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Un pueblo olvidadizo que no perdonará
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Graciano Palomo

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Un pueblo olvidadizo que no perdonará

Sánchez en primera persona —rodeado de muertos e infectados— promete lo que a todas luces es incapaz de dar. Los españoles lo saben y no se lo perdonarán nunca

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Con 5.000 muertos y más de 60.000 contagiados, cifras al alza, un poco de humildad, señor Sánchez. Conozco al personaje y, por ende, sé que ello no está en su condición. ¿Una miaja de realismo entonces?

En estos días aciagos, cuando veo al primer ejecutivo de la nación braceando contra la intemperie y balbuceando las notas que le preparan la legión bien pagada de asesores, me interrogo acerca de si además de lo que le ordena Redondo y le manda Tezanos, se habrá parado a pensar por un instante acerca de lo que pasa por los 47 millones de cabezas que al día de hoy conforman un pueblo asustado, disciplinado, angustiado, incierto, agitado, silente, a punto de explotar de indignación ante una gestión de chorroborro, falsa y cínica. Mienten tanto y tan groseramente que, lejos de apaciguar los ánimos, los caldean. Desde arrojar la responsabilidad del 8-M a las CCAA, cuando todo el mundo sabe que es una competencia exclusiva del Gobierno, al test "no concluyente" de la vicepresidenta, quien también miente para justificar su ingreso en la clínica más cara y privativa de España mientras los españoles de a pie se mueren en los pasillos de la sanidad pública. O a inventarse periodistas inexistentes jaleados por el inmarcesible Echenique en connivencia con activistas camuflados de opinadores. O la difusión pueril del 'mantra' de los recortes de la derecha cuando en el pasado mes de abril la ministra Montero mandó una circular a las comunidades autónomas exigiendo tijera y metro en el gasto sanitario. Mienten y se contradicen en las fechas de la pandemia. Piden solidaridad y unidad y que se olviden sus procederes ante Excálibur, la colza, el 11-M, el Prestige y un largo etcétera.

El Gobierno está tan superado por la cadena de acontecimientos por la crisis del coronavirus como desmadejado en sus capacidades

Todo esto el pueblo lo conoce y lo sabe; aunque calle. Quiero, en primer lugar, olvidar lo que ocurre como una mala siesta. Pero, por una vez, no les perdonará. ¿Cómo? Tampoco tengo cabal idea de qué color será la factura, pero será emitida y registrada. Soy de los que hacen cola ante el supermercado y leo todo lo que se publica.

El Gobierno está tan superado por la cadena de acontecimientos como desmadejado en sus capacidades. Tiene todo el poder, al pueblo sometido a su voluntad, cuando no a su contradictorio antojo. Aun así, todo lo que toca, se convierte en detritus. Comprendo las maldiciones presidenciales en la actual hora. Sánchez, desde que se encaramó al poder sin necesidad de urnas (lleva ya dos años), promete a todos lo que no puede dar. Son ya muchos engaños encadenados; muchas mentiras encuadernadas.

Los grandes estadistas de la moderna historia del mundo libre en los momentos trágicos solo prometieron dolor y sangre. Hoy y aquí, Sánchez en primera persona —rodeado de muertos e infectados—promete lo que a todas luces es incapaz de dar. Los españoles lo saben y no se lo perdonarán nunca. Ni siquiera que utilice su empatía social, su generosidad extraordinaria, su silencio atemorizado para continuar soltando mentiras. Pese a todo ello, tiene suerte. Tenemos que seguir detrás del presidente. Por imperativo de mero sentido común, pero sin olvidar nada.

Con 5.000 muertos y más de 60.000 contagiados, cifras al alza, un poco de humildad, señor Sánchez. Conozco al personaje y, por ende, sé que ello no está en su condición. ¿Una miaja de realismo entonces?

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