nuestras diferencias. Hoy, esa España como tal ha dejado de existir. Con dos ejemplos bastan: Alsasua y Girona.

Creímos, por ejemplo, que la esencia del éxito y la promoción personal se asentaba en el mérito, el trabajo, la honradez y el esfuerzo. Solo hay que echar un somero vistazo a las cúpulas de los partidos para comprobar el fiasco.

Creímos, por ejemplo, que los dirigentes políticos, como empleados y mandatarios del pueblo, estarían en lo esencial a perseguir el bien común, amén de sus lógicas aspiraciones personales. Baste con leer el periódico cada día para percatarse cómo ha cambiado la cosa.

Creímos, por ejemplo, que la vocación política iba pareja como un mínimo de sentido de responsabilidad y que, en esencia, se trataba de servir al contribuyente no aprovecharse del cargo para llenar sus cuentas corrientes o su patrimonio. Unas horas en cualquier juzgado nos hará abandonar de inmediato esta hipótesis de trabajo.

Creímos que los sindicatos eran organizaciones al servicio del trabajador y no correas de transmisión política camuflada

Creímos, por ejemplo, que los sindicatos (tan mimados desde el momento mismo de iniciarse la Transición) eran organizaciones al servicio del trabajador y no correas de transmisión política camuflada. Creímos, por ejemplo, que la banca y otras instituciones económicas no eran bloques de rapiña…

Creímos, por ejemplo, que los medios de comunicación primero persiguen la verdad, luego relatan con un mínimo de objetividad la misma y luego opinan cada cual con su propio punto de vista. Ustedes concluyen al respecto.

Apostillo este post con la vieja invocación orteguiana al declinar de la II República. ¡No es eso! ¡No es eso!

Los últimos cuarenta años de la Historia de España son, en términos generales, un relato continuado de éxitos. Sin entrar en demasiada letra pequeña, obviamente, con sus sombras como en cualquier aventura de humana naturaleza.

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