Palo Alto
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De "La calle es mía" al "a mí no me echa nadie"
No quiero dar pábulo a las muchas informaciones que llegan acerca de sus negocios con ONG, sufragadas con fondos públicos, hasta que el último dato sea comprobado y resulte fehaciente
En realidad, el quilombo de Venezuela no se entiende sin seguir la pista del dinero. Dinero. Billetes a raudales. En el Caribe y aquí. Con Navantia de por medio. Pero no solo. El asunto, preñado de mentiras, repleto de intereses espurios, utilización indebida del poder democrático, apesta. Hiede tanto a detritus que en cualquier país del mundo libre, que se precie como tal, hubiera dado ya con los huesos en el desván de Ábalos, Marlaska, Iglesias y la expulsión de los funcionarios policiales que hacen el caldo gordo a unos jefes políticos que no merecen serlo.
Dinero caribeño, regado en todas las estaciones, que ahora reclama su dividendo en forma de consideración y tratamiento. Tengo para mí que todavía quedan muchos flecos por conocer. Nada que nos sorprenda ya porque la pituitaria del pueblo intuye todo… o casi todo. Lo que está claro es que Venezuela no es un asunto "distinto y distante" para los españoles; se ha convertido en algo tan doméstico como las palizas de la policía de Sánchez&Iglesias a los agricultores extremeños. Lo que mal empieza, mal suele acabar.
Ese prepotente, que algunos conocen como ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, un tal José Luis Ábalos, en el que quiero fijar mi atención. Yo me pregunto, ¿qué demonios ensañaría este buen señor en la escuela de primaria en sus pocos años en los que fue maestro, antes de dedicarse a un oficio mejor remunerado y menos trabajoso bajo militancia PSOE? Cierto es que tras la muerte de Franco —¡antes era más jodido!— se afilia al Partido Comunista y debe ser de esa etapa los resabios autoritarios y chulescos que exhibe ahora.
No quiero dar pábulo a las muchas informaciones que llegan acerca de sus negocios con ONG, sufragadas con fondos públicos, hasta que el último dato sea comprobado y resulte fehaciente. Basta con analizar sus comportamientos cuando fue pillado con el carrito delante de miss Delcy, léase la sangrienta de Maduro, violadora de Derechos Humanos, y agasajada en la "Madre Patria" por un gobierno que presume de socialista y deja que sus conmilitones venezolanos en la "Internacional Socialista" sean torturados, perseguidos, masacrados y muertos.
En política, no se queda nadie y, además, hay que estar de paso y con el gatillo preparado
"…A mi no me echa nadie… Yo he venido aquí para quedarme…".
Desde que Manuel Fraga dijera aquello de la "calle es mí" (1976), no se había escuchado algo igual en este viejo y cuarteado país que seguimos llamando España. ¿Qué a ti, Ábalos, no te echa a nadie? ¿Qué has venido para quedarte? ¿Dónde? ¿En las faldas de Sánchez? ¿En las entretelas de Ferraz? En política te echa el pueblo cuando conoce el tuétano del que están hechos algunos quídam. El hijo del torero "Carbonerito" nos ha salido 'chulesquito' y dice que se queda. En política, no se queda nadie y, además, hay que estar de paso y con el gatillo preparado.
El problema es cuando no se quiere volver a la escuela ni a bordo de un jet privado. Entonces hay que poner alfombra aterciopelada a repudiados 'urbi et orbi'.
En realidad, el quilombo de Venezuela no se entiende sin seguir la pista del dinero. Dinero. Billetes a raudales. En el Caribe y aquí. Con Navantia de por medio. Pero no solo. El asunto, preñado de mentiras, repleto de intereses espurios, utilización indebida del poder democrático, apesta. Hiede tanto a detritus que en cualquier país del mundo libre, que se precie como tal, hubiera dado ya con los huesos en el desván de Ábalos, Marlaska, Iglesias y la expulsión de los funcionarios policiales que hacen el caldo gordo a unos jefes políticos que no merecen serlo.