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Inés pone de los nervios a Iglesias
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Graciano Palomo

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Inés pone de los nervios a Iglesias

Un alto cargo gubernamental, con despacho no muy lejano al de Pedro Sánchez, no puede por menos de reconocer que el presidente empieza a estar hasta el gorro de sus socios podemitas

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Un alto cargo gubernamental, con despacho no muy lejano al de Pedro Sánchez, no puede por menos reconocer —por lo bajini, naturalmente, porque el miedo a contrariar al 'conducator' y que te mande a galeras es algo instalado y descriptible— que el presidente empieza a estar hasta el gorro de sus socios podemitas de referencia. Nunca se fio el uno del otro y menos el otro del uno.

Ya dijo algo que la "política hace extraños compañeros de cama" e Iglesias, en concreto, entiende ese chollo como algo en lo que necesariamente hay que "cabalgar contradicciones". En realidad, a la muchachada de Podemos se le ha caído la "casta", las "puertas giratorias", los apartamentos en barrios obreros, los salarios mínimos para sus dirigentes, la corrupción, la democracia interna, la mentira como arma política, el escrache al adversario político, la utilización de las clases populares en su beneficio, el cobro de dinero de potencias extranjeras que practican la satrapía y el narcotráfico, el feminismo de salón, la política de colocar amiguetes… Así hasta el infinito.

¿Qué les queda? El poder gubernamental, una parte de él, que les entregó Sánchez cuando tras las elecciones del 10-D decidió echarse al monte y abrazar al gobierno Frankenstein sobre el que había puesto sobre aviso su prócer Rubalcaba. Sin la vicepresidencia y sus carteras ministeriales, centenares de altos cargos que abrevan del pesebre público, difícilmente sus dos líderes reconocidos hubieran subsistido a la presión de lo que queda de bases.

El poder gubernamental, una parte de él, que les entregó Sánchez cuando tras las elecciones del 10-D decidió abrazar al gobierno Frankenstein

Sánchez, en efecto, parece haberse agotado en el arte de resistir a su vicepresidente. Presionado, a su vez, por un clamor (sordo) dentro del propio PSOE sobre la deriva de un gobierno cada vez más debilitado parlamentariamente, rehén de independentistas radicales y del nacionalismo carlista, ha decidido poner coto por la vía de los hechos consumados a los desvaríos populistas. No fuera la primera vez que el primer ministro da una larga cambiada y donde juró digo ahora es diego. Su carrera política está repleta de acontecimientos en este sentido.

Hechos. Deja fuera de juego a Iglesias en un tema capital para el morado (necesita desviar la atención de los problemas personales que le ahogan) como el tema de la monarquía y pocas horas después manda a su vicepresidenta reunirse (en Moncloa, sede de la presidencia del Gobierno) con los principales dirigentes de Ciudadanos en busca de algún acuerdo que llevarse al coleto.

Es de comprender el ataque de celos (o de otra cosa) que ha levantado ampollas de urticaria en los estómagos de Iglesias&Montero, o Montero&Iglesias que tanto monta, monta tanto.

"Deslealtad", "traición", "engaño", mascullan los socios gubernamentales menores. Nos queda por describir los acontecimientos finales que podrían no tardar en llegar si Sánchez encuentra otra vía de permanencia.

Un alto cargo gubernamental, con despacho no muy lejano al de Pedro Sánchez, no puede por menos reconocer —por lo bajini, naturalmente, porque el miedo a contrariar al 'conducator' y que te mande a galeras es algo instalado y descriptible— que el presidente empieza a estar hasta el gorro de sus socios podemitas de referencia. Nunca se fio el uno del otro y menos el otro del uno.

Inés Arrimadas Pedro Sánchez Ciudadanos Moncloa