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Graciano Palomo

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Plaza de la armería 'inside'

Lo más relevante, sin duda, fue la presencia internacional con los principales mandatarios europeos de cuerpo presente. ¿Un requiebro afectuoso al gobierno Sánchez? No

Foto: Funeral de Estado celebrado en la Catedral de la Almudena en memoria de todos los fallecidos por covid. (EFE)
Funeral de Estado celebrado en la Catedral de la Almudena en memoria de todos los fallecidos por covid. (EFE)

Nunca un funeral de Estado fue tan soso, triste y solitario. Sobrio, sí, amargo, sí, desabrido, también.

Queda el espíritu, que no tiene cuerpo, y la intención que es mayestática. Se homenajeaba a 28.000 muertos y resulta obvio que eran todos los que están, pero no estaban todos los que se fueron. Entonces, ¿qué hacemos si ni siquiera nos dicen la cifra real de féretros que andan escondidos?

Lo más relevante, sin duda, fue la presencia internacional con los principales mandatarios europeos de cuerpo presente. ¿Un requiebro afectuoso al gobierno Sánchez? No. Un homenaje a España que hasta ahora fue un Estado miembro que aportó cosas interesantes al quehacer de la Unión.

Solo faltó Abascal emparedado en esta ocasión con los de ERC… Estaba el Estado que no el pueblo, apartado para que sus abucheos no se percibieran

En realidad, todo el abanico institucional del Estado estuvo blandiendo su rosa blanca con un Rey —cada vez más cercado por la herencia y por la inquina desatada de los centrífugos— dedicado a ensalzar las virtudes del pueblo, en este caso, con los servidores del mismo, léase, sanitarios, policías, suministradores y un largo etcétera. Hacía tiempo que no se recordaba que estuvieran presentes en un acto de "Estado" a todos los lendakaris; eso, al menos, tiene un 'triunfus'. Y especialmente relevante —incluso por baladí— fueron los corrillos donde Mariano Rajoy fue el único que se dignó hablar con su antecesor Zapatero y del gallego con su sucesor al frente del PP.

Solo faltó Santiago Abascal emparedado en esta ocasión con los líderes de ERC… ¡Ya se sabe! Estaba el Estado que no el pueblo, apartado para que sus abucheos no fueran percibidos. Tampoco, sinceramente, era la ocasión. Observé mucho recelo entre unos y otros. Desconfianza y hasta desprecio. No me atrevo a describir la palabra odio. Un minúsculo grupo, cacerola en mano, gritó a Sánchez e Iglesias palabras nada compasivas… Así estamos. De modo y manera, que Pablo Iglesias, se metió en su coche oficial y huyó despavorido dejando a los informadores con dos palmos.

Ya lo dijo el clásico, el tiempo todo lo puede. Y, la verdad, aunque se haga de rogar.

Nunca un funeral de Estado fue tan soso, triste y solitario. Sobrio, sí, amargo, sí, desabrido, también.