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Graciano Palomo

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Aprender a morir

Estoy en contra de prohibir la eutanasia; también de que tenga que ser algo obligatorio porque así lo deciden los satrapillas hueros con ínfulas de estadistas

Foto: Ángel Hernández, que ayudó a morir a su pareja María José Carrasco, enferma terminal. (EFE)
Ángel Hernández, que ayudó a morir a su pareja María José Carrasco, enferma terminal. (EFE)

La ventaja de los que deambulamos por la vida sin orejeras, esto es, que hacemos de la vida un ejercicio pleno de libertad y libertades, con única militancia en lo humano, no podemos parar ese ejercicio ante la suerte suprema, la muerte.

Foto: La ley de la eutanasia aprobada este martes no contempla algunos supuestos. (EFE)

La libertad no tiene puertas. El sentido liberal de la existencia tampoco. Cierto es que nadie nos pide permiso para venir a este mundo, pero a partir de ahí, por lo general, somos dueños de actos, palabras y silencios. Escribo lo anterior a propósito de la proposición de ley sobre la eutanasia. Estoy en contra de que se regulen hasta los bostezos que es lo que suele ocurrir en dictaduras o dictablandas. Decidir cuando uno se va es algo íntimo, personal, que tiene que ver con la conciencia de cada uno donde no puede entrar ni Maduro, ni Sánchez, ni Iglesias y ni siquiera la dulce Delcy.

De modo y manera, que estoy en contra de prohibir la eutanasia; también de que tenga que ser algo obligatorio porque así lo deciden los satrapillas hueros con ínfulas de estadistas. Uno decide irse y punto. Estoy por la libertad individual y mucho más en un tema como este. Sinceramente, no he entendido la postura del Partido Popular -mucho menos sus argumentos- en esta cuestión. Ya sabemos que el gobierno Sánchez/Iglesias es un dechado a la hora de producir cortinas de humo para llevar a la sociedad debates superados, que van desde el franquismo enterrado y olvidado a esta cuestión de poner fin a la vida de cada cual. Entre otras cosas, porque no hay manera de impedir que uno pueda llamar a la muerte "digna".

Hay tres cosas que, al menos, aquí en España no nos enseñan. La primera a casarse; la segunda a digerir el éxito -¡observen cuánto personaje pulula a nuestro alrededor y son de mentira!- y la tercera a morir. No tengo muy claro cómo se puede enseñar esto último; sí, en cambio, cómo prepararse para decidir cuando te enganchas al infinito.

La ventaja de los que deambulamos por la vida sin orejeras, esto es, que hacemos de la vida un ejercicio pleno de libertad y libertades, con única militancia en lo humano, no podemos parar ese ejercicio ante la suerte suprema, la muerte.

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